Yoandy Cabrera escribe sobre La poesía de las dos orillas de León de la Hoz

El siguiente trabajo del poeta, crítico y profesor Yoandy Cabrera, sobre La poesía de las dos orillas. Cuba (1993-1994) forma parte de un trabajo más extenso titulado «ANTOLOGÍAS Y PRÓLOGOS EN EL CAMBIO DE SIGLO: LA POESÍA CUBANA ANTE EL ESPEJO DE LA CRÍTICA», Alberto Sosa (ed.) Reading Cuba. Discurso literario y geografía transcultural. Ed. Aduana Vieja, 2018, pp.310-333. El ensayo del autor, incisivo e inteligente, se reproduce íntegramente en el siguiente enlace: https://leondelahoz.files.wordpress.com/2019/01/de-yoandy-cabrera-1.pdf

Dentro de la tradición poética en Cuba, los prólogos a las antologías, así como los artículos que pretenden un análisis panorámico o generacional, tributan al difícil intento de crear un mapa lírico insular que cada vez se ha hecho más complejo y diverso por la pluralidad de estilos y temas[1], así como por la tendencia generalizada a la descentralización de todo posible núcleo generacional[2], político o geográfico. La poesía cubana se ha vuelto cada vez más difícil de sistematizar. Por esas mismas razones vale la pena observar los modos en que algunos críticos intentan leer la lírica de los últimos treinta años. Las selecciones antológicas suelen ser siempre más o menos arbitrarias, más o menos cuestionables; pero es en los prólogos, en el ejercicio crítico del antologador o del ensayista, donde se gesta y se justifica (mejor o peor) la pertinencia de esa muestra que puede ser más o menos representativa.

El presente trabajo persigue analizar tres propuestas críticas a partir de los prólogos a algunas de las más recientes antologías de poesía en la isla. La primera en ser analizada es La poesía de las dos orillas (1994) realizada por el crítico y poeta cubano León de la Hoz. Este primer volumen me parece fundamental para constatar la continuidad y la ruptura entre las generaciones poéticas hasta los años ochenta, por un lado, y los autores cubanos nacidos entre 1970 y 1990, por el otro. El trabajo de León de la Hoz, por su seriedad y coherencia, sirve además como modelo para futuros posibles bosquejos de la poesía cubana. Seguidamente se analizan las propuestas de Lizabel Mónica (Distintos modos de evitar a un poeta, 2012) y Oscar Cruz (The Cuban Team: los once poetas cubanos, 2015), que son ejemplos más recientes de antologías de cambio de siglo[3]. El propósito fundamental de este estudio no es analizar las poéticas reunidas por los antologadores en los volúmenes mencionados, sino ver cómo los prologuistas (que en este caso son también los antologadores) presentan, organizan, interpretan y justifican su selección. Esta es una crítica sobre la crítica.

La poesía de las dos orillas (1994), antología editada y prologada por León de la Hoz, es un buen ejemplo del tipo de trabajo que necesita la lírica cubana desde los noventa hasta hoy. La profundidad del investigador en estas páginas es difícil de igualar dentro del disperso panorama actual. Este trabajo de antologación bien debiera servir como paradigma y punto de partida para los que, en el cambio de siglo y en el inicio del XXI, han intentado o intentan presentar una selección poética de los últimos años.

El trabajo de León de la Hoz abarca las tres primeras décadas del período revolucionario y deja el campo abierto a las puertas de la década de los años noventa, por lo que, con más razón, vale la pena echar un ojo a su justificación, su labor analítica y a su clasificación para comprender, cuestionar y continuar dicho trabajo. Pero, a pesar de que durante los años 90 y hasta hoy la lista de antologías de poesía cubana parece interminable, pocas cuentan con el ajustado ensamblaje retórico y analítico que puede comprobarse, desde la primera página del prólogo, en este volumen.

