Hace unos días llamé a una amiga en Madrid y apenas pude oír lo que me decía pues ella estaba en una manifestación. Eso puede ser lo malo de las protestas, la altisonancia, la confusión de ideas y sobre todo que no se pueda entender lo que se dice. Sin embargo no es el caso de las protestas que se producen en estos días en defensa de la sanidad pública. Está muy claro el mensaje que desde la mesa de los políticos se emite y sobre todo el que sale de la inmensa mayoría de los trabajadores de la salud que ven peligrar uno de los sistemas de salud pública más completos que se conoce. Las protestas están a punto de convertirse en una rebelión a la que yo invitaría a todos. Los políticos de la derecha en el poder han desarrollado una fobia sin precedentes contra lo público con la excusa engañosa y falsa de que lo privado es menos caro y más eficiente. Este apostolado por la privatización es parte de un conjunto de ideas y políticas conservadoras en diferentes áreas que afectan a la sociedad en su conjunto, a unos más que a otros y de diferentes maneras.
Lo que se protesta en estos días de desasosiego no es una consecuencia de la crisis económica y financiera que vive Europa, así lo quieren hacer ver los políticos, si así fuera serían más comprensibles las medidas y la resignación a la espera de que las condiciones cambiaran y se restableciera y mejorara el sistema. Pero no es así. La culpa de los problemas la tiene lo público, dicen, como si antes no hubiera funcionado bien o como si la estadounidense en cuanto a cobertura, por ejemplo, fuera mejor que la española. Los errores y la deficiencia en la gestión, que gran parte de se deben a la mala política precisamente, pretenden sanarse tirando al niño por la ventana con agua y todo. La derecha política conocida y también la derecha mental como es la de cierto PSOE dominante en ese partido, han llevado a cabo una política de destrucción paulatina de lo público, no sólo en áreas donde era menos visible y donde la sensibilidad social está menos arraigada o puede ser manipulada. En Educación, por ejemplo, le han dado a comer pasto de cordero a la gente con los centros concertados y la educación bilingüe para el inglés, que también pudo ser con otro idioma, ¿no? La gente come y aplaude.
La derecha se ha propuesto con el respaldo de una mayoría exultante destruir aquello de lo cual España y Europa se sentían orgullosos y deseados, un sistema de valores capitalistas basados en la solidaridad social, la libertad y la competencia de un Estado fuerte y responsable, que los ciudadanos de la Europa comunista vieron como el paraíso en la tierra que sus gobiernos le habían prometido a cambio de la represión y el sacrificio sin límites. La construcción de ese paraíso junto a las cercas del mundo comunista fue uno de los factores que llevaron a la desaparición del mismo, donde se formó la actual líder del partido gobernante alemán que gobierna la destrucción de la Europa que tanto esfuerzo costó construir. Menos mal que existe Obama, el contrapunto de los liderazgos europeos. La elección de un especialista español para asesorar la puesta a punto de sus reformas sanitarias y la paulatina mejora de la economía estadounidense son la foto de la que Europa es el negativo. Mientras Europa se aleja de sí misma, Estados Unidos trata de acercarse a lo que ésta deja de ser y fue su esencia.
Madrid se ha convertido en la ciudad de la rebeldía europea y eso me hace sentir orgulloso de vivir allí. Esa movida que se une a la vida pendenciera y a mi hijo es lo que más extraño cuando estoy fuera, también una cerveza negra catalana compartida mientras se habla de los hijos. No hace mucho, cuando los sanitarios protestaron contra el impedimento a atender inmigrantes sin papeles, escribí que el mundo de la salud era el más fuerte bastión de la lucha contra la política de reformas y lo sigo creyendo. La principal obligación de un Estado es la salud de sus ciudadanos, luego la educación y la garantía del trabajo que es el motor del país y de la dignidad de las personas. Perdida la referencia política para luchar por esas cosas, lo que nos queda es la vergüenza para protestar y rebelarnos por la vida digna. Eso seguramente lo comprendemos todos. Sí vale la pena rebelarnos, aunque conlleve un sacrificio que hemos perdido la costumbre de hacer. Madrid y el estilo de vida europeo en peligro bien valen una buena protesta, antes que una misa. En el mundo de la política, nada es lo que parece, sin embargo en estas protestas de los sanitarios está muy claro que posiblemente nos vaya la vida.