Puede que el problema de Venezuela tenga varias soluciones, y de hecho las tiene, las más peregrinas, las más razonables y las más descabelladas. Todas tienen su valor a la hora de evaluar la situación, sopesar los elementos y analizar las acciones de ese concierto de actores que permitan hacer una conjetura de las consecuencias. En mi artículo publicado en este blog “Cuba en Venezuela, la misma piedra en el camino” hice alusión a que posiblemente Cuba podría ser parte de la solución, esa idea ha ido ganando espacio frente al entusiasmo de quienes veían la 82ª División Aerotransportada (AA) del ejercito norteamericano entrando en Miraflores y desmontando los cuadros de su santidad Hugo Chávez. Los entusiasmos en política casi siempre terminan en doctrinas demagógicas que a veces arrastran consecuencias irreparables. Hoy día no son pocos los que empiezan a ver de otra manera las cosas, o sea, con menos entusiasmo, Dios mediante, diría mi abuela, e incluyen a Cuba dentro de la trama que ha provocado el enquistamiento de ese grano en un lugar memorable que peligra en convertirse en un cáncer Maduro. El comprometimiento del Gobierno cubano en Venezuela y la propia necesidad que este tiene de una solución que facilite su supervivencia, conduce a pensar que Cuba puede ser una llave que abra la puerta a una salida para su Gobierno, Venezuela y la comunidad internacional.
Ante todo hay que saber que hay dos cosas que le pueden interesar a Cuba. Primero la continuidad del régimen de Maduro que le permita seguir beneficiándose de las condiciones de intercambio que le suministra el petróleo imprescindible para el sostenimiento de su precaria economía, y segundo continuar con la influencia en la región mediante la plataforma ideológica que Venezuela ha fomentado con los pactos regionales articulados en el llamado bolivarismo. Una solución que resuelva estos dos términos de interés podría convertir a Cuba en el fin del problema a corto plazo, evitando la alternativa dramática de una intervención armada, la duración del sufrimiento del pueblo venezolano y el deterioro de las relaciones regionales con el consecuente perjuicio para las democracias latinoamericanas sobre las que planea el fantasma del pasado, en que los Estados Unidos se convirtieron en el principal argumento de los movimientos políticos radicales de izquierda. Al revés de lo que suele pensarse con la casi total desaparición de los movimientos guerrilleros y el avance progresivo de las democracias, la asimetría entre los poderes y la sociedad es todavía una realidad que encuentra en las ideologías de izquierda un razonamiento que recurre al pasado donde los Estados Unidos jugaron un papel determinante que justificaba la subversión del orden. Hoy ese fantasma es el leitmotiv del discurso del Gobierno venezolano, del cubano y de toda la izquierda latinoamericana y mundial, y es el paraguas detrás del cual Maduro y Cuba fortalecen sus posiciones para no ceder. Ambos tienen mucho que perder y mantendrán sus posiciones mientras la situación se deteriora y se desangra el pueblo y la convivencia.
Nadie duda de la actividad operativa de Cuba dentro del Gobierno venezolano y en los puntos estratégicos de mando que incluyen las fuerzas represivas y de inteligencia. Se sabe que todos estos años se ha producido un proceso de inmersión de Cuba en Venezuela con el objetivo de desactivar el peligro interno en este país, consolidar el poder y asegurar el flujo del oro negro, y dicho proceso está basado en la complicidad, la instrucción, la imitación, y la ideologización de la política continental que llegó con la regionalización de una alianza contra los Estados Unidos, a la que le llamaron bolivariana, deshaciéndose del incómodo lastre del comunismo que, no obstante tenía entre sus orígenes la lucha de clases y la defensa de la clase proletaria, bastante diferente de lo que fue el pensamiento de Simón Bolívar al respecto, todavía sin una contestación que ha cedido a la idea extemporánea de la América colonial. Tanto Cuba como Venezuela han formado parte de un experimento del que ambos han sido ideólogos y beneficiarios, que a la postre ha servido para demostrar una vez más que cualquier cambio de futuro para los países de la región pasa por la democracia y una configuración regional diferente. El fracaso de estas izquierdas que protagonizaron el llamado bolivarismo pone en duda la actitud de querer conducir los destinos de la región con la mirada puesta en el retrovisor, con lo cual han creado una política conservadora liderada por los cubanos y trasplantada a Venezuela. El dualismo independencia-colonialismo, nacionalismo-imperialismo, opresor-oprimido, arriba-abajo de que se alimenta la nueva izquierda latinoamericana es una simplificación ideológica de problemas más reales que ponen en peligro a las democracias.
