Una vez más el Partido Socialista se enfrenta a sí mismo, para resolver un grave problema que acusa desde el día en que Felipe González perdió sus últimas elecciones frente a Aznar: el salto al vacío, que amenaza con ser todavía más estrepitoso de lo supuesto, a causa de la pérdida de identidad. No es porque se enfrenten las filas partidistas con cuchillos en la cocina de Ferraz, sede del Partido, cosa que incluso podría ser útil, sino porque el Partido tiene que hacer algo peor que es mirarse al espejo. A pesar de cuanto se oye decir en estos casos el PSOE no es tan fuerte, como parecía cuando en el poder jugaba a convivir con Dios y con el Diablo, haciendo políticas sociales desideologizadas con las que avalaba, no obstante, su ideología de izquierdas, al mismo tiempo que justificaba políticas conservadoras en lo económico y lo militar, fundamentalmente. No ha de ser fácil disfrutar del poder y jugar a ser de izquierdas sin caer en conductas esquizoides. No recuerdo ningún partido de izquierdas que luego de gobernar durante un periodo más o menos dilatado no haya terminado siendo una caricatura de sus doctrinas.
Parece, definitivamente, que no se puede ser de izquierdas sin ser un opositor de uno mismo y, claro, cómo ser un opositor de uno mismo si se tiene mentalidad de partido que gobierna. En las actuales circunstancias de polarización social y desafección al poder, el PSOE defiende su corresponsabilidad de poder. Ese es el gran dilema al que se enfrenta el socialismo español y resolverlo es la clave de su supervivencia. Hasta que se produjo la crisis actual que fractura a la sociedad española, la alternancia en el poder se había convertido en una solución a los sismos del partido. El Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que había estado a punto de perder una de sus señas de identidad cuando pensaron quitarle el apellido de Obrero, nunca ha visto antinatural que para mantener el enorme espectro de simpatía electoral haya tenido que sacrificar determinados aspectos ideológicos y, lo más grave, hacer concesiones que han prostituido su imagen de izquierda, o sea, lo contrario a la derecha, algo tan simple pero contundente a la hora de definir el lugar político de cada cual. A esta hora que se avecina postdemocrática, cuando se creía que las ideologías habían sido vencidas, sería bueno que el PSOE recuperara la ideología, quizás como el último trapecio de donde agarrarse para no caer en el vacío.
Todavía en el proceso crítico que el Partido abrió a raíz de perder las últimas elecciones, se hacía énfasis en el rescate de un electorado de clase media que ya entonces estaba en plena decadencia como clase. Sólo las anteojeras que se crean en el poder podían impedir vislumbrar que estaban convirtiendo en objetivo electoral a una clase que estaba dejando de existir. En aquel momento fue notorio, aunque el aparato del Partido lo minimizó con gran revuelo propagandístico de democracia interna, el autoritarismo que aplastó la corriente crítica de una joven izquierda dentro de sus filas. Por otro lado, llama la atención la crisis de inteligencia del aparato de poder del Partido actual. Es muy difícil, casi imposible en la coyuntura que vivimos, crear confianza en un electorado no cautivo con las mismas personas que antes dirigieron un proyecto fracasado, las cuales, no obstante, todavía no han mostrado una sola idea que les haga creíbles. La apelación continua al mantra de la llamada corresponsabilidad de Partido de Gobierno, aunque no gobiernen, les convierte en cómplices de lo que apesta en la democracia, les resta autoridad para liderar a la sociedad en la oposición.