MORIR DE DOBLE MORAL DE IZQUIERDA

Hace dos días en el Parlamento español quedó en evidencia una vez más el credo moral de cierta izquierda que insiste en el diálogo con Putin para acabar la guerra mientras avanza, destruye y mata a costa de su poderío militar y las mentiras con las que todavía logra justificar su invasión en una parte de la opinión pública. Era una sesión en la que el presidente Sánchez, apremiado por la Unión Europea, anunciaba el envío de armamento ofensivo para los ucranianos que defienden su país, además de los complementos defensivos de cascos y los chalecos antibalas enviados. Según esta izquierda que forma parte del Gobierno su alegato de paz podría hacernos parecer gente irresponsable y poco recomendable a quienes respaldamos la defensa de Ucrania y su apoyo por todos los medios. No podemos decir que quienes han elegido las armas como alternativa hayan preferido la guerra a la paz, sino que se les ha dejado un solo camino para obligar a Putin a reconsiderar su decisión de invadir, después que la actitud del presidente ruso ha dejado al descubierto la calaña y las intenciones del mandatario, a pesar de haber revestido las mismas de mentiras y manipulaciones en torno a sus objetivos y motivaciones entretanto acusa al gobierno ucraniano de nazi.

La paz es un fin, además de un medio, si no fuera así perdería su esencia que radica en la estabilidad y la ausencia de conflicto, no necesariamente de contradicciones, y la guerra es un medio de alcanzar determinados fines y objetivos materiales o inmateriales como los políticos. Para lograr la paz sólo hay dos vías, antagónicas, una es la vía pacífica mediante la negociación o la rendición, y la otra es la guerra de la que también forma parte la diplomacia, la inteligencia y las presiones económicas, sociales y políticas. Ser solidario con quien se defiende en condiciones de desigualdad, ofreciéndole cobertura material para enfrentar la superioridad, no tiene porqué ser el abandono de la vía pacífica, sino que la misma según el contexto puede correr paralela al conflicto de forma encubierta o pública. El propio Gandhi, tan manoseado como paradigma del pacifismo, llegó a decir que a veces era inevitable la guerra. En ocasiones cuando la vía del diálogo no se puede establecer, se ha agotado o está siendo usada como táctica de dilación por una de las partes que ha decidido resolver el diferendo con las armas, entonces no queda más remedio que defender aquello a lo que estamos obligados, aún más cuando no haciéndolo se pone en riesgo la propia existencia, la de los nuestros y la de aquello a lo que pertenecemos, nos conforma y define. Ese es el caso de la actual guerra de Rusia contra Ucrania, donde se juega también la la paz del resto de Europa. 

Desgraciadamente, a veces el camino para la paz es el de la guerra, sobre todo cuando la verdadera motivación de quienes han empezado la guerra no es reparar una injusticia, sino la ambición de poder y bienes a cambio de la destrucción y la muerte de los otros. La historia está llena de ejemplos, y la II Guerra Mundial es el mejor y más cercano de los ejemplos, cuando los nazis con el engaño y el miedo abusaron de la buena voluntad de algunos países para ocupar territorios a cambio de onerosos intercambios y compromisos. Asumir el camino de la guerra para defender la paz en ocasiones es un mal inevitable y una decisión necesaria, tomarlo no quiere decir que no se quiera la paz, incluso a veces puede ser el camino más corto para lograrla. La propia izquierda que ha puesto de moda mirar hacia atrás para hacer justicia de la memoria cuando no pudo hacerla en el pasado, desde el victimismo y con poco sentido crítico de su papel en la historia, tiene en su currículum innumerables actos de guerra como la invasión de Checoslovaquia o las brigadas de voluntarios que llegaron a la península para defender de forma solidaria a la República, posiblemente insuficientemente honrados por esta nueva izquierda.

Nos guste o no, son los objetivos de las guerras, sus fines y el modo en que se lleva a cabo lo más reprobable de algo tan trágico y condenable, por supuesto, como puede ser la guerra. A nadie de esta izquierda que señalo se le ha escuchado criticar las guerras de liberación y anticoloniales que han llevado a cabo gobiernos y líderes idolatrados por ellos. Uno de ellos, el Che, argumentó la exportación e internacionalización de las mismas. Si hay algo que esta izquierda sabe hacer es esconder los muertos debajo de las alfombras por donde transitan los incautos. Aún peor que los muertos en las guerras, son los que matan en la paz por disentir, protestar y oponerse a las políticas de regímenes opresivos y criminales en África y América Latina, algunos proclamados de izquierdas, mientras exponen las guerras imperialistas del pasado como paradigmas de crueldad, no obstante que las guerras comunistas y del imperialismo soviético conllevan hechos contra sus propios pueblos en los cuales el horror no tiene parangón, podríamos pensar en las masacres del Ejercito Rojo al invadir Polonia (1939), con excusas similares a las ofrecidas hoy por Putin de salvar a ucranianos y bielorrusos, después de matar a miles de ucranianos en el proceso conocido como Holodomor (1932).

Los políticos que desde la otra izquierda, con Podemos al frente, sostienen al gobierno de Sánchez, se han posicionado en un criterio predominantemente ideológico para no apoyar la asistencia militar, más propio de la Iglesia que de políticos con representación de un segmento del país y responsabilidad con éste, cuando la circunstancia apremia decisiones políticas que puedan evitar consecuencias peores para los ucranianos y la región donde nos encontramos. Se echa de menos una actitud más beligerante de esta izquierda contra la guerra iniciada por Putin, afín con el recuerdo de otros momentos en los que se convirtieron en referente contra otras ocupaciones, como si hubiera guerras que merecieran protestarse y otras no. Si se me permite la licencia, la postura de esta incierta izquierda, es siniestra cuando hoy nos dice que pongamos la otra mejilla al sádico para evitar mancharse las manos de sangre. El criterio con el cual justifican su inmovilismo, poniéndose de lado ante la muerte, los sitúa en el peor de los lugares, el mismo que han tomado algunos países y más cómodo para el que mata. Puede que el criterio de esta izquierda con visos de moralidad no sea moral, sino de doble moral con la que Putin mata.


Ilustración: Blanch 20