Una de las cosas que tengo siempre presente en la educación de mi hijo menor es el miedo. No es poca cosa enseñarle que el miedo es tan necesario como el valor y que tener miedo no es malo, lo que no es bueno es ser miedoso. El miedo es una respuesta conservadora, consciente o inconsciente, que nos permite ser valientes. Sin miedo no podríamos tener valor. El problema es tenerle miedo al miedo, eso nos convierte en cobardes. No es la primera vez que la sociedad española ha superado el miedo antes y durante la democracia, lo conoce. Los españoles vivimos un momento en que el miedo se ha instalado, otro miedo, y hay muchos que les interesa incitarlo sin darnos la oportunidad de pensar si lo que nos dicen merece ser temido. Apelan a los instintos y temores del pasado que perviven en nuestro subconsciente producto de las duras experiencias de la historia colectiva e individual, familias de izquierda y derecha que sufrieron el horror en carnes propias o en las de sus padres y abuelos. No es solo el miedo que nos provoca todo cuanto nos recuerde la ultraderecha, también el que retrotrae a la ultraizquierda. Se está convirtiendo en una cosa normal que nos intimiden con los fantasmas que flotan en el aire como la pólvora de la guerra para sacar provecho político en las urnas o cuando sus programas no cuentan con los apoyos suficientes en el Parlamento. La democracia no puede dejar de racionalizar el miedo sin el peligro de autolesionarse y el tipo de mensaje que infunde miedo dirigido a individuos condicionados por sentimientos primarios difícilmente puedan ser racionalizados. La sociedad democrática debiera ser racional porque en la racionalidad es que se basan sus instituciones, si las instituciones dejaran de ser racionales como a veces parecen no ser sus representantes, entonces correríamos el grave riesgo de hacerla peligrar. El miedo provoca un efecto movilizador y aglutinante contra aquello que nos amenaza sin que importe la ideología que se tenga, lo hemos visto recientemente en las movilizaciones proindependentistas o prointegracionistas, pero cuando se trata de un miedo ideológico entonces se reviste de la argumentación separando, mutilando y extrañando a unos ciudadanos de otros. El miedo siempre es beneficioso para quienes lo propagan pero el miedo ideológico puede ser de una magnitud devastadora para la democracia.
El último episodio del miedo lo ha protagonizado el partido de ultraderecha VOX después de que fuera llevado por una parte considerable del electorado al Parlamento andaluz y se convirtiera en una fuerza indispensable para formar el nuevo gobierno. Una nueva etapa de la democracia se acaba de inaugurar como lo fue con la llegada de Podemos. Dos extremos nacidos de un mismo contexto con orientaciones antagónicas, unos se alejan del centro por la derecha y los otros por la izquierda. Igual que sucedió con Podemos cuando llegó al Congreso, la opinión pública se ha volcado en desacreditar a VOX, y la izquierda llama a movilizar a la sociedad contra ellos, como si los votos que los sostienen no tuvieran valor. Los que no supieron hacer su trabajo, los políticos, nos empujan a hacer el trabajo por ellos. Todos se llevan las manos a la cabeza. Si a la izquierda le había surgido su alter ego por la izquierda con Podemos, a la derecha le ha surgido el suyo por la derecha. No obstante, por primera vez los Parlamentos españoles empiezan a ser un reflejo más nítido de la sociedad si de eso trata la democracia, por otro lado la falacia de los dos bloques políticos-ideológicos que parecían la imagen real de la transición se han roto definitivamente para dar paso a un mosaico de alternativas que va a significar más trabajo y talento en los partidos acostumbrados a la alternancia y a mirar sobre los hombros a los minúsculos movimientos de la alteridad destinados al ostracismo. La clase política, sobre todo esos que ganan un salario y prebendas para representar proyectos por los cuales se les ha votado, es la verdadera responsable de la aparición de nuevos actores políticos cualesquiera ideología y propósitos, sin embargo parece que no es así o al menos eso nos quieren hacer creer. Los mensajes que se escuchan desde los partidos son aquellos que nos infunden miedo y por lo tanto nos responsabilizan, “este es el malo y si lo votas tienes la culpa”, cuando en realidad han sido los políticos quienes no han sabido responder de manera política y no ideológica a las demandas de una sociedad plural. Los análisis que se se hacen desde las izquierdas miran para otro lado y nos ponen en los hombros la responsabilidad de que haya resurgido la derecha extrema, ninguna autocrítica y análisis sobre el origen de la misma, del mismo modo que lo hizo el PSOE cuando vio aparecer a Podemos por la izquierda. La solución que tienen es mover sus asientos un poco hacia la izquierda o la derecha. Ni los votantes de VOX deberían tener miedo de los otros, ni los demás deberían temer a VOX.
