La identidad pervertida

Tomado de vagabondwho

Todo intento de fijar, enumerar, describir y defender una identidad es una perversión. Somos lo que somos y muchas veces lo somos porque desde fuera de nosotros nos ponen como un traje una identidad, ya sea familiar, cronológica, ideológica, sexual o de gentilicio, por enumerar algunas de las identidades más frecuentes con que nos reconocen. Es la manera más cómoda que tienen los demás, la sociedad en general y los poderes para clasificarnos. Poco importa lo que somos en realidad. Podemos poner algunos ejemplos de diferentes escenarios de la sociedad que pueden ser loables, censurables y graciosos en dependencia de quien sea el lector, por ejemplo, antes era suficiente que una persona dijera de sí misma y dijeran los demás que era heterosexual u homosexual para definir su preferencia sexual, realmente a nadie le importaba con quién tenía esas relaciones. Hoy día las clasificaciones son tantas que abruman e incluso enfrentan diferentes tendencias dentro del propio movimiento de defensa de las libertades y la igualdad de gays, lesbianas y todo lo demás que valientemente han defendido de la discriminación atávica de la sociedad. Yo mismo lo he sentido a menudo ese afán clasificatorio de la identidad porque en mis artículos trato de no plegarme a ninguna tendencia o moda social y política con la idea de mantener la autonomía que me ofrece la libertad, lo que provoca que haya quienes se interesen en saber si soy de izquierda o derecha, o si soy feminista o machista, aún peor, me acusan de ser de una u otra ideología según lo que escriba. En alguna parte he dicho que cuando fui joven hice deportes de combate y una de las cosas que uno aprende es a pegar con las dos manos, vuelvo a recordarlo a los entomólogos sociales. No puedo evitar pensar que muchos amigos aún se asombren de que yo no parezca cubano porque no bailo y no hago chistes, de lo que se deduce que forma parte de la identidad del cubano bailar y ser gracioso, lo que no quiere decir que todo bailador y humorista sea cubano, menuda cosa.

Si el tema de la identidad fuera algo que solo nos afectara como individuos no sería el problema en que se ha convertido. Desde los años en que se producía la última crisis que se sitúa en 2008, el nacionalismo y su correlato de identidad se ha convertido en el envés de la globalización que los neoliberales anunciaron como el advenimiento del Mesías, aunque en realidad se ha visto que ha sido más bien la de su contrario. De ese modo el actual nacionalismo no es otra cosa que la hiperbolización y la manipulación de la identidad, que políticos de derecha e izquierda han usado de distintas maneras para defender, supuestamente, a los destinatarios de sus mensajes de los efectos de la globalización. En el argumentario político la nación, la identidad y la patria son elementos que se cuecen al antojo de una ideología u otra, poniendo aquí o allá una pizca más de una cosa u otra; es así como la patria, la nación y nuestra identidad se han convertido en parte del relato político sin que la gente sepa qué es y quién es realmente. Desde fuera nos vuelven a bautizar convirtiendo la acción política y la ideología en raseros de nuestra identidad como individuos, de modo que la lucha política por el poder en vez de producirse en el escenario real, se traslada al imaginario colectivo, lo que fue uno de los grandes méritos de las ideologías nacionalistas como el nazismo, el peronismo y el castrismo. Las piezas del puzzle las miramos a diario pero no las vemos porque somos parte del juego, y lo que tan cerca está habitualmente no se aprecia como lo que es, unas veces desde el lado de la izquierda y otras desde el lado derecho del tablero. Y porque los recursos más usados por los nacionalismos identitarios son la emotividad, el miedo y la apelación constante a la diferencia, convirtiéndonos a todos sin excepción en entes colectivos que abandonan sus cuerpos de individuos. La sombización de la sociedad es una de las consecuencias que persigue este discurso con conocidos éxitos a lo largo de la historia desde los romanos, donde el concepto de patria como imperio esa asumido con total naturalidad.

