Han ganado la moderación y el miedo

Obra de Anton Semenov

A pesar de lo que digan la izquierda que no ganó las elecciones, la derecha que perdió y aquella que cree haber ganado por primera vez, incluso aunque los escaños dan por vencedor al partido socialista, en España las verdaderas triunfadoras fueron la moderación política y la ideología del miedo, no obstante la democracia debería felicitarse y la ciudadanía sentirse orgullosa, aunque detrás de muchas de las papeletas llevaran inscritas la palabra miedo. Visto lo visto, España no parece ser tan de derecha, ni tan de izquierda como a veces los líderes políticos interpretan. Nadie podría creer que en un país donde todavía la Guerra Civil es un trauma, a veces usado como arma arrojadiza del populismo, y en pleno auge de los radicalismos de izquierda y derecha, ganaría una tendencia de centro. Sin embargo esos ingredientes históricos y sociales fueron fundamentales para llevar a una moderación impelida por el miedo. La campaña fue un muestrario de errores y aciertos de los partidos que, en contra de lo que se suponía, los ciudadanos leyeron mejor, sometiéndose menos a las nuevas leyes de la desinformación digital, y más atentos a los discursos independientemente de la poca importancia que los propios partidos y los debates le dan a los mismos. Esos discursos, sobre todo los de la derecha, llevaban explícita la ideología del miedo. Por eso no podemos suponer un electorado más maduro como hubiera sido si el miedo no fuera una variable presente en la apreciación del electorado.

La derecha no ganó porque impuso un discurso que a la propia derecha le dio miedo y la izquierda fue más eficiente en el control del centro. El Partido Popular radicalizó su discurso y perdió los votos que se fueron a su propio lado extremo con representación en Vox, y a Ciudadanos que como siempre bailaba entre uno y otro como si eso de bailar fuera la política de centro, a veces bailando si no se baila bien uno termina saliéndose del lugar y haciendo de clown. Podemos desde la izquierda radical se moderó al paso marcial de su líder hacia al centro y con la Constitución en la mano como un predicador, después de abandonar el autoexilio de paternidad, logrando salvar los muebles de su maltrecho partido. Esquerra Republicana abandonó la intransigencia independentista y alcanzó un resultado histórico. El PSOE se valió de dos recursos fundamentales para ganar: el centrismo y el rédito de haber gobernado unos meses con cierto acento en la paternalización de la izquierda social y sin que sus desaciertos y atropello por marcar el terreno le hicieran mella. En general, todos los partidos que en un grado u otro moderaron su discurso mejoraron sus resultados frente a aquellos que sostuvieron posturas más radicales. Vox, que ya ha empezado a quejarse de que le llamen de extrema derecha, es un caso aparte que merece una atención especial y de cuyo surgimiento son responsables todos los partidos de izquierda o derecha, sin embargo está condenado a desinflarse de la misma manera que Podemos lo hizo después que el PSOE demostrara que puede recuperar la representación de esa parte del electorado social abandonado a la exclusión.

Sin embargo no nos llamemos a engaño, una buena parte de los que se acercaron otra vez al centro lo hicieron por miedo. El miedo tiene esa facultad de alejarnos de los peligros reales o ficticios y no cabe duda que esta vez funcionó. Casi no se ha hablado de ello, pero no es descabellado suponer que gran parte de esa masa anónima hizo crecer la participación porque el síndrome de la guerra civil le hizo apostar por la moderación que en cualquier circunstancia es un valor seguro que funciona como refugio. El pasado de España, aún reciente, es un referente inevitable que en los últimos años ha resurgido de forma simbólica con una fuerte presencia en el discurso de la derecha a raíz del surgimiento de Podemos, y más actualmente en la izquierda con la aparición de Vox, cada uno de estos discursos ha encontrado su correlato en la memoria del país. La moderación que hoy tiene un efecto contaminante, como también lo ha tenido la inmoderación, y el trasvase de votos de un partido a otro, son el resultado de la relación que se produce entre la moderación y el miedo. El movimiento hacia los extremos produce un efecto de contracción porque las mayorías siguen actuando por el mismo mecanismo de simulación y modulación de los individuos donde la ideología del miedo juega un papel catalizador. Los discursos, sobre todo los del último tramo de campaña llevaban una fuerte carga con ese significado, y está claro que miedo no se tiene si miedo no se ofrece. En una sociedad tan sensible como la española a problemas heredados y no resueltos de su pasado, el miedo comporta una microideología que produce un efecto de fuga hacia el centro.

En España, por lo menos en España y buena parte de Europa, quienes enfatizan en una sociedad dividida horizontalmente en estratos clasistas tradicionales, deberían pensar que hoy no obstante las consecuencias de la crisis, la preeminencia es política, o sea, en vertical, con una enorme congregación alrededor del eje que la divide, sin que otras correlaciones clasistas determinen la equidistancia al eje que condiciona la estabilidad del sistema democrático. En definitiva esa es la norma de la socialdemocracia. No sería mucho pedir volver a pensar la transición como la consagración y reivindicación del espíritu de la moderación, en contra de lo que habitualmente se piensa desde la barricada de izquierdas. La transición, que es un paradigma de la moderación, no fue la partera de algunos de los males que luego han maleado la democracia, sino la cesión política de poder permitiendo un trasvase de poderes que ha debilitado las instituciones. En contra de la lectura que hacen de la sociedad muchos políticos, lo que condiciona el acercamiento a ese eje que divide no es la ideología, sino la política que no es arte difícil, sino complejo, hoy todavía más por la exposición que tiene la misma a la gran audiencia mediática que juzga y da su veredicto condicionando los discursos ideológicos y los derroteros de la política. Más que nunca, la moderación se halla frente a desafíos nuevos y uno de ellos es la confusión entre política e ideología cuando se hace de esta última el leimotiv de la acción política como fue en los años de postguerra, con especial énfasis durante la guerra fría.

Históricamente la moderación ha sido un valor constante y regulador de las sociedades democráticas frente a las variables radicales, es la tendencia natural de los individuos, del individualismo y de las sociedades modernas, a través de sus instituciones libres y mediante el consenso. Incluso aquellas sociedades con regímenes dictatoriales basan su sobrevivencia en la imposición de la moderación mediante mecanismos e instrumentos represivos que enajenan la democracia y regulan el disenso. También en las dictaduras la moderación es un mecanismo indispensable para su propia supervivencia. Si las no democracias obligan a la moderación para evitar la subversión de la retórica dominante, las democracias se autoregulan con la moderación como parte consustancial de las instituciones, en lugar de regular el disentimiento como las no democracias. Eso hace de las democracias sociedades porosas y equilibradas por la moderación. El miedo es una microideología de las no democracias, sobreviviente en la sociedad española a causa de los traumas no curados y continuamente revividos simbólicamente por el populismo. No puede ser natural en una democracia y es una anomalía que hace imperfectas a las democracias, sin embargo es un recurso que han legitimado los partidos. Cuando la sociedad logre estirpar el miedo, entonces podremos hablar de democracias políticamente saneadas donde las ideologías pudieran enfrentar sus discursos sin prejuicios. A la espera de que el partido ganador de las elecciones generales forme Gobierno, hoy los partidos parecen haber tomado nota de la correlación entre miedo y moderación y empiezan a suavizar sus discursos de cara a las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas el 26 de mayo.