Hay ideas y sentimientos creados y justificados por el pasado que impiden contextualizar y justificar adecuadamente la aparición de VOX, es parte del combustible que usan los partidos de izquierda para su demonización, es lo mismo que se hizo a la llegada de Podemos. Es normal, incluso necesario, que haya un enorme por ciento de la población que rechace los extremos porque no hay evidencias de que en el actual contexto no vayan a ser los mismos que sus antecesores, pero no es justo ni útil a la democracia que los políticos se conviertan en los adalides del miedo a esas fuerzas sin un análisis y un concierto que evite el enconamiento de la convivencia. Una cosa es que el programa pueda ser ultraconservador y otra que él mismo y por sí solo vaya a significar una subversión de la democracia, incluso en caso de que se lo propusieran, y si no es así deben estar. El hecho de que haya una tendencia del electorado que coincide con ellos merecería una reflexión profunda sobre la necesidad de que exista un partido que refleje la necesidad de esa parte de la población aunque no estemos de acuerdo. Las ideas sobre el respeto y conservación de las fiestas tradicionales, el toreo, la caza, la familia, la violencia de género, el maltrato a los niños, la inmigración y la defensa nacionalista son tan respetables como aquellas a las que se enfrentan por muy conservadoras que sean y no ponen en peligro la estabilidad social ni democrática, ni siquiera a pesar de lo mal explicado que VOX lo hace para aquella parte de la sociedad que no coincide con sus votantes. Ha quedado demostrado que hay un segmento de la sociedad a la que no se le ha tenido en cuenta para hacer política y esos se sienten representados por VOX. Cuando se gobierna ideológicamente, da igual la ideología, suelen suceder estas cosas y unos se sienten marginados y despreciados. Por demás, una parte de la población que no está de acuerdo con ellos, no obstante sabe que muchas de las leyes y normas a las que se opone VOX no son perfectas y en ocasiones son usadas políticamente por los partidos, las instituciones y los individuos haciendo un uso oportunista y a veces fraudulento de las mismas. VOX se sostiene precisamente de esos intersticios que la democracia deja cuando haciendo uso de la razón y de la justicia no tiene en cuenta que se gobierna para todos, incluso para quienes no nos gustan o merecieran vivir en otro país y otra época. A esta dinámica ha contribuido de forma determinante la aparición en los últimos años de Podemos con un discurso de radicalización al que se suma el PSOE para contrarrestar la pérdida de votantes y que afectaba a esas cosas que reivindica VOX.
Lo cierto es que todos los partidos hacen uso del miedo, no importa el credo político y han sido creadores y víctimas del miedo de los partidos contrarios. La necesidad de diferenciación en un contexto donde la política cada vez tiene cada vez menos autoridad y capacidad decisoria obliga a diferenciarse de contrarios políticos extrañándolos en la opinión pública y por esa vía errónea los convierten en enemigos. El contexto es propicio para el miedo: sobrevivencia de la crisis económica, crisis de los patrones morales tradicionales, crisis de la política, cambios generacionales, surgimiento de corrientes políticas y sociales alternativas, transformación de las jerarquías sociales que han perdido su estructura de bloques rígidos caracterizados por la ideología para convertirse en nodos gaseosos donde predominan los mensajes socio-emocionales que refuerzan la pertenencia de los individuos frente a la maquinaria perversa y pervertida de las instituciones. Y sobre todo la incapacidad de los políticos para solucionar las demandas o la capacidad que no les falta para crear problemas donde no los había. Unas veces esos individuos que han dejado de ser sujetos pasivos del miedo, pueden llegan a relacionar la discrepancia social alentada por el antagonismo y el miedo en movimientos cívicos, aunque la mayoría de las veces se quedan en las redes sociales hasta que surgen otros mensajes de los cuales se convierten en agentes de la expansión. A ellos va dirigido el miedo hacia los otros, y ellos mismos se convierten propagadores del miedo al mismo tiempo que se culpa a los demás de las enfermedades que los mismos políticos provocan alentando en la gente lo que les diferencia, el odio y el resentimiento encubiertos en mensajes de redención. Todavía, en las actuales condiciones no ha surgido el mesías que aglutine toda la insatisfacción de la sociedad y las redes sociales han encontrado en esa voz coral su sucedáneo. Lo único que puede frenar su aparición es el fortalecimiento de la democracia y dejando que los Parlamentos de parezcan más y mejor a la sociedad. El surgimiento de determinadas tendencias populistas políticamente y extremas ideológicamente no son obra y gracia de ningún ente perverso, sino de las condiciones materiales de vida y de la crisis de valores a la que ha contribuido la clase política que parece no tener espejos en sus despachos.
