el espionaje como una de las oscuras artes

007 James Bond 001Los espías ya no son lo que eran antes. La profesión de espía, que necesitaba de una gran vocación, se ha convertido en algo frío y despersonalizado. A mí siempre me ha gustado imaginar al espía como lo fue Casanova, sin embargo la imagen que tenemos del espía se parece más a la de James Bond. De cualquier manera, ya ninguno entra por una ventana con una pistola en la mano, fotografía con una cámara diminuta documentos encima de un escritorio, una cámara de espía, claro, y luego sale con el corazón rebotándole en el pecho. Entonces el espionaje era una aventura, llena de peligros, mentiras y camuflajes, a veces regida por ideales como la libertad y la democracia y otras por intereses abyectos. Las cosas más reprobables se justificaban con la moral de valores de un oficio sin moral. Antes fue una de las oscuras artes, semejante a ciertas artes marciales. Hoy el espionaje parece ser el aburrido oficio de técnicos que miran desde lejos lo que hacen otros, como paparazzis de la luna.

El supuesto espionaje de los Estados Unidos a varios países europeos ha puesto en pie de guerra a la opinión pública, sobre todo a la de orientación izquierdista, más sobresaltada por la intromisión de una de las agencias norteamericanas que por la desgracia y la secuela de los atentados de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Ningún país democrático ha sufrido tanto el efecto bumerán del terrorismo después de la desaparición del mundo comunista como Estados Unidos. Ni otro contribuyó más a la desestabilización y desaparición de ese sistema, entre otras cosas con el espionaje. Por supuesto que los Estados Unidos han hecho mucho en el pasado para granjearse esa simpatía de la izquierda, pero nuestros conceptos inevitablemente ideologizados políticamente y moralmente justificados deberían aplicarse en una misma dirección moral, por lo menos. Es inaceptable que demonicemos a ese país por ese motivo y no nos revelemos por el espionaje diario, masivo y consuetudinario del que somos objeto los ciudadanos en particular y la sociedad en general.

La era gloriosa del espionaje ha desaparecido con el desarrollo de las tecnologías de la información y la pérdida de ideales que la democracia misma se ocupa de hacernos olvidar. Miremos hacia atrás a aquellos espías de la literatura, el cine y el espionaje real que se han convertido en iconos y comprenderemos que su idealización formaba parte una época heroica, desaparecida, que duró desde la antigüedad homérica, contrapuesta a la no heroica de la actualidad. Hoy nuestros objetos de admiración son otros, aquellos que sin ser espías buscan, descubren la información y la sacan a la luz no importa si es de forma fraudulenta. Quizás la misma información por la cual antes un espía arriesgaba su vida. Snwoden, el hombre de nieve, parodiando a Le Carre, ese personaje que trabajando para una agencia de espionaje filtra los datos del escándalo más grande de la historia es el héroe de muchos aunque sea un traidor o un doble agente. Son los nuevos tiempos. Los espías ya no son los héroes, sino sus detractores.

La incoherencia del razonamiento de la sociedad es lo que más alarma, le llamo así aunque la ausencia de razonamiento es uno de los síntomas de la estupidez con la cual se confronta la sociedad, no tengo que llamarle hipocresía social a la actitud de la que se hace llamar la izquierda ideológica, tan lejos de Dios pero tan cerca de la derecha. Nos alarmamos porque se descubre el espionaje masivo de los Estados Unidos a un sinnúmero de ciudadanos entre los que podemos estar nosotros y algunos dignatarios como Ángela Merkel, sin embargo este enfado monumental con una gran carga moral contrasta con la pasividad conque permitimos que nos espíen a diario en las calles y plazas de las ciudades, o nuestro tráfico en internet para conocer nuestros perfiles de uso, y el espionaje a personas famosas o que se hayan comprometidas con alternativas sociales y políticas. Las cámaras, filtros y seguimientos aplicados de forma masiva o selectiva forman parte de la rutina orweliana y no nos inmutan, tal vez porque hemos interiorizado que son inevitables para nuestra propia seguridad.

Somos espiados por nuestros propios gobiernos democráticos porque el espionaje como tantas cosas que no nos gustan vino para quedarse desde la época clásica. Es consustancial del poder, nadie que no tenga poder, a no ser que quiera ser parte de él, necesita espiar. España sabe de eso porque tuvo una dictadura y ellas se apoyan en ese tipo de de distribución de poder, igual que los cubanos lo saben porque en la isla hay dos espías por cabeza y más de dos espías mentales por metro cuadrado. La diferencia es que en la democracia la sociedad civil es el contrapeso de la oscuridad donde labora el espionaje. La libertad y la ley son el mejor antídoto contra la excesos de los aparatos de espionaje. No hay que rasgarse las vestiduras.

La verdad es que sienta particularmente mal ver a quienes defienden el derecho a no ser vigilados, mientras se dejan vigilar. Confieso que no me importa pertenecer a esa masa difusa de ciudadanos que somos vigilados, si con ello se está evitando el peligro de otros o de los míos. Tal vez porque sé que siempre he estado vigilado, siempre ha habido un cubano dispuesto a vigilar. Cuando alguien me dice, cuidado que ese puede ser un agente, le digo, déjalo que trabaje. Espiar es un oficio como otro cualquiera, depende para quien se espíe y con qué objetivo, el problema no es de quien espía, sino de quien se deja espiar como sociedad o individuo. Europa tiene un problema, y el problema no son los Estados Unidos.