Se buscan orgullosos y nostálgicos para salvar a la Revolución cubana

Nunca antes el exilio cubano había vivido un momento de gracia como el que vive hoy día con la isla. No es a causa de un milagro –que pudiera ser–, ni de otra forma espontánea, ni fruto de la bondad, tampoco es consecuencia de la autocrítica del Gobierno por la satanización de millones de ciudadanos que tuvieron que irse del país a lo largo de seis décadas por las vías que cada cual pudo encontrar, empujados por la oposición al régimen, la discrepancia y la necesidad. Todos exiliados en un viaje sin destino ni regreso seguro de la isla hacia afuera, que aún se mantiene como un sangramiento sin precedentes con consecuencias imprevisibles para el futuro del país, que ha dejado centenares de muertos de varias generaciones en el estrecho de la Florida y en otras tierras del mundo donde fueron acogidos y murieron, orgullosos de ser cubanos, nostálgicos de cuanto habían dejado y perdido. Seguramente si se unieran todos esos cadáveres entre el Malecón y Key West se podría ir andando sobre ellos, es ese el puente que el nuevo Gobierno cubano está construyendo “para evitar el aislamiento”, según las palabras del presidente cubano Díaz-Canel, y garantizar un viaje de la isla hacia dentro que palie la falta de productividad y el desabastecimiento que acelera la destrucción. El viaje que propone el actual mandatario de la isla hacia dentro se plantea como un viaje de redención para evitar la ruina, a cambio del dinero del orgullo y la nostalgia de millones de cubanos a quienes la carga de la pobreza y el sacrificio sin libertades ni esperanzas ha obligado a buscar fuera del país la felicidad.

La síntesis del diario Granma de la reunión del mandatario este lunes en la sede de la Cancillería cubana es parte de la ideología de una ofensiva política que se ha convertido en crucial, la relación con el exilio o emigración está en el centro de sus objetivos y es la idea más significativa del mensaje de Díaz-Canel, rodeado de militares uniformados en la foto, de otros que se lo quitaron, y delante de la foto de Camilo, el hombre-mito de la Revolución destinado a sustituir al hombre-mito de la Destrucción. Todavía más significativo que sus palabras llenas de “entusiasmo combativo” son esos centuriones. Ambas cosas, el texto y la imagen, leídos con detenimiento nos dan una muestra de lo mal que andan las cosas por palacio. Quien ha seguido con cuidado el discurso de la Revolución y sus líderes sabe que cuando peor han estado las cosas, mayor era ese entusiasmo que contagiaba a las masas, rendidas al encantamiento que producen el heroísmo y los uniformes en los pueblos que frustrados son manipulados por populistas y demagogos. Las democracias avanzadas funcionan con normas y las dictaduras, si son del proletariado, con entusiasmo; la cubana le dio un toque local haciendo del entusiasmo un “entusiasmo combativo”. Si algún mérito tenía Fidel Castro como político de la doctrina del “entusiasmo combativo” estaba en su capacidad para moverse en una situación como esta contra las cuerdas, como un púgil de los que se conocen por estilistas, igual que el gran Samson Riverí, aquel boxeador santiaguero que yo vi varias veces hacer sparring contra varios jóvenes sin que le tocaran el cuerpo. Fidel tenía la habilidad de saber usar su personalidad como un estilista y el combate en las distancias cortas era su medio predilecto. Su hermano Raúl, un hombre sin talento para ser líder, suplía su falta de estilo haciendo el trabajo sucio de los boxeadores sin estilo, con pragmatismo, y se desdoblaba dando clases de voz y dicción para reproducir con masculinidad el discurso del hermano. Hoy lo que vemos es una caricatura con tintes operáticos de inegligentes comedores de carne de puerco, estos no saben pelear contra las cuerdas, se sienten perdidos y acuden como la Iglesia a la mendicidad pero extorsionando a sus feligreses. Son gente de muy mala obra y sin talento para llevarla a cabo.