En países con regímenes de dictaduras de izquierda el nacionalismo y la identidad han conformado ideologías paralelas y de soporte a la ideología política, en Cuba, por ejemplo, el nacionalismo como ideología deformó a su antojo la identidad nacional con fines políticos y lo convirtió en dogma. La perversión de la identidad es capaz de las más insólitas vueltas de tuerca, a tal punto que actualmente ha surgido en el exilio un pensamiento, residual, es cierto, que intenta revalorizar el nacionalismo del primer mandato del dictador Fulgencio Batista derrocado por la Revolución del dictador Fidel Castro, otro nacionalista, como si ser o no nacionalista fuera un valor en sí. Dicha consideración no es más que uno de los problemas heredados de la frustración nacional y de un pensamiento envejecido y condicionado por ideas descontextualizadas y manipuladas por 60 años de dictadura cubana. Podríamos creer que el nacionalismo justifica todos los horrores, un juicio que a mi modo de ver es errático, si no oportunista. Todavía no ha llegado el día en que la propia manipulación de la identidad cubana se convierta en un problema para la estabilidad de la futura democracia, la verdad es que los cubanos no sabemos de nosotros todo que debíamos saber y tampoco sé si sabremos hacer lo más adecuado con lo que podamos saber. En las democracias de naciones donde la conformación de la identidad ha sido compleja, el problema de la identidad nacional frente a la globalización y los acuerdos transnacionales como el europeo, ha sido el caballo de Troya de los cambios que han producido la asimilación de los países desgajados de la Europa comunista. En Estados Unidos no es un caso aparte acarreado por la deslocalización de las empresas, la desigualdad estructural entre el campo y la ciudad, la superpoblación de inmigrantes y los problemas raciales que perviven bajo el paraguas de las desigualdades. Grosso modo, podemos ver que la defensa de lo “nuestro” se ha convertido en un paradigma ideológico de enorme trascendencia para el presente y el futuro.

En el caso España que es el que más cerca tengo, si el problema de la identidad fuera tan solo un asunto individual lo podríamos resolver poniendo un psicólogo en cada puerta, pero no es así. El problema de la identidad lo es para toda la sociedad y no se resuelve poniendo una bandera en todas los balcones. Hay un sinnúmero de elementos que conforman la identidad y el sentido de pertenencia. Sin embargo, de ellos hay unos cuantos que componen la pólvora de quienes usan la identidad como basa para sus discursos de proselitismos, populistas tanto por su fin como por sus formas, dos de los más relevantes en las democracias actuales, son:

—la necesidad real de las sociedades de solucionar la acumulación del deterioro que ha dejado el sueño neoliberal con mayor desigualdad a nivel nacional e internacional, lo que ha provocado, además, un flujo inédito de migraciones del sur al norte, pero también del este al oeste, como una característica de la globalización que tiene como antecedentes la destrucción del socialismo real, las guerras que les sucedieron y más tarde la crisis económica. Tres elementos con repercusión global por su impacto en la composición geopolítica, fundamentales, que merecerían un análisis particular para entender de dónde viene lo que somos ahora y dónde estamos. No es difícil prever, según la parábola del tren que llega con su convoy a la estación, que a no ser que surja un accidente en el curso de la historia, las cosas irán de mal a peor. Y no parece que ese accidente se vaya a producir, ni que los conductores del tren vayan a variar su rumbo o detenerlo. El curso de los acontecimientos denota que vamos hacia la oscuridad en un tren a oscuras.

—la ideologización de las diferencias y del miedo mediante la recreación o creación de estándares identitarios que tratan de autentificar los discursos partidistas, algunos son históricos-culturales y otros históricos-sociales. Unos son conservadores y otros son progresistas. Por poner dos ejemplos: la derecha se apropia de valores que tienen una fuerte raíz cultural como pueden ser las fiestas tradicionales, mientras que la izquierda apela a valores sociales reivindicativos. El nacionalismo de derechas tiene un fuerte componente antropológico, raigal, el de la izquierda lo tiene en el presente, es de naturaleza social y por tanto efímero. Ambos discursos aunque no tuvieran que ser excluyentes, se esfuerzan en que lo sean y se refuerzan apoyándose en la exclusión. La derecha nos dice que la razón identitaria es cultural, y la izquierda que es social revierte la idea de la patria y de la nación hasta el punto de que aquello que nos une e identifica no son los valores de la tradición, sino la forma en que la gente participa y se beneficia del producto interno bruto mediante reformas de tipo social. La derecha se apropia de los elementos de la representación simbólica cultural y la izquierda se extraña de los mismos por identificarlos con el pasado contra el cual todavía luchan. Para la izquierda gran parte de la solución está en cambiar el presente cambiando la historia. La transversalidad que parecía haber llegado al fin al escenario político y social español durante las demandas conocidas por 15M, han adquirido un nuevo matiz con la manipulación del asunto identitario, o eres español y te sientes como tal, según la idea de la izquierda y la derecha, o estás en el otro bando.

