20 años de Gastón Baquero reaparecido en todas partes

José Lezama Lima al borde izquierdo de la foto, Gastón Baquero al otro lado en la derecha.

A veces nos sorprendemos de la forma en que el tiempo nos revela que existe. La rutina de la existencia es de una crueldad de la que no tenemos verdadera conciencia. Incluso podemos ser incapaces de ver nuestras arrugas cuando nos miramos al espejo después de veinte años. A veces necesitamos un acontecimiento que nos sirva de brújula, nos oriente en medio de la maraña de horas y nos ponga a pensar en que el tiempo existe. Hoy es uno de esos días. Han pasado veinte años desde que el poeta y amigo Gastón Baquero nos dejara físicamente. Apenas nos habíamos percatado que ya ha pasado una vida. Hay gente que a los veinte años ya ha vivido todo cuanto debía vivir.

Era un día gris, con la lluvia en la ventana, era triste y aún no sabíamos porqué, aunque la ciudad celebraba a su patrono San Isidro. Seguramente a Gastón le hubiera gustado saber que iba a morir ese día del santo labrador y habría hecho una sarcástica lectura oblicua, al decir de Lezama Lima, porque él, ingeniero agrónomo, había torcido su destino por la poesía y el arte de pensar. Se habría ido al otro mundo con una sonrisa, una vez más, después de haberse convertido tantas veces en literatura alterando el sentido del tiempo viviendo en otros mundos. Nadie como Gastón jamás había escrito tanto y con tanta originalidad sobre el destino y la trascendencia creando un nuevo misticismo sobre la vida, que nada tiene que ver con su credo católico, sino más bien con la magia y la reencarnación. Vida y muerte unidos por el principio de la trascendencia como transformación de la materia y la superposición del tiempo, en contra del principio del idealismo católico.

Si fuéramos a ser fieles al poeta este día en el que lo recordamos con más fuerza, seguramente después de veinte años podríamos imaginarlo sobrevivido en cualquiera de sus transfiguraciones: un tigre, un leopardo, un príncipe de Abisinia, un pez o un niño. Yo siempre lo recuerdo en aquellos tiempos en los que nos veíamos casi a diario para hablar de lo humano y lo divino, bastón en mano y sombrero al alcance como a punto de salir a un viaje sin regreso. Donde quiera que pueda estar quiero agradecerle la hermosa e intensa amistad que me dio en el último tramo de su vida, y sobre todo disculparme por no parecer tan devoto suyo como debiera, seguramente él sí lo entenderá, lo sabe, como supo el profundo cariño, admiración y respeto que nos tuvimos. De cualquier modo y a pesar de algunos, Gastón ya sobrevive en la poesía del mundo y en su caudaloso río. Su sobrevida empezó antes de morir y no nos necesita. Gastón está en todas partes.

 

Breve viaje nocturno

Según la leyenda africana, el alma del durmiente va a la luna

 

Mi madre no sabe que por la noche,

cuando ella mira mi cuerpo dormido

y sonríe feliz sintiéndome a su lado,

mi alma sale de mí, se va de viaje

guiada por elefantes blanquirrojos,

y toda la tierra queda abandonada,

y ya no pertenezco a la prisión del mundo,

pues llego hasta la luna, desciendo

en sus verdes ríos y en sus bosques de oro,

y pastoreo rebaños de tiernos elefantes,

y cabalgo los dóciles leopardos de la luna,

y me divierto en el teatro de los astros

contemplando a Júpiter danzar, reír a Hyleo.

Y mi madre no sabe que el otro día,

cuando toca en mi hombro y dulcemente llama,

yo no vengo del sueño: yo he regresado

pocos instantes antes, después de haber sido

el más feliz de los niños, y el viajero

que despaciosamente entra y sale del cielo,

cuando la madre llama y obedece el alma.

 

Fábula

Mi nombre es Filemón, mi apellido es Ustáriz.

Tengo una vaca, un perro, un fusil y un sombrero;

vagabundos, errantes, sin más tierra que el cielo;

vivimos cobijados por el techo más alto;

ni lluvias ni tormentas, ni océanos ni ríos,

impiden que vaguemos de pradera en pradera.

Filemón es mi nombre, Ustáriz es mi apellido.

No dormimos dos veces bajo la misma estrella;

cada día un paisaje, cada noche otra luz,

un viajero hoy nos halla junto al río Amazonas,

y mañana es posible que en el río Amarillo

aparezcamos justo al irrumpir el sol.

Somos como las nubes, pero reales, concretos:

un hombre, un perro, una vaca, un sombrero,

apestamos, queremos, odiamos y nos odian,

vagabundos, errantes, sin más tierra que el cielo

-Filemón es mi nombre, Ustáriz mi apellido-;

los míos me acompañan, lucientes o sombríos,

pero con nombres propios, con sombras bien corpóreas,

seres corrientes, sueños, efluvios de una magia

que hace de lo increíble lo solo de que creemos.

Filemón es mi nombre, Ustáriz  mi apellido;

somos materia cierta, cifras, humareda,

llevados por el viento, hambrientos de infinito,

un perro, una vaca, un palpable sombrero;

simples y sin misterios seguiremos el viaje:

por eso yo declaro al tomar el camino,

que es Filemón mi nombre y Ustáriz mi apellido,

que la vaca se llama Rosamunda de Hungría,

y que al perro le puse el nombre de una estrella:

le digo Aldebarán, y brinca, y ríe, y canta,

como un tenor que quiere romperse la garganta.

 

Retrato

Ese pobre señor, gordo y herido,

que lleva mariposas en los hombros

oculta tras la risa y el olvido

la pesadumbre de todos los escombros.

 

Él dice que lo tiene merecido

porque aceptó vivir, que no hay asombro

en flotar como un pez muerto y podrido

con la cruz del vivir sobre los hombros.

 

Cenizas esparcidas en la luna

quiere que sean las suyas cuando eleve

su máscara de hoy. No deja huellas.

 

Sólo quiere una cosa, sólo una:

descubrir el sendero que lo lleve

a hundirse para siempre en las estrellas.