La foto y el resumen de la reunión de los actuales estadistas nos hablan de que las cosas nunca estuvieron tan mal para la Revolución, la ausencia del gran púgil, el desgaste del combate sostenido por el discurso del miedo y los enemigos del pueblo, entre los que se hallaba el exilio hasta hace poco, ha durado tanto que se ha convertido en una ficción, en una pelea contra las sombras. Hacer sombras se llama a eso mismo cuando el boxeador se pone a combatir contra sí mismo para entrenar sin rival. Todo se ha agravado con la falta de recursos y la incapacidad para generar confianza, la falta de flexibilidad para arriesgar movimientos que le den ventaja, y el miedo. Quizás Cuba nunca tuvo a un Gobierno con tanto miedo, un miedo cerval a su propio pueblo a pesar de ejercer un control formidable, a la renovación y regeneración que acabó con la promoción de jóvenes dirigentes con criterios de reforma y adaptación a los nuevos tiempos que surgieron después de la caída del sostén del comunismo europeo. Lo realmente valiente de los gobernantes cubanos habría sido abrir el país cuando empezaron los cambios en la coalición de los países comunistas, aprovechar la posición privilegiada que se tenía y el desarrollo intelectual para desarrollar determinadas ramas en las que iba a la vanguardia en la región, incluso a riesgo de perder el poder. Recuerdo el miedo de Fidel Castro a internet mientras el país con un monumento rendía homenaje a una vaca.

El miedo de los viejos gobernantes, héroes de La Sierra y otras batallas, no solo ha terminado acabando con la Revolución, sino también, peor aún, con el país y lo están haciendo con el acervo y valores de la nación que no son todos los que dicen defender, después de una ardua tarea de limpieza y manipulación de la memoria. Una de las características de las dictaduras de izquierda es el miedo, y Cuba enriqueció su versión dotándose de un valor simbolizado en la hombría, una hombría más discursiva que real que ha satisfecho el imaginario de la nación desde la época de las guerras de independencia. Las guerras la hacen los hombres y se ganan con “cojones”, aunque el más grande acto de valor de la nación lo haya interpretado José Martí con su enfrentamiento a los generales y luego con el suicidio. Una debilidad heroica que ha sido estudiada según convenía al discurso de la hombría. Al final, la lección de la historia de los dictadores, tan duros, es que terminan muriendo en la cama siendo viejos cagalitrosos, como decía que no quería morir uno de los más grandes cronistas de la identidad cubana, Álvarez Guedes. Un verdadero héroe.

En una situación como la que se puede interpretar de la versión de Granma, empeorada en los últimos tiempos con el aislamiento que sufre el Gobierno por las crisis que vive la izquierda, la debilidad de los pactos, la distancia cada vez mayor de la isla de las corrientes de desarrollo y financiación actuales, la reducción de los permisos para entrar y salir libremente de los Estados Unidos a los temporeros de frontera, la falta de créditos y la desconfianza internacional, las malas relaciones con los Estados Unidos, más el problema de Venezuela que ha situado a Cuba al borde del peor de los escenarios, los gobernantes apelan a encontrar flotadores fuera de las fronteras con sus balseros y en ese sentido la política exterior será fundamental, ya que la pobre economía interna es incapaz de mantenerse por sí sola. Granma nos dice que el mandatario “Señaló la necesidad de continuar trabajando con la emigración cubana en el exterior, no solo en E. U. Nuestra Isla se ha formado ‘desde la inmigración y el mestizaje y no podemos desconocer a los muchos cubanos que viven en el exterior orgullosos y nostálgicos de su Patria’”. El propio presidente, que debe tocar de oídas, comete un grave error conceptual, quizás un lapsus freudiano, que se puede interpretar como un intolerable acto de cinismo, uno más. Me pregunto, ¿hay alguna relación entre esa inmigración y la emigración cubana a la que se refiere? De la lectura se deduce, siempre según Granma, que no podemos desconocer “a los muchos cubanos que viven en el exterior orgullosos y nostálgicos de su Patria.” porque la formación de la cultura y la nación se constituyó con “la inmigración y el mestizaje”, es un dislate del que podemos suponer que el Presidente valora a la emigración cubana como un factor externo y ajeno a la nación que condiciona la benevolencia hacia esos “orgullosos y nostálgicos”. ¿Qué tiene que ver el tocino con la velocidad? Nada, como tampoco aquella inmigración con la emigración actual, a no ser que como parece se considere a estos últimos “medio cubanos” o extranjeros como queda plasmado en las trabas legales que perviven en la legislación migratoria. Todos somos cubanos, pero para la ley y los gobernantes unos lo son más que otros.

