
Foto de León de la Hoz
A pesar de la normalidad que vive el país gracias a la fortaleza de las instituciones que garantizan la estabilidad democrática, España es como un tren en marcha que se mueve con todo el convoy de forma automática o, mejor dicho, con el piloto automático de Bruselas. Hace más de 100 días que vive con un Gobierno provisional que aunque ganó las últimas elecciones del 20 de diciembre no ha podido gobernar por no contar con los escaños suficientes en el Parlamento ni el apoyo de los otros partidos para formar nuevamente gobierno. Vivimos en un país sin gobierno que antes sufrimos por estar desgobernado y ahora está gobernado por la inercia democrática. Y todavía no sabemos si habrá elecciones nuevamente, en las que todo parece indicar que se repetiría un escenario similar de pactos y consensos.
La situación podría ser hilarante si no fuera porque la actuación de los partidos que podrían dar la gobernanza sitúan al electorado en un papel secundario, deslegitimando la soberanía del voto para elegir Gobierno. No son los partidos los derrotados sino los ciudadanos que han dado su voto para que se cumpla uno de los cometidos fundamentales de la Constitución democrática, el gobierno del país de forma democrática, o sea, para todos y con todos. Como consecuencia la situación actual pone en evidencia una de las cosas que mejor trasluce el resultado electoral con la irrupción de dos nuevas fuerzas políticas, Podemos y Ciudadanos, se trata de la necesidad de cambiar las reglas del juego. Unas reglas blindadas por el bipartidismo con el fin de la repartición del poder entre los partidos que se hacen llamar con “responsabilidad de Estado”, dígase PSOE-PP. Lo primero sería cambiar la actual ley electoral y de partidos, así como el funcionamiento de las cámaras del Parlamento.
No es justo que todavía la gente tenga que esperar para ver cómo el país echa a andar bajo las expectativas en las cuales han fundado su voto, después de una legislatura plagada de corrupción en el partido gobernante, además de medidas restrictivas y coercitivas de las economías familiares y las libertades, y el atentado del estado de bienestar. La actual composición del Parlamento es el resultado del impacto de las políticas llevadas a cabo por el PSOE y por el PP, el cual parece gozar de una posición privilegiada a más de cien días de Gobierno en funciones, en un limbo desde el cual le es más fácil sortear los continuos escándalos de corrupción, al mismo tiempo que compromete aún más la situación social y económica de la dependencia a las políticas europeas de sacrificio. Y lo peor es que esta situación podría extenderse incluso después de nuevas elecciones de confirmarse los pronósticos post electorales.
La fractura del espectro político no es más que la contestación de los ciudadanos a una realidad que afecta el crédito ideológico de los partidos. La actual composición del Parlamento que impide un Gobierno que no sea de alianzas y pactos es el resultado de esa fractura que afecta tanto a la izquierda como a la derecha, de modo que lo más razonable sería un Gobierno de amplio espectro que respondiera a la necesidad de rectificar las políticas que han llevado al descrédito de los partidos tradicionales. Esa sería una imagen más cercana a la realidad del electorado que espera un Gobierno. Sin embargo hasta hoy no parece que pueda salir un gobierno acorde con las posiciones de los tres partidos que debieran llamados del “cambio”. La ideología, más que la política es el común denominador del fracaso. La política es el arte del entendimiento y las buenas maneras para lograr algo, y este no parece que sea el caso.
Los votantes hicieron su demanda en la urnas, pero los partidos sin ninguna responsabilidad interpretan el voto como un asunto partidista, cuando el Gobierno es una cuestión de consenso, como nunca antes, dada la nueva composición del espectro político que obedece a una nueva realidad en la que gobernar presenta una tendencia más democrática que en épocas precedentes. Los partidos están obligados a entenderse desde esa posición para no humillar a los votantes que decidieron por el cambio cada uno a su manera, que es tan legítimo como necesario en democracia. Esperemos que no nos tengan que decir que nos hemos equivocado y que haya un acuerdo para crear Gobierno, sin estridencias populistas y sin el Partido Popular, que no tome el cielo por asalto, pero que cambie lo que es necesario y posible cambiar.