Estimado señor Mark Zuckerberg

@mariussperlich

Obra de la artista Marius Sperlich @mariussperlich

Me dirijo a usted porque no veo a quién más pudiera acudir de la compañía que dirige. Y lo hago únicamente en mi nombre, aunque seguramente habrá muchas personas de todo el mundo que están preocupadas por las mismas cosas que trataré de enunciar brevemente en esta carta. Sé que no somos la mayoría, pero tampoco usted fue mayoría cuando descubrió e hizo valer el proyecto que ahora todos conocemos como Facebook. La historia de la humanidad y sobre todo la que podríamos empezar a contar desde mediados del siglo pasado nos demuestra que eso que llamamos mayoría no siempre tiene la razón, es más, casi nunca la tienen, sobre todo cuando la misma está motivada por la necesidad, las emociones y los sentimientos más primarios. La razón de la mayoría ha engendrado verdaderos monstruos sociales, políticos y económicos que terminaron engulléndose a esa mayoría, sin embargo la humanidad ha demostrado que aprende poco de sus errores. Recientemente esas mayorías han alcanzado enorme relevancia gracias a la visibilidad que las redes le proporcionan por su inmediatez y solidaridad. Los estudios que se hacen cada vez con mayor frecuencia, muestran el profundo impacto de las redes en nuestra vida y que no son un inocente recurso para informarnos y comunicarnos. Las múltiples implicaciones a las que estamos expuestos nos obligan a reflexionar con responsabilidad tanto a los usuarios como a los que se hayan manejando los hijos invisibles de nuestras relaciones y propiciando los sujetos con quienes nos relacionamos y el objeto de las mismas. Una plataforma de relaciones se erige sobre esa idea de la mayoría y sus necesidades que nadie como Facebook ha sabido reconocer, dándole a gran cantidad de personas la oportunidad de sentir el estímulo de ser y estar en igualdad de condiciones como uno más de un mundo que comparte con millones de “amigos”.

En los últimos meses hemos visto cómo la imagen de Facebook se ha visto empañada por el escándalo de la empresa Cambridge Analytica que accedió a la información de 50 millones de personas que se hallaban bajo la custodia de Facebook y fue usada para influir en las elecciones de Donald Trump, no porque hubiera una fuga de información privada, sino por un error en la concepción del negocio que está basado en el uso y el tiempo que los usuarios se mantienen en la plataforma. No hay que llamarse a engaño, en cualquier negocio donde seamos el agente activo y no paguemos por el servicio el producto somos nosotros. Eso, por supuesto, pasa inadvertido para la mayoría. No tendría mayor importancia que la dada por un extremista de la ética, si además de convertirnos en objeto con un valor de mercado, o sea, en una mercancía, no tuviéramos que soportar la posibilidad de que terceros nos prostituyeran usando nuestro perfil mercantil con otros fines sin recibir nada a cambio, además de soportar que nos limiten la libertad con criterios de dudosa ortodoxia y mediante métodos fallidos como es la tecnología de los algoritmos. No me gustaría decir que una gran parte de esa mayoría silenciosa técnicamente está siendo usada como esclavos. Una esclavitud indolora e invisible pero con una reconfortante capacidad para enajenarnos mediante la información que recibimos de los demás y la autosatisfacción de los like, no importa que a veces el precio sea la adicción en los jóvenes, la depresión y la ansiedad en los mayores, como revelan recientes estudios, y convertirnos en piezas de los juegos de poder repartiendo noticias falsas. No es menos importante la polémica censura de imágenes que supuestamente atentaban contra las normas de convivencia de la comunidad de esa red, casos en los que se abusaba del poder de la administración de la red para prohibir imágenes que no merecían el veto. Muchas de ellas eran reproducciones de obras artísticas que están desde hace tiempo en la cultura visual de la sociedad, llama la atención la obsesión por los pezones femeninos. Sin embargo este exceso de atribuciones que afecta de forma preocupante a la libertad no ha sido lo más resaltado en los medios tradicionales.