Esos cubanos que la nueva política cubana no puede desconocer, según Díaz-Canel, por “orgullosos y nostálgicos”, no son todos los cubanos, que por derecho propio deberían ser quienes decidieran el tipo de relación que desean tener con su país, sino solo aquellos que “viven orgullosos y nostálgicos de su Patria”, dando por descontado de forma discriminatoria que no todos tenemos orgullo y nostalgia de la patria y que quienes no los tuvieran no podrían considerarlos cubanos. No obstante no explican cuál será la fórmula que determine a los “orgullosos y nostálgicos”, ni de qué tendríamos que sentir orgullo, ni a qué Patria se refieren, si a la de ellos o a la otros o a la que cada cual lleva dentro, pero lo suponemos. Tampoco se sabe qué criterio merecen aquellos que se sienten orgullosos de unas cosas cosas cubanas y de otras no, y olvidan que muchos ya no sienten nostalgia, pero siguen amando a su país a pesar de estos gobernantes. Una vez más será el Gobierno quien decida quienes son los cubanos aptos, los buenos y malos, aquellos cubanos que no se sientan orgullosos según el sentido y el concepto de Patria del Gobierno no son clasificables. No es una idea jurídica de igualdad, ni antropológica de lo cubano, sino un catálogo ideológico convertido en política, ciertamente suavizado si miramos hacia atrás lo que ha sido. Ahora todo el que se va del país no es escoria, ni gusano, ni vendepatria, ni traidor, como fueron la mayoría en estos sesenta años en los que la isla era un lugar del que solo se podía escapar o salir con permiso para ir y volver, a cambio de la fidelidad y la representación directa o indirecta del Gobierno, como suele ser el papel de funcionarios a que los cubanos de dentro estaban obligados. Por otro lado, no hay duda y así lo expresa sin ambages el Presidente, que el propósito es convertir a estos cubanos que viven en el extranjero y viajan en agentes del desarrollo y la defensa de la Patria. No son unos inmigrantes como pueden ser los mexicanos o dominicanos, que se parten el lomo para ayudar a sus familias, los cubanos están siendo conminados a ser soldados de la defensa de aquello que les ha forzado a salir del país. “Escribir una política migratoria que convide a todos a contribuir con el desarrollo y la defensa de la Patria hasta donde cada uno pueda”, dice Granma que dice el Presidente. Más claro, ni el agua.

