Los últimos resultados de los estudios de intención de voto dan por vencedores a Podemos, el partido que nació del espíritu del movimiento de desafección ciudadana conocido como 15 M, al cual muchos politólogos pronosticaron una muerte temprana y repentina. Si hoy se celebraran elecciones generales posiblemente Podemos alcanzaría la presidencia del país. En apenas ocho meses Podemos ha entrado como un elefante en una cacharrería y los partidos tradicionales, estudiosos y prensa de todo el espectro político responden con juicios antecedidos por análisis viciados, los mismos que ya hicieron con el 15 M. Podemos está bajo el microscopio y sólo se ve a Podemos aislándolo del contexto y haciéndolo parecer la enfermedad ante la opinión pública y no un síntoma. Interesa más acabar con Podemos que enfrentar los problemas esenciales del sistema porque sería enfrentarse a sí mismos. El descrédito y el miedo son las vacunas contra Podemos, en muchos casos justificados por el radicalismo y la improvisación populista del nuevo partido, todavía mareado por el protagonismo que en breve tiempo han alcanzado entre los que pueden ser sus votantes naturales y aquellos que los ven cómo los únicos intérpretes políticos de la debacle.
Lo que más llama la atención en esta guerra abierta contra Podemos son las acusaciones de populismo con las cuales ya han etiquetado al partido de Pablo Iglesias, como si el populismo fuera una característica intrínseca, distintiva y peyorativa per se de una posición ideológica determinada. El populismo es uno de las armas arrojadizas que más frecuentemente se usan para descalificar a Podemos, y es una de las más frágiles. El populismo, entre otras cosas y desde el punto de vista más negativo, puede entenderse como una estrategia demagógica dirigida a ganar adeptos y votos del pueblo llano en las democracias o para conservar el poder como suele ser en las dictaduras. Ningún partido, y menos los que han gobernado, puede decir que en algún momento no haya abusado del populismo para empatizar con el pueblo. Leído de otra manera, la demagogia populista de Podemos es censurable, pero la del PSOE y el PP no. Y vuelto a leer, la demagogia populista de Podemos es por hacerse con el gobierno, pero la del PSOE y el PP ha sido revalidada desde el poder. ¿Quién nos debe más pecadillos?
Si yo tuviera que enfrentar a Podemos jamás diría que es populista porque es un argumento que no revierte la empatía que en las circunstancias actuales tiene, sobre todo entre los sectores sociales más desfavorecidos por la crisis y las políticas de Gobierno. Por otro lado, todos sabemos, incluyendo a los propios dirigentes de Podemos, quienes cada vez relativizan más las posiciones intransigentes con las cuales catalizaron la inconformidad y la desafección ciudadana, que muchas de las soluciones a la crisis institucional nacional necesitan del consenso y otras no se pueden llevar a cabo sin romper los pactos y compromisos internacionales que se tienen con los socios y las instituciones europeas. Todavía es temprano para saber el costo que tendrá para Podemos sus excesos infantiles o si corregirán algunas de sus propuestas, incluso si tendrán respuesta para los problemas que surjan de sus promesas. De modo que en caso de llegar al poder el rojo de sus letras tendría que desteñirse a la misma velocidad que la rebeldía de sus soflamas, si quisieran convertirse realmente en una alternativa duradera. Entonces, si sabemos que es muy difícil que en la práctica Podemos pueda hacer lo que dice ser si no es conduciéndose como un partido suicida, ¿qué intereses se mueven detrás de la campaña de demonización a la que se prestan los medios más importantes del país?
Cualquier niño sabe que una cosa es querer el helado y otra tener el helado en la mano, sobre todo a cuarenta grados de temperatura. Entonces, ¿por qué tenemos que temer a Podemos? Los discursos, casi todos políticos, que convierten a Podemos en un peligro para el sistema, lo que expresan es el miedo a perder el poder que siempre es mejor repartirlo entre dos. Hasta hoy el sistema había alcanzado una aberración de color que a nadie le interesaba reparar y las instituciones respondían a estos intereses. Desde hace tiempo algunos estudiosos hablaban de la necesidad de reformar el sistema para mejorar la democracia, en España saltaron las alarmas cuando aún la corrupción no había alcanzado el grado de escándalo que tenemos ahora, pero nadie se lo tomó en serio. Se llegó a decir que era alarmismo a favor de gente que pretendía destruir el sistema, léase 15M. Si cada vez que alguien quiere cambiar algo se le acusa de incendiario muy poco aprecio tenemos de la democracia. De hecho a veces parece que los únicos que tienen derecho a cambiar a algo son los que menos ganas tienen de hacerlo.
Que se diga hoy que la atracción que ejerce Podemos en el electorado es motivado por la corrupción es volver a equivocar el diagnóstico del enfermo. La corrupción es parte del problema y expresa la moralidad de la política actual. Me gustaría recordar que en Madrid y Valencia la corrupción de todo tipo y la demagogia política tuvieron su esplendor con gobiernos de PP y no obstante ganaron con reiteración y amplitud el poder. Todavía hoy nadie se explica cómo pudieron ganar las elecciones a menos que los votantes no hicieran juicio moral o ganaran algo con su complicidad. Haciendo una lectura interesada pudiéramos decir que por esa regla Podemos no tiene porqué hacerse con la victoria en las próximas elecciones. Podría parecer que Podemos es el enemigo número uno del sistema, no obstante de que en todo caso sería el número dos. Sólo quienes no creen en la democracia pueden temer que otro partido cambie las reglas del juego que se negaron a cambiar ante la demanda de la sociedad, muchas de las cuales, como la ley de partidos son necesarias para la mejora del sistema. Se respira el miedo de la izquierda a perder protagonismo frente a Podemos y el de los grandes partidos a ceder poder.
No veo posible que España se transforme en una de las repúblicas tercermundistas a cargo de patriotas alucinados por utopías nacionalistas de izquierda, sería querer poco y creer menos en la capacidad de la democracia para regenerarse y la fuerza de sus instituciones. Me da más miedo ver la resistencia de los partidos tradicionales a cambiar sus cuotas de privilegios, el titubeo para condenar a sus correligionarios corruptos o la adopción de normas que afectan a la soberanía nacional, que ver la simpatía de los votantes con un partido que interpreta el sentimiento mayoritario de la sociedad. A veces me da la impresión de que lo que rechazamos fundamentalmente de Podemos no es lo que pretenden cambiar que gran parte aprueba, sino ese espíritu chulesco asambleario y su lenguaje de manual. Si ese partido es un peligro entonces algo hemos estado haciendo mal y con mayor razón habrá que cambiar las cosas para que no cambien demasiado, parodiando a Tomasi di Lampedusa.
Ya dije en otro lugar que Podemos no gozaba de mi simpatía pero que lo creía necesario. Digo más, es un partido con los defectos de la juventud, lo que no quiere decir que madure e incluso que más tarde padezca los defectos de la vejez, en la misma medida que los partidos tradicionales requieren de una renovación profunda, no sólo estética. Una cosa es el miedo a Podemos y otra es el que no puedo más. En esa dicotomía viviremos.