Con esas escalas de valores se crean las condiciones para instalar un país de miedo. No hay nada más peligroso que la amenaza de nuestra identidad, no importa si real o ficticia. Posiblemente sea el problema más grave que acecha el equilibro de la democracia cuando los políticos se convierten en rehenes de un discurso que no se sustenta en los valores de las instituciones, sino en los de la identidad que es el alimento primordial de las dictaduras. La lucha partidista se está convirtiendo en una guerra fratricida desde que el elemento nacionalista catalán surgió para condicionar la política nacional. Hoy día se trata de saber quién es más español que otro y se le exige a los demás que prueben su nacionalismo mostrando sus señas de identidad, los independentistas catalanes lo hacen ejerciendo sin vergüenza presión sobre la soberanía española, pero también los españolistas usan los mismos instrumentos para lograr objetivos partidistas aprovechando las dudas, los errores y la fragilidad de un Gobierno que parece estar en el exilio ocupado en asuntos internacionales. Seamos claros, la convocatoria de manifestación por la patria, organizada por todo el arco de la derecha española, ha sido contra un Gobierno de izquierda que se ha dejado quitar uno de los elementos más movilizadores de la política, la identidad, que es un factor de unión transversal de la sociedad. El Gobierno se ha quedado solo con sus partes mal avenidas —Podemos con licencia de embarazo y en gestación de su implosión, y la ansiedad de los nacionalistas catalanes. Como los matrimonios que no son bien considerados en la familia, tendrá que hacer algo y quizás debiera ser volver a empezar y convocar elecciones.

Tal y como están las cosas, la izquierda ha perdido el pie, como dicen los bailarines, por no saber bailar la música del nacionalismo español, pero tampoco en el contexto europeo y aún más allá. No así en Latinoamérica donde el discurso de izquierda es radicalmente nacionalista. Es una contradicción del propio discurso populista que más éxito le había dado a la izquierda y que la derecha está sabiendo usar en su defensa de todos, de la integridad, la unidad y la identidad española. Si bien la izquierda más reciente ha sabido movilizar contra la corrupción, por ejemplo, con un discurso fundamentalmente emocional, hoy trata de gobernar con otro de tipo racional, que compromete su credibilidad porque la hace depender de socios inestables que se hayan en el otro espectro del populismo identitario. Es difícil hacer creer que se puede bailar un chotis oyendo una sardana. La identidad siempre ha sido perversa, fundamental para la unidad de cualquier proyecto, justificativa de las más terribles ideologías políticas, necesaria para la fortaleza de los individuos y las naciones, compleja por su carácter diacrónico y sincrónico, pero nunca debería convertirse en ideología de ningún partido y aún menos situarla por encima de las instituciones de una democracia, que es lo único que realmente le puede dar sentido convirtiéndola en letra y espíritu de un país. Va a ser difícil que la derecha entienda que no son los guardianes de la identidad, posiblemente será más difícil que la izquierda comprenda que la identidad es un valor, y que tiene un precio.

La identidad que debiera ser únicamente un campo de los estudios culturales ha sido utilizada interesadamente con fines políticos desde el inicio de las civilizaciones, y ha servido para la conformación del mundo que conocemos. Cada pueblo, región o país ha visto cómo sus líderes la usaban para unir, desunir y enfrentar los peligros internos y externos, y ha cambiado de máscara a lo largo de la historia. Los tiempos que vivimos no son menos propicios para revivir ese fantasma, detrás de cada patriota que intenta defender nuestra identidad se esconden los más peregrinos propósitos, haciendo uso del instinto de conservación que nos da forma y contenido como resultado del desarrollo y la acumulación de rasgos conformados entre el pasado y el porvenir. Lo mejor que podemos hacer es estar prevenidos contra tanto salvador que nos asiste. A veces somos lo que somos, pero también a veces somos lo que otros quisieran que fuésemos.