Quién ha ganado y cómo las elecciones españolas

¿Quién ha ganado las elecciones en España? Esa es la pregunta que todos se responden acorde con sus propios deseos y frustraciones y en correspondencia con el partido preferido y los canales de información que se usen para satisfacer la demanda de sus deseos y frustraciones. Si nos fijamos bien en las interpretaciones que se hacen, la palabra “perder” no es usada por los voceros de ninguna formación política, de lo cual podemos suponer que sin perdedores no hay ganadores o que todos han ganado, y no deja de ser cierto. En cambio se usan perífrasis y eufemismos que no sabemos si forman parte también de las valoraciones internas que hacen los partidos en sus reuniones donde analizan y proponen. Sería saludable que un día nos hicieran partícipes de esas reuniones en despachos acolchados donde seguramente podríamos ver la otra cara de los políticos y sus partidos. Aunque tampoco podríamos saber mucho porque asistiríamos a otra teatralización de la política, sería la puesta en escena de una puesta en escena. La política es y será siempre lo que no se ve, cuando empezamos a verla ya no es política o nos están convirtiendo en una pieza de la propia estrategia. La política, como la guerra, no puede ni debiera hacerse sin una buena táctica y una buena estrategia de la que la teatralización es un factor vital para su realización. Los mismos que proclaman otra forma de hacer política, como los líderes de Podemos no parecen ser conscientes de quiénes son ellos mismos y de lo que hacen, posiblemente el principal error en el que incurren es, precisamente, no saber distinguir entre política e ideología.

Entonces, si ninguno quiere hacer saber que es perdedor o reconocerse en esa condición, lo cual no ayuda a crear nuevas estrategias ganadoras, pero sí conserva oportunas propiedades del sesgo cognitivo de sus correligionarios, ¿quién ganó o quién perdió las elecciones que se han realizado en España? Es cierto que el PSOE ha sido el partido más votado, sin embargo una cosa es ganar las elecciones y otra gobernar, tanto el país como la red de municipios y autonomías. De ese modo el que gana por número de votos a su favor no siempre es el que gobierna y si no gobierna para llevar a cabo su programa no podría considerarse ganador, ya que ganar implica la consecución de un objetivo que en una elecciones es igual al poder. Esta asimetría entre los votos de aceptación por parte de la ciudadanía y los escaños alcanzados para gobernar es uno de los problemas que enfrentan los partidos y la propia democracia. Cabría preguntarse si hay más o menos democracia en un sistema electoral como el español donde no prima la lista más votada, sino el número de escaños ganados por la proporcionalidad demográfica en las circunscripciones. Con las actuales circunstancias donde ya no existe el bipartidismo PP-PSOE, en las que el voto y los escaños alcanzados están repartidos entre varios partidos, la división de escaños en los parlamentos municipales y autonómicos es tan relevante que los más favorecidos por el voto no siempre podrán gobernar, sin embargo los menos favorecidos tienen en sus manos la llave de algunos gobiernos a veces desde el más radical antagonismo con la lista más votada. No cabe duda de que el sistema al desestimar a los más votados, paradójicamente, desestimula de cierta manera uno de los pilares de la democracia que es la participación para elegir a los gobernantes.

Como se podrá inferir de esta situación, es complejo determinar al ganador de estas elecciones y complejo será gobernar, incluso saber si aun gobernando los votantes podrán ver satisfechos sus deseos y canalizadas sus frustraciones. Es una situación a la que los partidos han llegado sabiendo lo que querían pero no lo que necesitaban. Y se sustituyó todo el arsenal táctico que se haya en los libros de política por uno solo que acaparó la dialéctica de la lucha: la ideologización de las acciones y el armamento con el miedo. Todo el periodo desde el gobierno de transición del presidente interino Pedro Sánchez hasta las elecciones han sido el escaparate de una mala preparación política de los partidos que con sus decisiones erróneas nos han llevado a un escenario incierto, el exceso de ideologización de los discursos que alimentaron la confrontación y el miedo, la preeminencia de microideologías como el feminismo o el nacionalismo por encima de las necesidades más acuciantes, el protagonismo y la ambición de poder que generó divisiones, más otros factores fueron consustanciales de una serie de errores tácticos que han fragmentado la capacidad de gobernabilidad tanto de la derecha como de la izquierda, pero sobre todo de esta última. El escenario de la política es lo más parecido que podamos ver a un campo de batalla, donde importan no sólo el armamento y los contrincantes, sino también los objetivos a alcanzar con el triunfo, pero sobre todo cómo se combate. Más que cualquier otro factor “el cómo” es la política de la lucha por el poder en democracia, parodiando a Clausewitz, la política es la continuación de la guerra por otros medios.

En ese sentido el PSOE ha salido ganador después de un proceso que se inició con la toma del poder mediante un argumentario que dejó fuera al PP y retrató a Ciudadanos por su falta de apoyo a la moción de censura al gobierno anterior, acción de censura que ocultaba convenientemente el verdadero fin político de la estrategia y que gozaba de gran arraigo social por su base crítica contra la corrupción. Luego durante el corto periodo de gobierno afianzó la imagen de izquierda social que se había deteriorado con el contrapeso de Podemos y, más tarde, con el crédito conseguido en ese periodo a vuelto a resurgir como un partido socialdemócrata actualizado a las nuevas condiciones. Podemos, el único enemigo real del PSOE, ha caído solo sin que tuviera que enfrentarlo. Los errores de su líder Pablo Iglesias, que se iniciaron con la falta de apoyo a Sánchez en 2015, continuaron con el autoexilio de paternidad en la mansión donde ejemplificó un clásico concepto de poder, y finalmente con los malos resultados por su equivocada política preelectoral de acumulación de reactivos y la exigencia de cogobierno, le han puesto en una posición muy desfavorable de la que no parece que pueda recuperarse. La habilidosa jugada de Sánchez con la proposición de Iceta para el Senado que fue rechazada por Eskerra también le ha dado al PSOE más autonomía, que en política es sinónimo de poder, para buscar alianzas aunque sea puntuales lejos de la presión de unos y otros de izquierda o derecha. En la actual coyuntura de fraccionamiento del espectro político el PSOE tiene una posición envidiable y podría jugar la expectativa de la gobernabilidad con una derecha que necesariamente tendrá que centrar su discurso, arrinconando a la extrema derecha en el gallinero del hemiciclo. Y Sánchez, un sobreviviente, podría convertirse después de que su candidato ganara las elecciones europeas en el presidente socialista con más poder e influencia no sólo en el país, sino en Europa.

Quizás la estrategia del PSOE conducirá al resto de los partidos a disputarse un lugar en el centro, en una batalla en la que caerán los extremos. Sin embargo esto no será una reacción automática, dependerá de la política con que los socialistas enfrenten los grandes problemas del país y del acercamiento a los pequeños problemas que afectan a gran parte de los ciudadanos. Lo que está en cuestión es cómo serán los pactos, si de investidura o de gobernación y, lo fundamental, si favorecerán a la izquierda o a la derecha. Después las políticas negociadas serán determinantes para saber cómo y cuánto de los programas ganadores serán la columna vertebral de los gobiernos formados. Aún no podemos saber finalmente quién ha ganado o perdido en España, lo que sí está claro es que ha ganado la estrategia del PSOE que ha logrado salvar un partido que se hallaba en franca caída libre, implosionado, sin liderazgo, burocratizado, envejecido y fagocitado desde la izquierda por Podemos. Habrá que ver el papel que juegan cada una de las partes decisorias y entonces sabremos realmente quién ha ganado poder y si ese poder se revertirá en la construcción de una España mejor.