los insoportables lugares comunes

Lugares comunes, foto de León de la Hoz

Lugares comunes, foto de León de la Hoz

Detesto los lugares comunes. Cuando trabajaba con potenciales escritores era uno de los elementos en los cuales hacía más énfasis para provocar una visión personal de los mismos. En la vida de carne y hueso los lugares comunes o tópicos son abundantes e igualmente innecesarios, aunque apenas nos percatamos de ellos condicionan la existencia como parte consustancial de nuestra rutina. Tampoco los lectores más vulgares, la mayoría, se percatan de los lugares comunes literarios, de hecho el consumo masivo es directamente proporcional con la cantidad y calidad de los lugares comunes. Sin duda, los lugares comunes son una de las cosas que mejor distinguen la oposición entre vida y literatura. La vida es un lugar común y la literatura jamás puede serlo. Gracias a Dios la literatura y la vida son cosas bien diferentes, si bien hay quienes nos quieren hacer creer lo contrario a fuerza de vendernos lugares comunes.

La vida es un gran lugar común lleno de lugares comunes inevitables. Los horarios, la satisfacción de las necesidades y hasta los mismos deseos no son más que lugares comunes de nuestro paso. Sin embargo hay quienes se esmeran en cultivar otros nuevos o fomentar los viejos, haciendo que la vida sea un pesado fardo. Si no hubiera quienes trataran de destruir los lugares comunes que se producen en el lenguaje o la vida pastaríamos cómodamente en un planificado paraíso terrenal. Muy a nuestro pesar, son cada vez más los indicios que nos llevan a creer que convivimos de una forma estúpida el mundo de los lugares comunes como si fuera el único posible, no obstante que éstos nos llevan a vivir un mundo irreal. Si nos detenemos a pensar por un momento no sería difícil darnos cuenta de que muchas de las ideas que oímos o repetimos son lugares comunes, estereotipos, que influyen en el comportamiento. Gran parte de ellas vienen de la tradición, del mundo académico o del poder político, que evolucionan hasta quedarse y enquistarse.

Lo peor de las ideas que se convierten en lugares comunes es que tan socorridas, jamás sirven para identificar un problema, diagnosticarlo o solucionarlo. Todo lo contrario. Son una lente sucia que nos impide ver la realidad adecuadamente, en general son herencias de contextos históricos-culturales diferentes o conceptos del discurso, político e ideológico aceptados e incorporados a ciegas a nuestra visión del mundo, no importa que nuestra concepción difiera de la fuente que lo emite. Los tópicos conceptuales son los que más tiempo perviven en la memoria y también los que más daño hacen en el aprendizaje y la evolución social. Los verbales tienden a desaparecer o a terminar en el diccionario de la RAE, a veces de forma inexplicable. Si la sociedad tuviera una actitud menos pasiva hacia la información recibida sería más difícil que dichos tópicos se convirtieran en esquemas de la comprensión de muchos de los asuntos que nos rodean. Lamentablemente los lugares comunes abarcan todo nuestro espectro vital y tienen una enorme capacidad inmovilista.

La lista de los lugares comunes podría ser interminable y cada cual podría hacer la suya. La vida está llena de tópicos, los propios tópicos nos sirven para vivir más cómodamente de la ignorancia. Podríamos decir que son nuestros aliados cuando no queremos complicarnos y menos si esa complicación atañe a un desafío. Por eso también la literatura a veces sigue siendo preferible a la realidad, y ella es el mejor ejemplo de que debemos sortear o destruir los lugares comunes para no ser sus cautivos.