Como en los deportes asiáticos de combate a veces es útil aprovechar la propia fuerza del contrincante para vencerle. El peso que Cuba aún conserva en la región en Gobiernos y determinados círculos de influencia de izquierdas puede ayudar a sentar a Cuba en una mesa de negociaciones con luces o sin ellas, es una influencia que les interesa conservar porque es casi lo único que tienen. Por otro lado, la necesidad de acuerdos y de liquidez para afrontar las tímidas reformas amparadas por la nueva Constitución con vistas a alargar la supervivencia y el control de la oligarquía cubana, enfrenta a Cuba a un dilema sobre el apoyo que da a Venezuela y la solución a sus propios problemas domésticos y de confianza y respetabilidad internacional perdidos. A pesar de lo que digan ciertos sectores extremistas de derecha e izquierda cubanos, la experiencia histórica demuestra que el diálogo entre contrincantes no solo es necesario, sino imprescindible para negociar la salida de problemas de todo tipo. La falta del sostén tradicional de los aliados en la época comunista y luego el de Venezuela y del pacto bolivariano son una emergencia que no ha podido ser resuelta por Cuba en otros ámbitos, el mundo ha cambiado y ya ni los antiguos socios ideológicos se acuestan por amor. Es una buena coyuntura para ofrecerle determinadas cosas a cambio de que tuviera una posición más constructiva en la solución de la crisis venezolana: petróleo a precios especiales, créditos blandos, intereses mínimos de deuda o cancelación de ellas, por ejemplo. Es prudente pensar, además, que si Cuba no resuelve el grave problema que genera su incapacidad productiva y la falta de petróleo para mantener lo poco que tiene, incluyendo la paz social, pruebe a generar una crisis migratoria similar a la de otros tiempos en Mariel (1980) y con el Maleconazo (1994). Saber usar la llave que Cuba puede ofrecer permitiría matar de un tiro más de un pájaro.
No es la primera vez que Cuba participa en una negociación internacional con vistas a desatascar una crisis, no obstante que no haya sabido nunca cómo hacerlo con la suya propia que ya cumple 60 años y unos meses. La más conocida de las negociaciones quizás sea la más reciente, cuando bajo su sombra, la misma que había justificado, promovido y entrenado a las guerrillas, se discutió y formalizó la paz colombiana. Pero la más importante fue la que condujo a la liberación de Nelson Mandela, el desmontaje del régimen racista de Pretoria de Pieter W. Botha y la descolonización de Namibia en 1988 a cambio de la salida de las tropas cubanas de Angola, en unas conversaciones multilaterales en las que participaron los Estados Unidos y la Unión Soviética como garantes. Incluso aquel fue uno de los primeros pasos que contribuyó a la descongelación de las tensiones entre las dos potencias a cargo de Gorbachov y Reagan. Frente al problema de Venezuela, Cuba podría volver a ser un factor determinante, no solo para devolver a ese país la paz y la posibilidad de mirar de otra manera al futuro, lejos del adanismo de izquierda que en Latinoamérica ha echado tantas raíces que se extienden por debajo del mar hasta España y hoy parece echar brotes en las mismísimas ciudades estadounidenses. Que Cuba esté comandada por el pragmatismo militar y no por el el idealismo numantino de Fidel, facilita un arreglo a la sombra o con taquígrafo. En los 80, cuando más crítica era la animosidad combativa del Gobierno contra los Estados Unidos, la isla se convirtió en un portaaviones que cuidaba del narcotráfico las fronteras norteamericanas y logró pasar inadvertido. Todo es posible siempre y cuando se repartan los beneficios. No hace falta que hablen el mismo idioma, ni que se entiendan para llegar a un acuerdo, si se habla de la necesidad y los intereses. Buscar una alternativa es un deber. Tal vez no sea un asunto de testículos, sino de cerebro.