Estoy sentado en Sol, centro geográfico de España, y emblemática plaza donde surgió el movimiento de protesta ciudadana español que mantuvo en jaque al gobierno local y a la sociedad española. Todavía se oyen los pitidos y los cánticos contra la privatización de la sanidad pública que lleva a cabo el gobierno. La marea blanca de protesta llega a su fin. Ha venido mucha gente, además del que escribe hay alguien que se acerca llamándose un tal Lucas. Dice que con él ya son un millón de personas. No lo creo, aunque sí ha venido mucha gente. Este Lucas es como el de Cortázar, paradójico, imprevisible y poético, es mi hijo sin dudas. Hablemos de política, me dice. Yo enmudezco. Tiene 8 años al parecer «hackeados». Creo que además de un tal Lucas ha venido gente que no viven de la sanidad pública, pero sí temen dejar de vivir si se privatizan los servicios que antes suponían un privilegio de la sociedad del bienestar, puestos en peligro por la obsesión europea del déficit.
La gente tiene un enfado mayúsculo. Llévamos demasiado tiempo creyendo que esto del sacrificio sería cosa de un verano, bueno, igual que el de los cubanos. Yo nunca lo pensé, lo escribí. No puedo dejar de pensar en aquel eslogan que decía: «El presente es de lucha, el futuro es nuestro». El sacrificio es lo último que un gobernante debería pedir a sus conciudadanos. Sobre todo si no puede cumplir, entonces debería renunciar. No obstante es lindo, toca la fibra de los creyentes, como cuando los cristianos creen ver recompensados sus sacrificios con el paraíso. A mí que me quiten lo bailao, parece decirme un tal Lucas, mientras clava su pila azul en mí. Los gobernantes nos piden sacrificio, mientras se descubre que la mierda llega al Pirulí. No digas palabrotas, dice un tal Lucas, el otro.
Yo estoy cansado, la gente está cansada, incluso los gobernantes están cansados de mentir, pero son bellacos, estúpidos, y no saben hacer otra cosa. Hacen falta otros. El único que no parece estar cansado es un tal Lucas. Dice que el próximo 23F va a estar en la manifestación. Si ésta ha sido grande, un tal Lucas supone que la próxima será de apoteosis. A nadie le gusta tener una ministra de Sanidad que se apellide Mato. Dice él. Son las cosas de un tal Lucas. Nuestro presidente se llama Mariano, ¿algún problema? Digo. ¿Y el apellido? Replica un tal Lucas. Rajoy, respondo. Ah, en su nombre y apellido está el dolor, dice un tal Lucas. Voy a escribir un ángel, abur.