la necesidad de una segunda transición española

Segunda transición, foto de León de la Hoz

Segunda transición, foto de León de la Hoz

No me sorprende la noticia de que el presidente del Gobierno español comparecerá ante el Parlamento para dar explicaciones sobre las inquietantes declaraciones del ex tesorero de su partido actualmente en prisión. Tampoco me sorprende que hasta ahora hubiera evitado referirse a las evidencias procesales que están en manos del juez y que implican a su partido, a varios altos cargos e incluso a su propia persona por pagos y financiación ilegales. No obstante la conducta impropia para un presidente de escurrir sus opiniones lejos de la opinión pública y del contraste con los medios de comunicación, su situación se está haciendo insostenible frente a la demanda de los ciudadanos que salen a la calle a protestar, pero también de un sector de sus correligionarios partidistas y, además, de la opinión internacional, lo que hace inevitable que tome la capota y baje a lidiar al toro.

Sin embargo no hay que esperar de esta decisión nada que limpie la imagen del presidente y mejore el crédito político que gran parte de la sociedad pone en duda. Igual que durante otras crisis, el presidente espera que las estadísticas sobre algunos de los rubros sociales y económicos como el paro, la inversión externa y la deuda lo saquen del aprieto y le den un respiro. No obstante las estadísticas no son una solución para el presidente ni para el país que naufraga en la incertidumbre económica, el descrédito político y la corruptela, como un lugar cualquiera de esos que peyorativamente llamaban bananeros y ahora ofrecen salvación para miles de profesionales españoles abandonados a su suerte. El presidente pudiera no ser culpable con resposabilidad judicial de ciertos hechos, pero a estas alturas sí lo es políticamente.

En el mejor de los casos ni siquiera la renuncia del presidente serviría para devolver a España lo que ha perdido en breve tiempo en términos sociales, políticos, económicos y –no menos importante–, éticos y morales. Ningún partido y ningún líder serían capaces ni siquiera con una fuerte dosis de populismo y de valentía para recomponer el cuadro de unidad nacional y el espíritu democrático sobre unas bases diferentes a las conocidas, aunque tampoco para revitalizar una economía con un mediocre tejido productivo y unas políticas de austeridad que ahogan. La renuncia del presidente puede ser necesaria y sería ética, pero no es una solución para la esclerosis múltiple de España, aunque sí podría ser un primer paso de un proceso de gran alcance para el país.

Posiblemente la única forma de salvar a España sea con un Gobierno de concertación nacional que decida enfrentarse a la política dominante de la Unión Europea o salir de ella, que más tarde convoque un referéndum de una nueva Constitución que fortalezca el papel de la democracia sobre bases distintas antes de convocar nuevas elecciones. España podría dar un ejemplo de madurez política y democrática con una segunda transición, sin embargo no parece que este sea el escenario donde vivimos. Debería abrirse un debate sobre este supuesto estigmatizado por el poder al uso y el dogmatismo. ¿Es posible y necesaria una segunda transición? Por qué no.