Foto de León de la Hoz durante la multitudinaria manifestación reivindicativa de la mujer, y de denuncia de todo tipo de discriminación y abuso el pasado 8 de marzo en Madrid.
El siguiente texto de la poeta y narradora cubana Wendy Guerra es un desgarrador testimonio moral de La Habana de estos días. A pesar de la brevedad, sus ojos nos adentran en un mundo donde alguna vez hemos vivido pero no podemos reconocer. A contrapelo de lo que sucede hoy día en otras partes, el deterioro de las relaciones de género y la coronación del machismo traslúcido en el discurso y las instituciones, es tan alarmante como la destrucción física de la ciudad. Esta fotografía habanera, es una crónica impecable de la degeneración del papel de la mujer, su libertad y la calidad de las relaciones sociales, donde la ramplonería es un indicio incluso verificable en la propia literatura, el arte y la música popular de los últimos años en autores y consumidores, víctimas de la masificación, el igualitarismo, la desidealización, la necesidad, la desesperanza y la banalización. Aunque no fue escrito con esta intención, las palabras de Wendy son una excelente crónica de este hecho incontestable.
Soy una mujer jovial, que interactúa con todos en la calle. Me gusta mirar a los ojos, contesto con una sonrisa a los piropos delicados y valoro el carácter humano de este pueblo que resiste con sentido del humor lo que, sin nuestra idiosincracia, no hubiésemos podido tolerar.
Esta mañana salí a buscar comida como cualquier ama de casa habanera, pues al no tener trabajo aquí, soy eso, una orgullosa ama de casa. El tránsito por los sitios populares, agros, bodegas y mercados que venden sus mercancías en pesos o Cuc ha sido insufrible, no ya por el terrible desabastecimiento, tampoco por el estado de las calles convertidas en muladares y basureros, cercados de aguas albañales, baches y lodo. Uno de los grandes problemas que aqueja este país es la soberana falta de respeto de la generalidad de los hombres que te encuentras sin hacer nada merodeando por los alrededores.
Una mujer sola, comprando en cualquiera de estos sitios es un blanco perfecto, los varones que pululan zapando por horas estos lugares no tienen sentido del límite. Te sacan la lengua relamiéndose, se pegan a tu cuerpo, te dicen groserías, te tocan y agarran por el brazo con el pretexto de venderte algo, lo que sea. Si protestas te gritan y manotean para intimidarte con aires de macho marginal empoderado en este caldo de cultivo social.
Quienes me conocen saben bien que no soy una abanderada del feminismo y que desde pequeña tengo más amigos hombres que mujeres. Hice teatro, radio y televisión rodeada de colegas hombres que hoy son mi familia, pero el modo de relacionamiento entre hombres y mujeres en esta isla ha cambiado dramáticamente en los últimos dos años.
Se acabó el respeto, se acabaron los modales y la distancia física no es ya una traba para quienes desean acceder a tu cuerpo sin permiso.
La proximidad, gestualidad e interacción tiene aquí una base enfáticamente sexual, es una acción anómala e impulsiva, un gesto reguetonero y cavernícola que debes asumir como un martirio, una tarea partidista, un modo apropiado de transitar para no buscarte problemas ni llamar la atención.
La invasiva, vulgar y permisiva manera en que nos tratan ciertos hombres cubanos a pleno sol y delante de cualquiera resulta un acto de verdadera vejación que a pocos parece preocuparle.
¿Por qué esto no se debate?
Lo peor de todo es que las mujeres cubanas viven con ese suplicio y lo toman como parte de la lista infinita de tropiezos y desazones que soportamos en nuestra cotidianidad.
¿Las ciudadanas cubanas que sufren este maltrato diario, saben que esto es acoso? ¿ Existen leyes para juzgar estas posturas ya masivas? ¿Es ir en contra del colectivismo acusar a quienes violan nuestra dignidad?
Creo que tras años de hacinamiento y promiscuidad en internados y becas, tras el paso de los maestros emergentes, el desmembramiento familiar y la instauración del dogma: “aquí todos somos iguales” se ha producido un sistema consciente e inconsciente de irrespeto a la mujer.
El hombre maltrata, la mujer asume ese maltrato en cualquier orden, sociopolítico, filial, jerárquico y ético. Forma parte del aire que respiras, ya es un gesto de identidad que te ofendan en la calle. Las extranjeras no dejan de quejarse de este rasgo que aquí nadie parece ver como una deformación social.
El machismo leninismo ha triunfado y vivimos a merced de cualquier acto, por violento que sea, porque como me dijo una vez un profesor de Preparación Militar. “Aquí mandan los hombres porque esta Revolución la hicieron los hombres”.
¿Hasta cuándo vamos a aguantar esta situación? ¿Hasta cuando bajar la cabeza por miedo a que nos levanten la mano, nos peguen o nos lleven ante una autoridad integrada y estructurada básicamente por hombres?
Wendy Guerra (La Habana, 1970). Poesía: Platea oscura, 1987; Cabeza rapada, ed. Letras cubanas, La Habana, 1996; Ropa interior, ed. Bruguera, Barcelona, 2008; Poemario editado por el momento solo en inglés. A Cage Within Hardcover. 2011. Una jaula en el cuerpo.
Narrativa: Todos se van, ed. Brugera, Barcelona, 2006 Nunca fui Primera Dama, ed. Bruguera, Barcelona, 2008. Posar desnuda en La Habana. Diario apócrifo de Anaïs Nin, ed. Alfaguara, 2010. Negra. ed. Anagrama, Barcelona, 2013. Domingo de Revolución, ed. Anagrama, 2016.