León de la Hoz, alejado de facilismos y “atento a la relatividad del método generacional” (12), se lanza a dividir a los autores según las corrientes poéticas de las que son representativos, a partir de su propia lectura y análisis de las obras.

Uno de los aciertos en el estudio de León de la Hoz que lo salva de muchos escollos es su capacidad de relativización y de comprensión de lo que él mismo no tiene en cuenta, y de las limitaciones que su propia mirada puede tener. Consciente de todo ello, escoge su método y es consecuente con él, casi siempre atento a lo que de cuestionable y relativo puede haber en sus juicios. Este tanteo que busca el equilibrio y no irse a extremos está presente en el libro desde el propio título: su mirada busca un equilibrio entre la poesía de las dos orillas, pretende relativizar las fronteras políticas e ideológicas que afectan directamente a la poesía de esas décadas[4]. Nos dice al respecto que “no se puede soslayar este problema [político] de un análisis del desarrollo de la poesía a lo largo de estas tres décadas” (11). A pesar de las oposiciones ideológicas de un lado y del otro (o por ellas mismas) “no sólo es posible, sino lógico y necesario, pensar en una tradición común” (11).

A partir de René Wellek y Agnes Heller, León de la Hoz utiliza el término “movimientos” para hablar de la poesía en Cuba desde 1959 hasta 1993. A diferencia de los cortes (más o menos definidos) que exige el método generacional, un movimiento persigue más bien caracterizar y constatar la continuidad de un núcleo morfotemático junto u opuesto a otros, dentro de un determinado período histórico. De este modo, León de la Hoz reconoce tres movimientos fundamentales: 1959-1968, “el movimiento de los sesenta que devela lo conversacional”; 1969-1980, el movimiento de los setenta, “que agota lo conversacional”; y 1981-1993, movimiento de los ochenta “caracterizado por la síntesis” (14).

El primer reparo que podría hacérsele al antologador es que priorice el movimiento conversacional como único o principal dentro de todas estas décadas de desarrollo poético. Sin embargo, el investigador no deja de mencionar las otras líneas que convivían, pujaban o se enfrentaban de forma abierta a ese movimiento principal, legitimado luego por las instancias políticas. De la Hoz también parte de Mikulas Bakos (15-16) para reconocer ese movimiento o corriente como fundamental, aunque coexistan con él otras líneas estilísticas que el crítico cubano tiene en cuenta de forma adecuada en su análisis. También es cierto que, aunque haya traído nefastas consecuencias y guste más o menos, el conversacionalismo pronto se hizo coincidir con la política revolucionaria y esa legitimación desde el poder fue la que le dio su fuerza mayor como movimiento, pero también la que lo marcó de muerte y esterilidad desde su nacimiento. Que tome como fundamental el movimiento conversacional no le impide al autor señalar o cuestionar sus limitaciones, así como describir y evaluar su tendencia a convertirse en los setenta en un “apéndice decorativo del discurso ideológico” (32) y a desarrollarse “bajo el signo de la intolerancia y el esquematismo” (34). De la Hoz declara, incluso, que “los caimanes[5] y sus seguidores de la década del setenta fueron víctima de los problemas entre política y cultura” (28).