En la sociedad española hay dos factores, uno consciente y otro inconsciente que nos conminan al miedo. El inconsciente es la historia, el pasado y la leyenda que también se ha hecho de la historia del país relacionado con la ultraderecha que gobernó. También la derecha ha hecho y hace con la izquierda radical una leyenda diferente. Ambas leyendas nacen en los modelos que las representan y que tienen su origen y desarrollo en el pasado sembrado de crímenes. Cuando uno oye hablar de ultraderecha piensa en lo peor que vivió la humanidad víctima del fascismo. Si pensamos en la izquierda radical igualmente pensamos en su modelo comunista que rivalizó en España por el poder. Lamentablemente el imaginario está desprovisto de futuro y mira permanentemente al pasado porque el pasado todavía no es historia siendo revivido por una sed de justicia a veces paradójicamente y contradictoria. La psicología social del español a pesar de las nuevas generaciones está condicionada por las historias particulares de la guerra dentro de la historia nacional que parecía resuelta con la transición. La historia del golpe de estado del dictador Francisco Franco, la guerra civil, la represión con sus muertos y exiliados constituyen un peso muerto que en los últimos años una parte de la sociedad civil ha devuelto al presente con cierto espíritu de ajuste de cuentas revestido de justicia poética. La izquierda, principal perdedora de aquella trágica secuencia histórica, ha asumido el papel de la redención sin medir las consecuencias, recreando desde su representación de Estado un protagonismo político que debió dejarse en manos de tribunales si de verdad se quiere hacer justicia histórica y no mala memoria. A veces ha parecido que la izquierda, envuelta en la bandera republicana y sin dejar el gorro frigio, espada en mano ganaba una batalla que en realidad ganó el tiempo rindiendo al dictador en la cama. Si este no fuera un país con leyes democráticas la izquierda que está a la izquierda de la socialdemocracia habrían arrasado con el pasado de la historia, destruyendo todo vestigio de un periodo de la vida de los españoles. A veces la obsesión por el pasado es tan delirante que parece que todo el país necesita ser psicoanalizado. El otro factor, el consciente, es la manipulación que hacen determinados políticos y partidos interesados de los sentimientos y las emociones, alentando una enemistad que les dé réditos políticos. Lo cierto es que lo que llamamos extremas izquierda y derechas en España merecería un examen menos apasionado de clisé a que estamos acostumbrados.
Sería un gran aporte para la convivencia que la sociedad mirara más el presente y así misma. El miedo puede ser un anclaje al pasado que no debía ser usado para ganar posiciones a costa del sufrimiento y las penas de los otros. Cuando preparaba mi libro sobre el el movimiento cívico que se originó en Madrid denominado 15M la gente me etiquetaba ideológicamente en la izquierda, luego cuando acabé el libro Los indignados españoles: del 15M a Podemos y llamé la atención sobre los excesos y desvíos de Podemos me etiquetaron de derechas. Entonces, a pesar de mis críticas a Podemos y lo que considero una traición al movimiento del 15M defendí la necesidad democrática de que ese partido existiera. Hoy pienso lo mismo de VOX y seguramente me afiliarán. La extrema izquierda representada en Podemos se albergaba en Izquierda Unida y el PSOE, la extrema derecha siempre ha vivido en la derecha fundamentalmente en el PP. Siempre han existido los extremos y no hay porqué temer a la discrepancia y la lucha de ideas y proyectos democráticamente. El propio contexto institucional de la democracia cuando funciona bien ejerce un control sobre los picos de extremismos que se producen en esas filas. Si miramos hacia atrás no imaginaríamos que Podemos es el mismo a aquel que llegó descamisado queriendo tomar el cielo por asalto, la propia convivencia institucional y con el poder les ha mojado la mecha. La democracia debe hacer frente al miedo con la racionalidad y no dejar que el miedo se convierta en terror. Si hay terror y falta de confianza se desataría la hybris y esa temeridad podría ser grave para la propia identidad y seguridad de la democracia. En una democracia saludable no hace falta infundir miedo, ni temer miedo, ni forjar enemigos, todos caben como una condición de respetar las normas y valores sobre los que se erige el edificio de la misma. La democracia, como decían en mi pueblo de las madres que han tenido muchos hijos, tiene las caderas anchas y sus hijos serán mejores o peores. No hace falta que nadie nos anime a tomar una pistola para defendernos. Como diría Berlanga en su sátira costumbrista plena de estereotipos y simulaciones que a veces la política parece parodiar, bienvenido, míster VOX, con lo bueno y lo malo que nos pueda traer. Esto es España, donde quizá no haga falta desenterrar a Franco, sino enterrar a Freud.