No es la primera vez que la libertad de expresión se enfrenta a las decisiones burocráticas y autocráticas del poder, lo insólito es que en la era de la tecnología de las comunicaciones, donde la libertad ha tomado el camino libérrimo de la caotización de la información al producirse un trasvase del poder a los propios individuos, entidades que se ocupan de distribuir esa información no sepan qué hacer para hacer frente a un problema que ellos han creado. La lectura de las Normas Comunitarias de Facebook son un ejemplo de ello. Se pueden leer completamente en este enlace https://www.facebook.com/communitystandards/introduction. La impresión que produce una simple lectura desconcierta, no voy a comentar cada caso de contradicción y ambigüedad, porque necesitaría más espacio. Más que normas parecen una guía para crear un clima de estabilidad que permita la salvaguarda del negocio más que la coexistencia de la comunidad de la red. Ya lo hemos visto, nosotros somos la mercancía. Ahora bien, lo que más llama la atención es que con ese fin no sólo practiquen un control, férreo según mi experiencia, sino que se pretenda controlar, fiscalizar e incluso prohibir, además de la libertad de expresión, según las normas, también la libertad de información. Si la red ofrece “la posibilidad de bloquear, dejar de seguir u ocultar publicaciones y personas”, de forma que los usuarios puedan controlar su propia experiencia ejerciendo el libre albedrío de los individuos, entonces ¿por qué Facebook ejerce una censura a la propia autocensura que los adultos podemos hacer de nuestras relaciones? Y, además, ¿por qué es tan errática de los contenidos especialmente de las imágenes que considera desnudos que no se deben compartir de manera no consentida o a menores y a parte de la comunidad acorde con su moralidad? Podremos pensar que la inteligencia artificial aún es imperfecta, pero no podemos ser indulgentes desde el punto de vista del ciudadano, que también tiene sus normas y su ética, es que la víctima de la imperfección tecnológica sea la sociedad democrática al ver mermada nuestra capacidad de publicar y decidir con quién y cómo ejercemos la autocensura, mucho más saludable y necesaria que la censura.

Cualquiera podría decirme que tengo la opción de abandonar la comunidad de Facebook, es cierto. Sin embargo el problema no es ese, ese en todo caso sería mi problema. El problema es un problema de todos al que no podemos volver la espalda porque en ello se juega el futuro de nuestros hijos. La censura de los grandes y nuevos poderes a la libertad es una pieza del cisma que se está produciendo en las sociedades postindustriales y de la corrupción de la democracia. La crisis económica que se sitúa en 2007 con la caída de Lehman Brothers dejó al descubierto la línea de flotación del barco donde vivimos, puso en entredicho las políticas del neoliberalismo más dogmático, mostró el menoscabo y la falta de autoridad de los poderes tradicionales y el nuevo rol al que iban a quedar supeditados. Como consecuencia también asistimos al surgimiento de un nuevo poder que no era el de la mayoría que se expresaba en las urnas cada cierto tiempo, sino el de una mayoría que se expresa a diario a través de las redes que sobrevivieron a la debacle de las punto.com y que tiene el defecto de todas la mayorías, voluble, vulnerable, manipulable y anónima. En otras épocas las mayorías eran conducidas por un líder que podía ser una idea, una persona o una institución; hoy día se conducen a golpe de hashtags que son el reflejo de emociones y sentimientos puntuales como indicio de la enfermedad que padecemos. El grave problema que revela esta nueva dinámica social es que quienes debieran asumir el liderazgo frente a las enfermedades de la sociedad se hayan ante el dilema de ejercer como farmacéuticos para curar un dolor de cabeza o como cirujanos que extirpen y curen la enfermedad, un proceso que nada más puede ser afrontado con valentía, renuncias y empeños a largo plazo que nadie quiere asumir. Es difícil que los políticos, a remolque de una nueva relación con las mayorías, puedan dejar de hacer el ridículo y romper con la inercia. La actualidad, las emociones y las mayorías mandan y demandan a que se les someta y para eso están los nuevos medios de dominación en las redes a través de las fake news, las deepnews y los bots. Un verdadero arsenal lenitivo, silencioso e invisible al alcance de todos para menoscabo de la democracia y sus instituciones.

