El útimo Alcides, agradecido como un perro

Foto: havanatimes.org

Alcides era uno de los apodos de Hércules y el diminutivo de Alceo que significa valor, disciplina, sinceridad, amor y fuerza. Por si esto fuera poco, además de poseer todas esas virtudes, tan escasas en nuestros días, Rafael Alcides es uno de los poetas más representativos de la poesía cubana del siglo XX y de la generación de los 50 a la que pertenece. Acaba de morir, dicen, y seguramente será así, sin embargo la prensa del país donde vivía, su país, nuestro país, no ha dicho nada. Cualquier país normal sentiría orgullo de un poeta de su envergadura, la pérdida habría llenado las primeras planas de los periódicos o en su defecto, ya que en Cuba hay pocos periódicos pero no hay periodismo, el espacio que hay entre la tierra y el cielo, que es el lugar apropiado donde las patrias acogen a los grandes hijos como Alcides. Así paga el actual Gobierno cubano la sinceridad y la valentía de un hombre que se caracterizó por decir siempre lo que sentía, a veces con una ingenuidad peligrosa en un país donde la doble moral es una condición lógica para sobrevivir y de eso sabemos bien los que sobrevivimos. Lo cierto es que Alcides ha muerto y yo me quedé por recibir una vez más uno de esos abrazos que él daba como nadie.

Después de saber la triste noticia he llamado al poeta Manuel Díaz Martínez. Cuando uno está lejos de todo a veces lo poco que tiene es poder hablar con un amigo con quien pueda recordar el camino de vuelta a casa, y eso hicimos Manolo y yo. Recordamos aquellos años en que a pesar de que yo era muy joven me juntaba, en contra de la opinión de la Brigada Hermanos Saíz de imberbes escritores y artistas, con aquel grupo de escritores de la generación de los 50 que habían sido castigados con penas más o menos largas y duras después del Congreso de Educación y Cultura en 1971, a veces por discrepar o por ser sospechosos, o sencillamente porque escribir incluso dentro de la Revolución era un oficio peligroso a merced de quienes trazaban las líneas del fuera de juego. Fueron años duros para estos escritores, parafraseando a Jesús Díaz, y de esos tiempos quedó un reguero de víctimas, mis amigos eran parte de ellas. La lista de aquellos castigados era larga y sus penas estaban coronadas con el silencio. La política del silencio ha sido el mejor de los castigos que el Gobierno ha manejado con los escritores y buena parte de ellos lo ha sufrido de alguna manera como parte de la terapia revolucionaria y el tratamiento sanitario a quienes movieron un pie fuera de la línea que trazara Fidel Castro en 1961, “Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada”.

Conocí a Alcides a principio de los 80, no recuerdo exactamente cuando pero sí puedo decir que fue antes de 1984 porque aún yo no había ganado el David de ese año, quizá cuando acababa de publicar Agradecido como un perro (1983). Creo que nuestro primer encuentro se produjo en la casa de Malecón, la casa de César López donde nos veríamos todas las semanas para hablar mal del Gobierno y los gobernantes, políticos e intelectuales. Luego algunos de aquellos silenciados fueron nuevamente aceptados e incluso integrados después de un proceso paulatino de desactivación. Sin embargo Alcides, terco en la sinceridad sobre lo que había creído y de lo que se sentía traicionado, no se dejó seducir por el juego de espejos que proponía el Gobierno otorgándole identidades nuevas a aquellos que antes fueron víctimas de la represión ideológica. Se sentía traicionado por la Revolución y actuó en consecuencia. Habrá mucha gente que lo recordará por sus poemas y por su actitud, pero otros también lo recordaremos por la ternura conque templaba su vehemencia. Era un hombre muy amoroso con los amigos, que gesticulaba abriendo los brazos y las manos como si hablara también con ellos, y a todos los encuentros ponía esa voz radiofónica que acompasaba su voz de poeta que parecía salido de una forja.

Alcides ha muerto, yo lo recordaré, su familia lo recordará, los amigos y los lectores lo recordarán y lo querrán. No importa que el Gobierno de su país no haya cumplido con el deber de recordarlo, este Gobierno y sus representantes, incluyendo los de la cultura, pasarán, pero Alcides posiblemente quedará para siempre en la memoria del país. Era un hombre bueno, digno y un poeta excelente, virtudes cada vez más necesarias en un país que posiblemente haya perdido a su último Alcides.

El agradecido

A Nati Revuelta

Toda mi vida ha sido un desastre
del que no me arrepiento.
La falta de niñez me hizo hombre
y el amor me sostiene.

La cárcel, el hambre, todo;
todo eso me ha estado muy bien:
las puñaladas en la noche,
y el padre desconocido.

Y así de lo que no tuve
nace esto que soy:
bien poca cosa, es verdad,
pero enorme, agradecido como un perro.