Acabo de bajarme del avión y los pies se me han llenado de porquería camino de mi casa en Madrid. El país está de mierda hasta el pirulí. El pirulí es la antigua torre de televisión que antes servía para designar el punto más alto de la ciudad y ahora mide la cantidad de basura que acumulan los políticos. Yo siento vergüenza y rabia, este país no los merece, sin embargo son elegidos y si eso pasa es porque la democracia se ha convertido en una demorragia en la que cualquiera puede gobernar. Los países no debieran medirse por el producto interno bruto anual, ni siquiera por la manera equitativa o justa en que se repartiera el mismo, sino por la moral de sus políticos y la severidad de la ley sobre ellos. Tal vez entonces el mundo sería otro.
Los papeles de uno de los tesoreros del partido que gobierna España revelan que los más altos dirigentes, incluyendo al actual presidente, recibieron dinero negro de empresas dedicadas a la construcción. Si esto fuera cierto como aparece en la documentación que se puede consultar en el diario El País, estaríamos asistiendo a la peor crisis política que se recuerda en los peores momentos para la democracia y el bienestar de la pobre España. Hasta que la clase política española no decida mirarse críticamente al espejo y devolverle al pueblo el Parlamento para efectuar una segunda transición, es difícil que dejemos de ver estos espectáculos más propios de una república bananera que de un Estado moderno y democrático.
Ahora podemos imaginar con mayor objetividad que aquel crecimiento desmedido de la economía del ladrillo a causa de las leyes y reformas sobre el suelo urbanizable, firmadas por gobiernos de izquierda y derecha, son en gran parte razón de la crisis que vivimos. No nos sorprendamos si mañana son los bancos a quienes vemos en las noticias relacionadas con este escándalo. Políticos, bancos y constructoras parecen parte de una misma ecuación. Ya no hay agua ni escoba para barrer la corrupción que corre por los pasillos del Parlamento, ni imagen que se pueda limpiar, mientras le exigen a la mayoría de la población que sufra las leyes y recortes con los que se satisface a la peor Alemania, la resentida. Parece que viviéramos en un cuerpo enfermo, aparentemente bello, escrito por gusanos que lo devoran sin que lo podamos comprender.