Está claro que se avecinan nuevos tiempos y que aún no sabemos cómo serán. El desarrollo de la tecnología va a poner a prueba a las sociedades democráticas y sus líderes, van a ser necesarias estrategias comunes para defender a la democracia de la democracia que viene. Será necesario un planteamiento honesto, inteligente y ético que dé prioridad a los valores humanos y supedite a los valores económicos y financieros, centrándose una vez más en las conquistas de la Ilustración renovada. A veces la mejor manera de avanzar es dando un paso atrás. La situación creada por una serie de sucesos en cadena como la banalización postmoderna de valores, la caída del muro de Berlín, la globalización, la preeminencia del neoliberalismo económico e ideológico, la crisis económica mundial y el actual resurgimiento de las tendencias populistas neoconservadoras y neorevolucionarias han dado lugar a una situación de preocupación, expectativas y cambios similares a los que han tenido lugar en otros principios de siglo. Pero también a nuevas rivalidades en las se juegan un reparto diferente del mundo en el que se crean contrapesos y alianzas de todo tipo en la reconfiguración de un mapa geopolítico nuevo. No sabemos a dónde vamos y sí sabemos que vamos a un mundo diferente e inevitable al que están contribuyendo a formar empresas como Facebook, de modo que les toca asumir con responsabilidad el papel de interlocutores e intermediarios para que esos cambios se produzcan de la mejor manera y de forma positiva. Más que regalando limosnas a los pobres como todo buen rico que se precie y regulando la red sobre criterios de estabilidad que dejan mucho que desear, lo mejor sería que Facebook y todas las redes se comprometieran a garantizar que no sufriera la democracia. La democracia y la libertad están por encima de los derechos de tendencias y grupos y eso solo es posible garantizando la libertad y los derechos de todos, y asegurar que eso se cumpla sin menoscabo. Si no Facebook y las otras tecnológicas podrían convertirse en cómplices del retroceso de la democracia y las libertades. Las mayorías huérfanas necesitan la aprobación de los demás, su otro yo, un padre en las dictaduras, que en las democracias es un peligro del cual solo nos pueden resguardar unos líderes inteligentes y unas instituciones sanas. Si no todo se puede desmadrar como hemos podido ir viendo con el crecimiento horizontal de la estupidez, representada por movimientos populistas sociales y políticos donde priman la intolerancia, el puritanismo, el nacionalismo, el proteccionismo y otras joyas de lo políticamente correcto.

Finalmente, quiero decir que Facebook me ha prohibido imágenes que según su criterio merecían ser censuradas acorde con sus normas, se supone que por haber detectado contenido inapropiado en relación con el cuerpo humano desnudo; me ha amonestado por hacer supuestamente spam a pesar de que mi uso de la red es accesorio mediante otra plataforma; además me informaron que mi cuenta, también supuestamente, habría podido ser víctima de Cambridge Analytica. Sin embargo las imágenes no comprometían esas normas, ni por el contenido ni por la intención, así lo hice saber mediante la vía de réplica que nos ofrecen a los usuarios. En una ocasión se trataba de la reseña de un libro fotográfico de Helmut Newton que en su portada tenía una de sus famosas fotos de mujeres desnudas o con poca ropa, y en otra una noticia de un diario sobre las playas de nudistas españolas donde no se percibía ningún desnudo a la vista. Sin embargo, da igual de lo que hubiera sido. En mi réplica quise ponerles al tanto de una verdad de Perogrullo: el cuerpo humano desde los tiempos de la Venus de Willendorf ha sido fuente de inspiración de los artistas con la intención de sublimarlo según sus talentos, estilos y épocas. Sin embargo también el arte y los artistas han tenido que sufrir la interpretación prejuiciosa e interesada de quienes en un momento determinado han detentado el poder político, arrogándose el derecho a decidir lo que produce un artista, la manera de distribuir ese producto de su mente y espíritu y, lo peor de todo, ha decidido no solo sobre la libertad del artista, sino sobre la libertad de elección del público y consumidor. No obstante, mi deseo de revisión y reconsideración de la decisión de penalizarme cayó en saco roto. De modo inevitable parece ser que nadie escucha del otro lado de la red, se remiten a las normas una y otra vez, con toda seguridad nos responde un algoritmo o un bot como si la razón de quienes prohiben no necesitara de ningún interlocutor que el propio poder. Aunque es difícil, la primera señal de cuidado de la llamada estabilidad en las redes debería venir de tratarnos como a personas, las personas unas más que otras necesitan de un interlocutor que discurra de cuando en cuando. Lamentablemente las redes parecen construidas a imagen y semejanza de sus administradores. Uno no puede tratar de hablar con Dios y que le salga una máquina administrada por inteligencia artificial. Es lógico entonces que suceda lo que sucede. Uno como yo puede sentirse depreciado como mercancía y decida salirse del sistema. Si Dios no escucha algún problema tiene que existir además del propio Dios.