A Gastón Baquero le gustaba decir que la poesía es lo que no se ve, sería una de las mejores definiciones conocidas, si fuera posible definir eso que está en todas partes y que últimamente se ve menos, en un mundo cegado por el exceso de luz donde vivimos. A partir de esa idea uno puede imaginar que la poesía y la literatura en general es lo que se dice de aquello que no se ve. Es una especie de nostalgia de lo que no hemos perdido y sin embargo tiene la capacidad de conmovernos de alguna forma. La sensación que uno tiene cuando lee buena literatura es que recupera algo que a pesar de que estaba ahí, al alcance de la mano, era invisible hasta que llego alguien, el escritor, a develarlo. Eso es lo que he sentido yo a leer el último libro de Rafael Saumell, La cárcel letrada, narrativa cubana carcelaria, publicado por la editorial Betania (2012). Esta cárcel me ha devuelto la esperanza en la creencia de que la literatura siempre es marginal y sediciosa.
Con este libro Saumell se confirma como uno de los escritores más destacados del exilio cubano o, lo que supone lo mismo, de la literatura cubana actual. Su anterior libro, En Cuba todo el mundo canta (Betania, 2008), en el que novela su vida en torno a los sucesos que lo condujeron a la cárcel bajo el cargo de “propaganda enemiga”, es uno de los mejores libros de la “cárcel letrada” cubana, como él mismo llama a la literatura condenada que se ha hecho o se ha engendrado en la isla detrás de los barrotes. La imagen martiana de la isla-prisión que se repite como un castigo nacional a lo largo de la historia de la nación, en Saumell es trasunto de su vida. Está por ver su libro sobre la radio en Cuba que las autoridades cubanas destruyeron y del cual yo llegué a ver el cartel publicitario que tampoco llegó a exhibirse. Lamentablemente, como suele suceder con la literatura cubana escrita lejos de Cuba, estos libros se someten a la misma proscripción de sus autores y difícilmente podrá ser leído donde debiera.
La cárcel letrada no es una historia de la literatura de los condenados o carcelaria, sino una documentación sistémica de los rasgos distintivos de la misma como parte de la historia literaria, social y política de la isla de Cuba. Lo que nos hace suponer que, a fin de cuentas, gran parte de la literatura hecha en los últimos cincuenta años está fundada en los mecanismos de supervivencia que Saumell estudia frente al poder desde los tiempos de la Autobiografía del esclavo Juan Francisco Manzano. Éste a mi juicio es uno de los aportes más relevantes del libro. El análisis de cierto modo libera a gran parte de ese género de literatura que es la carcelaria, condenada a padecer el olvido o el menosprecio de las autoridades de todos los tiempos. La literatura condenada es también parte ineludible de la historia literaria, aunque las historias oficiales hagan correr a estas obras el infortunio de sus autores. Es una doble condena que por una parte refuerza el carácter disidente de esa escritura, y por otra revela la esencia represiva del poder, sobre todo en regímenes antidemocráticos.
Juan Francisco Manzano, José Martí, Carlos Montenegro, Pablo de la Torriente Brau, Fidel Castro (La historia me absolverá) y los Plantados, sirven al autor para conjeturar con respectivas piezas narrativas de la literatura carcelaria testimonial cubana un sólido cuerpo narrativo de alteridad, unido desde el siglo XIX a la actualidad por dos hechos incontestables: la creación de un discurso literario contra el poder basado en la experiencia y la existencia de un discurso de marginación implantado por el poder, ambos con estrategias propias de su condición. Los dos coexisten configurando un toma y daca de dos ideologías, la del represor y la víctima. Dicha dicotomía es un problema cubano mucho más difícil que el paradigma de lo popular y lo culto que tantas galeradas ha generado. Esta dicotomía, llámese abolicionismo, autonomismo, reformismo, independentismo o contrarrevolución versus poder colonial, republicano o comunista, es consustancial de la historia de Cuba, y sólo podrá resolverse en un país democrático. La solución es política.
La cárcel letrada, por tanto es una reflexión sobre la historia de Cuba desde el punto de vista de quien peor posicionado está en cualquier sociedad represiva, el condenado. Y es el discurso de un condenado que adquiere la representación simbólica de aquellos que están detrás de las rejas físicas o virtuales. En este sentido el libro no sólo es una reivindicación de una parte de la literatura condenada y bajo custodia del poder político, sino también de la libertad secuestrada. Es una tarea ardua y con serias desventajas a la que se enfrenta este volumen, ya que el poder político cubano actual ha confeccionado un argumentario que desprecia legal, moral y literariamente la escritura carcelaria. Como dice el propio autor, “Pareciera que el ciclo iniciado por Manzano no tiene fin”. No podemos imaginar todavía cuántas letras crecerán entre rejas, hoy mismo el escritor y opositor Ángel Santiesteban está en prisión por un delito que parece no estar probado, según se explica en el enlace. No os asombréis de nada.