Después de más de 50 años el mandatario cubano introduce la distinción de emigrantes para separar a los “orgullosos y nostálgicos” que necesita de aquellos que están en el exilio por motivación política, confiriéndole a la palabra una distinción política. No es una distinción fortuita, ya que en el pasado, con independencia de la motivación, todo era exilio hasta que se creó la distinción de “comunidad” que eran los exiliados menos malos o blandos, que son los que necesita para “contribuir al desarrollo y la defensa de la Patria” y evolucionar y perfeccionar la industria de la nostalgia para que produzca los bienes terrenales que el país necesita. La nueva distinción intenta remarcar muy bien y delimitar cuáles son los cubanos “orgullosos y nostálgicos” y divide a los cubanos que por diferentes motivos viven fuera de la isla, pero que en su origen tienen como causa el desastre económico, social y político que resulta de 60 años sin cambios. Si antes todos los cubanos que salieran del país ilegalmente porque se les prohibía hacerlo por vías legales corrían el riesgo de morir donde muchos morían, y luego todos los que se quedaron a vivir afuera después de haber salido legal o ilegalmente fueron considerados traidores o “quedaítos”, como les gustaba llamar desde el Departamento Ideológico del Partido y sus adláteres, algunos de ellos escritores actualmente en el exilio, hoy son los “orgullosos y nostálgicos” trabajadores de la Patria que contribuirán a mantener a una casta política-militar que se ha fortalecido desde la muerte de aquel que se defendía mejor contra las cuerdas. La palabra exilio ha sido borrada del lenguaje que se pretende lavar en el esfuerzo de la precaria modernización e integración en otra dimensión a la cual nacieron quitándose las charreteras militares para crear el mundo paralelo socialista de las empresas raulistas, una versión regenerada del tristemente célebre Departamento MC que condujo a la causa donde fueron condenados varios mandos militares, entre ellos el General Ochoa y el Ministro del Interior Abrantes. Cuba entre 1959 y los últimos años en que varió la legislación no tenía emigrantes, sino un exilio de “gusanos” que más tarde se llamó “comunidad” con unas características específicas que distinguían a los “dialogueros” de los intratables.

Lo que propone el Presidente cubano con la nueva política hacia los cubanos que viven fuera es un viaje a la redención organizado por el Gobierno, o sea, rescatar al exilio cautivo de la política gubernamental de extrañamiento, mediante el precio de colaborar con “la causa” de salvar del naufragio a los gobernantes, que en la foto de Granma parecen hacernos creer que representan también al pueblo cubano que vive fuera de la isla. Los libra del castigo de olvidar supuestamente la isla, y los recupera de ese sacrificio otorgándoles una visa para la nostalgia con el fin de que se conviertan en los sostenedores de un país en ruinas. Además de esos cubanos, “orgullosos y nostálgicos”, después de haber abandonado su país, una parte de aquellos (57 mil) que en otra época tendrían que haber escapado para salir del país, han aportado más de 100 millones de dólares con los permisos de Panamá para comprar los insumos que sostienen el limitado negocio privado y también la empresa de las familias de la nueva aristocracia revolucionaria. Este año el gobierno panameño ha anunciado un incremento de los permisos y las facilidades, al revés de lo que ha hecho el gobierno estadounidense con quienes los cubanos mantienen un juego de tensiones. Lo que Dios no provee desde su descanso megalítico en Santa Efigenia, la emigración lo buscará y lo pondrá en la mesa. El Gobierno ha encontrado en los compatriotas del exilio la aspirina que venían rodando, al fin ha visto el alivio para su dolor de cabeza y el de tantos cubanos que ven y sienten adoloridos cómo el país se estira hacia afuera rompiéndose por dentro. Ojalá sirva, por lo menos, para evitar que un día nos encontremos todos afuera tratando de construir barbacoas con la madera de las balsas para rehacer el país desde aquí. Orgullosos, nostálgicos y obreros de la industria de la nostalgia, que ha comenzado a producir después de redimirlos y recompensarlos con la gracia de poner un puente sobre el sufrimiento de buscar la esperanza fuera de la isla para ellos y sus familias.

Se buscan orgullosos y nostálgicos para salvar a la Revolución cubana, pero tal vez sea demasiado tarde y el orgullo y la nostalgia no sean suficientes para que el trapiche produzca todo lo que se necesita, ni siquiera para salvar a Cuba de esta Revolución, el daño en 60 años es demasiado grande y seguramente muchos no podremos ver esa redención. El tamaño de la ruina física, moral y espiritual que se ve desde lejos es tan grande que ya no hay lengua que pueda sostenerla. Y lo saben, como sabemos afuera que cuando hablan de la Revolución y la Patria de quienes hablan es de ellos.