Desde mi punto de vista, la mayor limitación en la mirada analítica de León de la Hoz está a la hora de abordar (muy de pasada y superficialmente) la poesía de los que conformaron Ediciones El Puente (24-25). Pero el tiempo y las investigaciones sobre ese grupo en los últimos años se han encargado de hacer justicia a sus obras[6]. Sin embargo, incluso en este caso, el investigador no deja de perseguir cierto equilibrio y de evadir partidismos ideológicos, pues, aunque no quede expresamente dicho en relación con El Puente en concreto, en el prólogo se reconoce que el propio devenir del conversacionalismo, hasta convertirse en un asunto de estado y en política excluyente, hizo que otras formas de la creación y otras líneas poéticas también con derecho a existir fueran silenciadas, sentenciadas y maltratadas. De hecho, fue el causante de que algunos autores marchasen al exilio, otros fueran relegados a trabajos de castigo y otros se limitaran a cantar una serie de temas aceptados oficialmente después del cisma de 1968 con el “Caso Padilla”[7] (29). Tampoco parece que con la crítica (para mí desacertada, ligera y limitadísima en muchos puntos) sobre El Puente el autor persiga darle la razón o más valor a El Caimán Barbudo, porque el análisis que León de la Hoz hace de este último grupo no es en absoluto obsequioso, sino más bien severo y contundente (26-27), pues llega a definirlo como de “naturaleza epigonal, que trajo mucho ruido, pero poca poesía” (27). En contra de las generalizaciones que a partir de 1968 se imponen de forma oficial, el investigador, al referirse a los caimanes y a sus pronunciamientos, aclara “que ellos no eran ni los únicos jóvenes, ni los únicos poetas, ni los únicos cubanos” (26).

Al leer estas páginas de análisis y síntesis, se confirma que el mayor error del período 1959-1980 estuvo en hacer coincidir poética con política, en exigir a la poesía militancia, en pretender limitar lo que es, por principio de creación, ilimitado. Como bien reconoce León de la Hoz, estos mismos autores que contribuyeron a confundir literatura con ideología a causa del fervor revolucionario de esos años fueron también castigados por ello: “serían tanto víctimas como victimarios al final del juego en nombre del realismo dogmático. La actitud de entonces, franca y apasionadamente revolucionaria, se volvió un boumerang reaccionario” (26).

La apertura hacia el pensamiento crítico y la mayor libertad creadora de los años ochenta marcan un punto de inflexión fundamental en la historia literaria cubana. Opuestos a la homogeneización, a la “banalización de la ideología” (37), al esquematismo y dogmatismo de los setenta, los poetas que comienzan a publicar a partir de 1981 están marcados por una variedad temática sin paralelo alguno después de 1959, continuadora de la síntesis truncada y del espíritu crítico de los años sesenta que el coloquialismo oficialista y la política cultural sepultaron[8]. Son autores que viven en la contradicción y se alimentan de ella “sin estar bajo capilla alguna” (36). León de la Hoz enlaza la insatisfacción, el nihilismo, la amargura del discurso de los ochenta con el inicio de la poética en los años noventa hasta 1993, año en que cierra su estudio. Los temas, autores, tonos, estilos que la militancia coloquialista había desechado y hasta satanizado en ocasiones, resurgen en estos años y los poetas origenistas son leídos y reverenciados con un fervor desconocido hasta entonces dentro de la isla. Sin embargo, en su análisis equilibrado, León de la Hoz aclara que, entre el movimiento dominante y las nuevas tendencias formales y temáticas, se produce “una síntesis y decantación que ha llegado a constituirse en sistema abierto” (38).

Con respecto a los años ochenta, hay algunos elementos tratados por el prologuista que también quisiera destacar. Es justa e ilustrativa la manera vívida en que el crítico explica “el reencuentro” de los jóvenes poetas de los ochenta “con el momento del pasado en que las vertientes más fuertes de análisis y problematización de la realidad fueron sustituidas por la simplificación y la complacencia” (40). Así descubren, por ejemplo, “la obra madura y universalista de los poetas del llamado grupo de Orígenes, también disminuida en la década del setenta por el fárrago del conversacionalismo” (40), y comienzan a rescatar (a finales de los ochenta y principio de los noventa) voces que serán fundamentales para las poéticas de cambio de siglo, como son Delfín Prats y Lina de Feria, autores silenciados por décadas sin poder publicar dentro de la isla.

