Manuel Díaz Martínez es uno de los poetas más notables y representativos de lo que se conoce como la Generación del 50 en Cuba y de la poesía de la segunda mitad del siglo XX y de hoy, estos poemas son una breve muestra del rico e inagotable horizonte del poeta y del hombre. Un pequeño homenaje para un bien nacido, como gustaba decir a Gastón Baquero de las buenas personas, que al cabo de 83 años de su vida y más de 40 de amistad nunca ha dejado de ser y decirnos que «vivir es eso».
PARA MATAR AL MINOTAURO
Y SALIR DEL LABERINTO
Homenaje al pintor canario
Óscar Domínguez
por su Minotauro.
Teseo,
has de saber que un dios que reina en las tinieblas
por encima de los otros dioses,
ducho en tejer y destejer caminos,
con más poder que iglesias y gobiernos,
mafias, sindicatos,
monopolios y partidos,
digamos un dios de dioses, que llamaré Acaso,
reparte el destino a los mortales.
Quiso este dios que el hijo de un déspota cretense
fuese muerto en tu ciudad por los hinchas del Atenas
y dispuso que,
ardiendo en sus lágrimas rabiosas,
aquel monarca extremo lanzara los ejércitos de Creta
contra tus hermanos,
jurando degollarlos uno a uno si tu padre Egeo,
rey de Atenas,
no exportaba cada año a Creta jóvenes hermosos
(digamos carne de primera)
para ser devorados por el Minotauro.
Y asimismo dispuso
que fueses a matar aquel engendro mitad hombre y mitad toro
en su íngrima y tortuosa madriguera.
Porque ese dios oculto, a ratos humorista,
a ratos cruel
y siempre caprichoso,
que sabe dirigir el vuelo del azar
y programa las sorpresas,
que dibuja el mapa de todas las pérdidas y todos los encuentros
y labra la historia del futuro en una roca que rueda eternamente
hacia ese abismo que llamamos Nunca,
quiso honrarte,
Teseo,
enseñándote a vivir.
Y mejor lección no halló que encararte al Minotauro.
Y en su roca agorera dejó inscrito que aceptabas
tamaño desafío.
Bien sabemos que en llegando a Creta tuviste de tu parte a Ariadna,
la astuta y bella hija de aquel Minos,
tirano de cretenses.
Ariadna fue un azar atado a tu destino,
una gracia a tu coraje concedida,
y de su astucia y amor entraste armado al dédalo espantoso.
Digamos que Ariadna fue la máxima lección de Acaso.
Y es de esperar, Teseo, que tengas aprendido
que sin Ariadna es más difícil matar al Minotauro,
y no digamos salir del laberinto.
ACTA VENECIANA
Doy fe de que en esta mañana de septiembre, día diez y seis de cielo despejado, ponemos las cenizas de Ofelia
en este punto donde el Canal Grande se junta con San Marcos, quedando La Salute a la derecha;
Doy fe de que no hay lágrimas en los presentes, a saber: Gabriela, Claudia, Alicia, Javier, Andrés y el infrascrito;
Doy fe cumplida de que un silencio extraño, como si el mundo se callase, aquieta el meneo de las aguas;
Doy fe de que no hay paz unánime (tacho y digo: unánime conformidad) en los dolientes;
Doy fe de que Venecia, copiada en los canales como un grabado roto, es una pesadilla que me contaba Ofelia.
(Venecia, septiembre, 1996)
6:35 P.M.
A Elodie Bustin
Aquí dejo constancia
de este instante sin peso,
sin fondo, sin prisa.
De quedarme en silencio,
cuánta nada sería
esta tarde que admiro;
cuánto olvido, también,
estas dalias vivaces
que iluminan mi mesa
mientras bebo el café.
MI VECINO
Me llevo bien con este hombre taciturno,
infatigable y fornido al que llaman Caronte.
Es mi vecino. Sus hijos retozan con mis perros.
Los críos lo despiden cuando el día declina
y en las mañanas vienen a esperar su regreso
donde amarra la barca, allí, entre esas rocas
que el Leteo lame al pie de mis ventanas.
Muchos amigos míos han viajado con él.
Amigos y amigas que nunca más he visto.
Viejas amistades que ni siquiera escriben
para contarme algo de sus vidas lejanas.
Me han olvidado, pienso, quizás me han olvidado.
Un domingo de feria, bebiéndonos un vino,
le confesé al barquero esa amarga sospecha.
Nada me dijo el hombre y me sirvió otro vaso.
El sol hacía un guiño festivo en la botella.
EN LA ISLETA
Mientras miro,
acodado en la ventana,
el paso de bañistas y palomas,
siento que tú también,
madre,
te asomas
al marino esplendor
de esta mañana.
Es natural
que sienta tu presencia
porque,
a lo largo de mi largo viaje,
siempre estuviste,
madre,
en mi paisaje,
y en él fuiste la luz,
la transparencia.
Observo,
mientras a mi lado estás,
cómo la ola,
metódica, indolente,
difumina las huellas
que la gente,
sobre la playa,
va dejando atrás.
Ahora que estamos
frente al mar a solas,
quisiera preguntarte,
madre,
¿adónde
-al mar le he preguntado
y no responde-
arrastraron tus huellas
esas olas?
EL PESCADOR
¿Qué es un hombre sentado
frente al mar?
Pues un hombre
sentado ante ese abismo
no es más que un solitario
ante sí mismo.
Y su único remedio
es olvidar.
PODER
Si yo supiera, como sabe el agua,
discurrir y brillar entre guijarros
y ser espejo en la cerrada noche
y vastedad de cielo en una alberca;
si yo aprendiera a ser como es el agua,
que se despeña y rompe y sigue siendo
la plenitud de su alma y de su carne,
el todo de su gesto y de su modo;
si yo pudiera, como puede el agua,
derrotar, sin saberlo, la dureza
de un día sin amor que se le asome;
si tuviera, como ella, el homenaje
de la sed que la piensa, del calor
que la ansía, del polvo que la teme.
RECADO A RAFAEL ALCIDES
Ha terminado nuestro siglo, Alcides.
El siglo XX ha muerto, no lo olvides.
Y al presente llegamos aturdidos,
en errantes albatros convertidos.
Por la tierra las alas arrastramos
mientras migas de un sueño picoteamos
–pavesas de aquel sueño que aún fulgura
como una luminaria en la negrura
y que fue nuestro, inabarcable, puro
como sólo los sueños pueden ser.
Lidiando todavía nuestras lides,
volvemos a encontrarnos, buen Alcides:
henos aquí, llegados al futuro
sin que hayamos salido del ayer.
MANUEL DÍAZ MARTÍNEZ (Santa Clara, Cuba, 1936). Poeta, narrador, ensayista y periodista. Reside en Canarias desde hace 25 años. Pertenece a la Generación del 50 de la literatura cubana. En 1967 obtuvo el Premio de Poesía “Julián del Casal”, de la Unión de Escritores de su país de origen, por su libro Vivir es eso, y en 1994 obtuvo el Premio de Poesía “Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria”, del Ayuntamiento de esta ciudad, por su libro Memorias para el invierno. En 2011 apareció, bajo el título de Objetos personales, su poesía completa hasta ese año. Poemas suyos han sido incluidos en numerosas antologías y traducidos a más de diez idiomas. Díaz Martínez es autor de dos libros en prosa: Oficio de opinar (ensayos, conferencias y artículos) y Sólo un leve rasguño en la solapa (memorias).