Hoy se cumplen 16 años de la muerte física del poeta Gastón Baquero. Gastón nos dejó el mismo día en que se celebra en Madrid a su patrono San Isidro. Madrid fue para él su segunda patria y la calle Antonio Acuña donde vivió rodeado de libros el lugar donde paseaba entre los vecinos que lo señalaban como un árbol doblado sobre el bastón. Aquella calle que tuvo que dejar para vivir mejor en una residencia de ancianos y en la cual se sentía vecino de uno de los poetas que más admiraba, el peruano César Vallejo, que había vivido también allí en otra época, fue junto a sus libros lo único que dejaba al morir. Madrid, el barrio, sus libros y amigos eran su posesión y la poesía su riqueza.
No obstante que fuera un hombre adolorido por el exilio y todo cuanto entraña este en enajenación de aquello que nos forma, Gastón tenía un gran sentido del humor y gran parte de su poesía escrita fuera de Cuba descansa en este recurso, de distinto modo al de otros de su generación como Lezama y Piñera. De hecho el humor cambió la poesía de Gastón que había llegado a España. La propia relación que él establecía con sus amigos más allegados estaba llena de un humor de raíz cubana que yo no había conocido en Cuba y que, al contrario de lo que suele suceder, estaba lejos de la vulgaridad y la relación al parecer inevitable con la lubricidad de que hacemos gala, verbal por lo menos. El humor de Gastón se basaba en la asociación de elementos dispares, contradictorios, sorprendentes y paradójicos de nuestra propia cultura.
Hoy que lo recuerdo quiero compartir uno de esos momentos que podríamos haber tenido en una sobremesa llena de ese humor que salpicaba de anécdotas y cubanía, se trata del fragmento de una carta dirigida a una de las descubridoras de “lo cubano”, la gran escritora Lydia Cabrera, con la cual tuvo una gran amistad y una intensa relación epistolar. Dicha carta puede hallarse en Cuban Heritage Digital Collection de la Universidad de Miami, gracias a la gestión de Lesbia Varona.
“Dile a Isabelita que la recordé el otro día, porque vi a una vieja guajira cubana dándole un escándalo a un funcionario español en una oficina. Le daba una verdadera ‘guantanamera’, porque la vieja era tal ella, le gritaba al hispano ‘Pero mira que ustedes los gallegos son inoperantes: No saber dónde queda Caimanera y yo, que soy una mujer sin instrucción, yo sé dónde quedan Sevilla y Barcelona’. Y todo porque el pobre currutaco le dijo: ‘¿pero por fin usted de dónde es, de Cuba, o de Caimanera, o de Boquerón? Porque a mí eso de Caimanera no me suena’. Y la vieja se echó para el solar, furibunda. Me puse de su parte porque un abuelo mío era guantanamero, de la familia Baudín, y hasta tenía un cuñado llamado Dios Puente. Lo del nombre de Dios te juro que es cierto. A las hijas las llamaban “las hijitas de Dios’: ‘¡mira, por ahí vienen las hijas de Dios, qué mulaticas tan lindas!’. Y por supuesto que eran lindas, porque eran hijas de Dios…”