De Feria y Prats son, precisamente, dos buenos ejemplos de lo que León de la Hoz llama “síntesis” de tendencias en los ochenta: en ambos autores conviven, desde sus primeros poemarios (Casa que no existía (1967) y Lenguaje de mudos (1969), respectivamente) el metaforismo y el lenguaje coloquial. Ambos cuerpos poéticos pueden ser leídos como una continua e ininterrumpida conversación en que la tropología y lo coloquial se sintetizan. Junto a ellos pueden mencionarse a poetas anteriores como Piñera y Lezama, y contemporáneos o posteriores como Magali Alabau, Isel Rivero, Reina María Rodríguez, José Kozer, Damaris Calderón, hasta llegar a muchos de los jóvenes nacidos en los setenta y ochenta que hoy mismo escriben. La síntesis entre tropología y conversacionalismo, recuperada a partir de los censurados en los sesenta, continúa vigente hoy mismo en la lírica cubana y tributa a la pluralidad y dispersión de la misma.

Los ochenta también marcaron un cambio fundamental en la poesía cubana, cambio que la define hasta hoy: “no existe un lenguaje dominante” (41), existe más bien una “dispersión y ausencia de liderazgo” (42); son, más bien, “una generación dispersa, heterogénea y atomizada en toda la isla” (44). Estas características que señala León de la Hoz para los ochenta son la apertura inicial que en los noventa y a inicios del siglo XXI se ha acrecentado y radicalizado al extremo de que sea muy difícil hablar de generaciones o movimientos, sino más bien de líneas temáticas dentro de un panorama que tiende cada vez más a la dispersión y a la ruptura de los límites formales, geopolíticos, etc.

En cuanto a los ochenta, por último, quisiera señalar la aparición de “textos de fuerte contenido homosexual y de reivindicación femenina” (41). Ese homoerotismo y ese discurso femenino ya estaban anunciados en los poetas marginados o exiliados de los sesenta y setenta: entre ellos, Lina de Feria, Magali Alabau, Delfin Prats, Reinaldo Arenas y el Grupo El Puente, valor este que merece la pena reconocérsele.

El recorrido analítico de León de la Hoz da cuenta del ascenso, decadencia y síntesis del conversacionalismo en Cuba como movimiento fundamental dentro de la política cultural cubana de esos años. Pero acaso merezca la pena aclarar que la síntesis del coloquialismo con otras corrientes y estilos en los ochenta constituye también la caída del conversacionalismo militante, dogmático y ancilar al poder del régimen cubano, la que fue su peor y más dañina versión de la que muy bien da cuenta el crítico. La síntesis da la posibilidad de que las poéticas que en los sesenta fueron tachadas de contrarrevolucionarias y depravadas, como fue el caso de El Puente, o de trasnochadas y herméticas no acordes supuestamente al momento social que se vivía, resurjan en los ochenta y sean el antecedente fundamental para comprender la poética de cambio de siglo en la isla. Estos poetas marginados no solo poseían en sus obras desde los sesenta la síntesis entre coloquialismo y otros estilos que tiene lugar posteriormente en los ochenta, sino que también anunciaban desde entonces muchos de los temas fundamentales desde los ochenta hasta hoy: el cuestionamiento de la historia, la búsqueda y la experimentación con el lenguaje, el auge (homo)erótico, el distanciamiento crítico, el metaforismo críptico, entre otras. Esas que llama Arrom “corrientes sumergidas” (22) vienen a ser las poéticas que en los ochenta avizoran la dispersión y pluralidad caótica de la poesía finisecular cubana.

Como último epígrafe del prólogo, el investigador aborda el movimiento del exilio. En este caso no se trata de una corriente que se pueda ubicar en continuidad cronológica, como las tres anteriores, sino que más bien se desarrolla en paralelo, desde los sesenta, con más fuerza en los setenta y con continuidad y mayor auge desde los ochenta hasta hoy. Como en los demás movimientos en general, León de la Hoz es contundente y riguroso también en este. Tiene en cuenta los niveles de desarraigo cultural entre las distintas generaciones de cubanos en el exilio y en este caso persigue también el equilibrio en el análisis, sopesando elementos políticos de dentro y fuera de la isla que singularizan a las obras escritas y/o publicadas en la diáspora.

