mentir encima de un cadáver

No nos callarán, foto de León de la Hoz

No nos callarán, foto de León de la Hoz

Acaba de concluir en el Parlamento español el debate de la Nación y mi rechazo a los políticos pasa del hastío a la indiferencia, esto va siendo un sentimiento generalizado en la sociedad. No sé que ha sido peor, la reciente gala de entrega de los premios Goya o la rendición de cuentas del Gobierno a los ciudadanos. No acabo de entender porqué todavía se gasta el dinero de los contribuyentes en ambos espectáculos. Me gustaría decir que este sentimiento hacia los políticos es un rechazo a todos y a la política, pero no es así. La política es una de las bellas artes cuando se hace con talento y honestidad, incluso haciéndose mal, siempre pienso en Winston Churchill. Lamentablemente hoy el ejercicio de la política se ha profesionalizado tanto que ha generado un gremio y como todo gremio tiende a la endogamia y la burocratización. Dicho de otra manera, priman los intereses del partido por encima de la sociedad y el segmento de la misma que les apoya. Para quienes no habéis visto el debate español, imaginaos los Oscar. Los Goya son una caricatura de los Oscar y el debate de la Nación de los Goya.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha vuelto a decir: “No he cumplido mis promesas electorales, pero al menos he cumplido con mi deber”. También lo hizo delante de Ángela Merkel. Sus palabras son una evidencia más del deterioro de una democracia que pierde legitimidad en manos de los políticos. Se supone que el político, en este caso el presidente de Gobierno, es elegido sobre la base de un programa electoral. Se elige por la aprobación del ciudadano de un compromiso electoral del candidato, o sea, conforme a unas promesas que lo distinguen de otros candidatos o de otros partidos. Entonces, si los elegidos, en este caso el presidente y su partido, no cumplen con los compromisos por los cuales fueron aprobados con el voto popular, ¿pierden o no pierden legitimidad? Legal no, pero sí política y en consonancia legitimidad democrática. No se puede incumplir el compromiso electoral y cumplir con el deber, ya que el deber democrático es cumplir con las promesas que mediante un proceso electoral conducen al poder. Las dictaduras pueden incumplir con sus compromisos porque no son avaladas por consenso, pero las democracias jamás.

Un presidente que incumple sus promesas debería promover al menos  un consenso nacional o convocar elecciones y, sobre todo, excusarse con sus votantes. Sin embargo, es un estilo español que los políticos, chulería se dice, mientan y no renuncien. Hay que echarlos. No importa que puedan estar bajo sospecha o en procesos judiciales que a veces no conducen a nada. Dicen en la calle con razón que la justicia tiene dos varas para medir. No es la ideología, es la ética. Sin ética es difícil poder renovar al país económicamente y menos reivindicar la política. Las primeras medidas que el Gobierno debiera formalizar para establecer las bases de una regeneración de la política que devuelva la credibilidad no son los parches que se anuncian hoy, sino un profundo cambio de la ley de Partidos, la reestructuración del Poder Judicial y el Tribunal de Cuentas, por ejemplo, que separe a la administración y los funcionarios de los partidos de modo que las instituciones dejen de ser rehenes de los políticos y las políticas de turno. Entonces podríamos empezar a hablar de otra cosa.

Me voy diciendo al presidente Rajoy lo que dijo el presidente Obama hace unos días: “No hagamos promesas que no podamos cumplir, pero cumplamos las promesas que ya hemos hecho”. Mientras no se actúe así estarán mintiendo encima de un cadáver que muere, como en el poema de Vallejo: la democracia.