En boca cosida no entran moscas

El último de los problemas que enfrenta el régimen cubano es el mismo de siempre y el primero de los problemas de Cuba, el de la falta de libertad. En este caso que es el de la persecución y encarcelamiento del artista plástico conocido como Luisma, el motivo es una pieza fundamental de la libertad, la libertad de expresión, posiblemente la más importante de las libertades, incluso por encima de la de asociación y de movimiento, y sin duda aún más significativa y trascendente que la libertad colectiva a la cual la Revolución ha sometido todas las libertades individuales, bajo el supuesto de identificar la libertad colectiva con la independencia de la nación, un argumento refrendado teóricamente por el totalitarismo y consumado en la práctica con el fracaso. La revolución socialista como sistema y la dictadura como forma de gobierno han creado la más eficiente de la maquinarias de opresión que sólo se ha visto resquebrajada por su obsolescencia al cabo de 60 años, se dice pronto, pero Cuba ha vivido más tiempo sin libertad que ningún país del mundo, y eso tiene sus consecuencias en todos los ámbitos de la vida del país dentro y fuera, así como para el comportamiento de las generaciones que acceden al ejercicio de su libertad reprimida dentro y a veces represora fuera.

A tal punto el problema de la libertad es cardinal, que si bien el país necesita un cambio de régimen para resolverlo institucionalmente, o sea, conducirse hacia la democracia, las personas que han vivido y han sido educadas y formadas en el sistema aunque vivan en democracia, como sucede con una parte del exilio, necesitan borrar el Castro castrador que llevan dentro como una invisible y negada figura paterna, no porque puedan ser incapaces de ejercer su libertad, sino porque les cuesta trabajo aceptar la libertad de los demás y la libertad reprimida se convierte en libertad represora. La libertad es una cosa que aún viviendo en democracia muchos cubanos son incapaces de ejercer, no se trata solo de que uno pueda hacer lo que la libertad nos permite, sino saber respetar la libertad de los otros. Esa es una premisa fundamental para poder pensar aunque fuera a largo plazo en un cambio real de un país democrático. No está de más aludir al problema de la libertad en Cuba en relación con la libertad de los cubanos fuera de Cuba, ya que el caso del artista reprimido ha dado lugar a una serie de manifestaciones de la represión institucionalizada en el exilio, un ejemplo es el emplazamiento moral a firmar la carta que circula a favor del artista, de la misma manera que en Cuba se coartaba la libertad individual bajo supuestos morales y patrióticos colectivos. Igual que sucede dentro de la isla en el exilio se empiezan a crear dos estamentos de cubanos, los buenos y los malos según la actitud política de los sujetos, ya de eso hablaré en otro momento. No es un fenómeno nuevo ya que tiene sus orígenes en las guerras de independencia, pero alcanzó su apogeo con la politización y la manipulación ideológica de la sociedad durante los últimos 60 años, lamentablemente veremos muchas más manifestaciones de lo mismo en el futuro.

Luis Manuel Otero Alcántara (Luisma) tal vez no sea el artista al que muchos le pedirían una obra para llevarla a su casa, personalmente no sé nada de él y puede que no sea el último que alcance relevancia, tampoco es el primero, por ser víctima de la represión de su libertad y no por la singularidad y la calidad de su obra. Sin embargo Otero Alcántara, a no ser que sea un farsante o un muñeco de trapo que nos han puesto, merece el respeto y el apoyo de la comunidad artística porque se ha atrevido a recorrer el peor de los caminos para representar su obra, en un escenario hostil y desde la soledad de la marginación en una sociedad moldeada por el miedo y el sesgo ideológico de los represores, aún más sabiendo el riesgo personal que corría. En este sentido, además e independientemente de la calidad, su obra es de un éxito rotundo, ya que lo que realmente consagra al performance no es el mensaje ni el medio, sino el acto y el impacto social. En este caso podríamos decir que, paradójicamente, el éxito del performance se lo proporciona la falta de libertad del régimen y su política institucional cada vez peor elaborada y tramitada por los alguaciles culturales.

En cualquier lugar del mundo normal y democrático las acciones artísticas de Otero Alcántara no hubieran sido más que las actuaciones callejeras de artistas que vemos en las grandes ciudades donde aspiran a unas monedas que los paisanos les ponen a los pies. En todo caso por el mensaje o el uso de los llamados símbolos patrios como la bandera o religiosos-culturales como su obra de San Lázaro, se habría ganado el desdén de los parroquianos, y seguramente habría sido protegido por la policía que se habría ocupado de consagrar su libertad de expresión. Y en ningún caso habría tenido que ser detenido, encarcelado y temer una condena tan desproporcionada como la que la legislación cubana prevé para defenderse de sus ciudadanos, aunque justifican la legislación preventiva como un arma más contra los enemigos de la Revolución –léase nación para los argumentadores de la política–, no obstante dicha dureza y arbitrariedad legalizada por el orden jurídico no impide que Cuba sea uno de los países con mayor población carcelaria donde, además, defenderse del Estado omnímodo es uno de los esfuerzos más inhibidores de cualquier defensa legal a sabiendas de que la presunción de culpabilidad del ministerio fiscal del Estado es un hecho difícil de transformar. Es cierto que las democracias no son paraísos como a veces suelen hacernos creer apologistas conversos, pero las dictaduras son infiernos de los cuales casi lo único que puede hacerse es escapar o inmolarse como en ocasiones se les pide a los que todavía quedan en la isla.

Lo que sucede a Otero no es nada nuevo, es el mismo problema que el gobierno durante más de medio siglo ha enfrentado con diferentes paliativos, unas veces ha sido con la represión directa, y otras veces lo hizo abordar de manera política, si bien política y represión en Cuba nunca ha dejado de ser la misma medida de todos los comportamientos del poder, la política ha sido una forma indirecta de represión. Política y represión se convirtieron desde los albores de la Revolución en métodos de supervivencia del nuevo régimen aceptados por gran parte de la sociedad, incluso por muchos que luego se opusieron al régimen, y más tarde la política y la represión se transformaron en política de la represión para consolidar la supervivencia y el monopolio de un grupo de poder que hoy día constituye una oligarquía empresarial de origen político-militar. La política de la represión directa e indirecta en diferentes formas y métodos es la garante de la conservación del estatus. La política que es el significante del miedo se ha desgastado y cada día que pasa, incapaz de ofrecer mensajes de adecuación, deja ver con mayor claridad y dureza los nudillos de la represión. Un ejemplo reciente, defendido por intelectuales y elaboradores de política represiva, pero también duramente contestado por la comunidad artística, fue el Decreto Ley 349, del cual ya me ocupé en otro momento y que creó las condiciones para poner a los artistas a merced del colimador de los extremistas y la mediocridad policíaca y partidista. Ahora bien, la pregunta que uno puede hacerse es la siguiente, ¿si la política se ha desgastado como represión indirecta para evitar conflictos, qué es lo que viene a partir de ahora?

La suspensión temporal del juicio contra Otero hace pensar que las autoridades han tomado nota, veremos si continúan el camino de la represión directa y de la confrontación con una parte de la sociedad civil, mínima pero influyente, o deciden rectificar y volver a la política aunque represiva en manos de la mediocridad de los fundamentalistas que rigen las instituciones. De cualquier manera el Gobierno no quita las cercas del aire de Cuba, sino que las cambia de lugar, piensan que en boca cosida no entran moscas.