No obstante, en el cuerpo de la antología, el orden es alfabético: los autores del exilio están junto a los de dentro de la isla, las poéticas conversacionalistas más o menos militantes conviven con poetas de otros estilos. No hay adentro ni afuera, sino un volumen compacto tanto en lo formal como en sus argumentos. León de la Hoz, al hablar del exilio, decía en 1994 que “el destino de esta poesía está cifrado, tal vez, en el transcurso futuro de la historia” (51) del país. Hoy es evidente que, dados los cambios políticos y migratorios, algunos cubanos viven una temporada en la isla y otra fuera de ella, el que está hoy en Cuba puede estar mañana, sin que casi nos demos cuenta, en Miami. Autores como Roberto González Echevarría, José Kozer, Daína Chaviano, Damaris Calderón, Gumersindo Pacheco entre muchos otros publican y presentan sus libros dentro de la isla. Aparecen cada vez con más frecuencia catálogos poéticos que unen a unos y otros. Reina María Rodríguez recibe lo mismo el Premio Nacional de Literatura en la isla que preside una mesa de poetas de dentro y fuera de Cuba en un evento de Miami. Todos estos elementos evidencian que lo que analiza y señala León de la Hoz como un movimiento aparte dedicado al exilio es parte cada vez más de la síntesis de estilos y tendencias líricas. En esa síntesis hay un país poético en que Cuba muchas veces tiene una consistencia mayor que la de la nación política, tan inoperante, absurda y ajena a la vida y las necesidades de los cubanos.

Dentro de un panorama pseudocrítico más dado a la contundencia que al rigor, a la politiquería más que a la poética, a los juicios rápidos que al análisis riguroso, al sensacionalismo y a la propaganda fácil y engañosa que a la sistematización; hoy más que nunca el ejercicio crítico de León de la Hoz en La poesía de las dos orillas se vuelve paradigmático y necesario. Aquellos que juegan al facilismo uniendo nombres y textos en un cúmulo de páginas para presentar catálogos de mayor o menor cantidad de autores cubanos podrían asomarse a este libro para buscar modos más efectivos de llevar a cabo sus propósitos. La contundencia y las opiniones extremas es mejor que estén basadas en el rigor y el análisis: de ello puede darnos muchas lecciones atendibles León de la Hoz con su propuesta analítica.

[1] Uno de los proyectos críticos más complejos y logrados de los últimos años es el de Jorge Cabezas Miranda en su volumen Proyectos poéticos en Cuba (1959-2000) que estudia los principales proyectos poéticos cubanos entre 1959 y 2000. El prólogo “Las palabras son islas” de la antología homónima realizada por Jorge Luis Arcos en 1999 persigue también dar cuenta de las principales vertientes de la poesía cubana durante el siglo XX. Otro ejemplo de amplia repercusión es el prólogo de Arturo Arango a la antología Los ríos de la mañana cuyo título es “En otro lugar la poesía”, esencialmente porque el autor avizora ciertas cracacterísticas en los poetas de los ochenta que se radicalizan en las décadas siguientes.
[2] Sobre la tendencia en la poesía cubana de cambio de siglo a la anulación de todo meridiano, puede leerse del autor de este trabajo el artículo “Poiesis, taxonomías y ‘años cero’” publicado en la revista Inti, número 83-84 de 2016, así como del mismo autor “Poesía cubana de cambio de siglo: anulación de todo meridiano” que aparecerá próximamente en la Revista de Estudios Hispánicos. Al respecto puede consultarse, además, el monográfico dedicado a la poesía cubana contemporánea en la revista académica Aula lírica, número 8, correspondiente a 2016, donde aparecen artículos de algunos de los más importantes críticos de poesía cubana en las últimas décadas, tales como Jorge Luis Arcos, Virgilio López Lemus, Norge Espinosa, Milena Rodríguez, entre otros.
[3] Otra antología que abarca la escritura creativa más reciente es la de Duanel Díaz (Editorial La Casa Vacía, 2016) bajo el título Una literatura sin cualidades. Merece la pena hacer dialogar el ejercicio crítico de Díaz con los textos analizados en este artículo. No lo hacemos por cuestiones de espacio y porque Díaz no se limita a la lírica, sino que incluye crítica, narrativa y periodismo; de todas formas, muchas de las ideas planteadas por Díaz dialogan y polemizan con las que se abordan en el presente trabajo. Es curioso, sin embargo, que en su selección aparezca solo una figura femenina, la poeta y narradora Gleyvis Coro Montanet.
[4] Aunque se relativizan las fronteras políticas e ideológicas, ello no significa que el ensayista no las tenga en cuenta, al contrario: más bien las reconoce como fundamentales desde el principio de su estudio.
[5] Nombre dado a los integrantes del grupo que se organizó alrededor de la publicación El caimán barbudo a partir de los años sesenta. La revista surge en 1966 como suplemento cultural del periódico Juventud rebelde. El enfrentamiento y las polémicas entre Ediciones El Puente (una editorial independiente del sistema editorial estatal) y El caimán barbudo (una revista oficialista, vigilida y patrocinada por el gobierno) influyó en el cierre de Ediciones El Puente.
[6] Sobre las Ediciones El Puente, pueden consultarse el dossier que La gaceta de Cuba le dedicó al grupo homónimo en el no. 4 de 2005 y la respuesta y contrarrespuesta de Rodríguez Rivera y Norge Espinosa (respectivamente) en los números 1 y 3 de 2006; el volumen Ediciones El Puente en La Habana de los años 60: lecturas críticas y libros de poesía (Chihuahua: Ediciones del Azar, 2011) editado por Jesús J. Barquet; Un Puente Contracorriente. Ediciones El Puente: Un esfuerzo literario dentro y fuera de Cuba (Madrid: Betania, 2014) de Marlies Pahlenberg y el libro de Isabel Alfonso titulado Ediciones El Puente y los vacíos del canon literario cubano (2016).
 [7] En 1968 se edita Fuera del juego con el recelo manifiesto de la UNEAC, aunque la detención de Padilla tiene lugar en 1971.
[8] Al respecto, véase el artículo “Delfín Prats: poesía como negación y censura en Cuba” en Aula lírica, No. 6 (2014), pp. 1-16.

Yoandy Cabrera (Pinar del Río, Cuba, 1982), graduado en Letras con perfil en Filología Clásica por la Universidad de La Habana. Ha cursado estudios de Maestría en Filología Hispánica en CSIC-UNED y de Filología Clásica en la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido profesor de Lenguas y Literaturas Clásicas, Gramática Española, Literatura Colonial y Poesía Contemporánea en la Universidad de La Habana, el Colegio San Gerónimo y la Televisión Cubana. Ha realizado la edición crítica de la poesía de Delfín Prats y de Félix Hangelini (ambas en Ed. Hypermedia, 2013). Colabora también como editor en las editoriales Verbum y Betania en Madrid y como poeta y crítico de poesía en el periódico Diario de Cuba. Ha estudiado y prologado, además, la obra de autores como Damaris Calderón, Lina de Feria, Jesús J. Barquet, Magali Alabau y Luis Martínez de Merlo. Actualmente es doctorante en Estudios Hispánicos y se desempeña como Graduate Teaching Assistant de Griego Clásico y Español en el College of Liberal Arts de Texas A&M University. Sus artículos aparecen en revistas especializadas. En 2013 publicó el poemario Adán en el estanque (Ed. Betania) con prólogo de la helenista Elina Miranda. En enero de 2014 ha sido antologado en Katábasis. Siete viajeros cubanos sobre el camino (Ediciones La Mirada, Nuevo México), volumen lírico realizado por el escritor, crítico, investigador y profesor universitario Jesús J. Barquet y la poeta Isel Rivero.

Escribe el blog El Jardín de Academos: https://nombrarcosas.wordpress.com/