SÓLO LOS CRISTALES SE RAJAN

En los últimos días han coincidido dos hechos que llaman a la reflexión. Por un lado hemos visto cómo una periodista de la televisión rusa se enfrentaba a la censura impuesta a la invasión de Ucrania, denominada por Putin “operación especial”, apareciendo por detrás de la presentadora de su canal con un cartel donde denunciaba la narración del presidente de su país. Una actitud valiente que muchos quisiéramos ver en Cuba, si ese día se diera podríamos denominarlo conmemorativo del valor y al periodista héroe nacional. Y por el otro lado pudimos ver cómo un disidente nuevo del régimen cubano estaba siendo perseguido por los propios cubanos del exilio, después de anunciar en las redes su huída de la isla cuando trataba de llegar a los Estados Unidos. Para algunos, sobre todo para las autoridades de Cuba y su cofradía podría ser un traidor, que era lo que él decía de la oposición, y para otros, sobre todo fuera de la isla, un represor, quizás según cómo lo veamos podría ser las dos cosas y además también una víctima. Todo depende de la vara de medir, ya lo veremos más adelante, que también a algunos les sirve para golpear.

El delito del expresentador de la televisión nacional cubana Yunior Smith es haber servido a la política informativa del Gobierno para desinformar, tergiversar y difamar de la oposición cubana en general y en particular de los manifestantes que protestaron el 11 de julio del año pasado. Todos hubiéramos deseado que callara o sacara un cártel como el de Marina Ovsianikova. Sin embargo, si nos pusiéramos finos, lo que hizo este periodista cubano podría ser similar, sin la repercusión mediática, a lo que hace una maestra a diario cuando enseña contenidos manipulados con el fin de servir a la narrativa de la patria con la que el régimen justifica sus políticas de represión. Esta vocación de justicia que no se había visto tan extendida como ahora, tal vez porque los medios digitales la favorecen, merece una reflexión que por lo menos desentone con esta tendencia renovada a convertir al exilio en fiscal moral de cuantos actúan como no quisiéramos, sin detenernos a pensar un momento que quizá alguna vez repetimos comportamientos aprendidos en esa escuela de patriotas durante nuestra vida allí, incluso aunque fuéramos favorecidos por padecer lo que el Che llamó el pecado original de no ser verdaderamente revolucionarios.

Reconozco no saber otra que la razón por la cual se le acusa y, además, que no es de este señor de quien quiero hablar, sino de nosotros que siendo libres y con la oportunidad de ser diferentes a aquellos de dentro, deberíamos liberarnos de otros grilletes que nos pusieron, y no podemos quitarnos porque primero tendríamos que encontrarlos en alguna parte de nuestro pasado, para después reconocerlo en la manera de enfocar los problemas y en las actitudes conque los afrontamos. Según se dice, este Yunior desde su empleo en la televisión actúo de victimario —aunque en realidad la definición más adecuada debería ser la de esbirro—, en consecuencia abandonó su papel de víctima que por defecto tienen los cubanos, obligados en un contexto de represión a actuar bajo la coerción de normas derivadas de supuestos valores patrióticos, nacionalistas, de necesidad y sacrificio con la finalidad de justicia, que son interiorizadas y no pueden ser cambiadas ni puestas a un lado, so pena de ser enfrentados al miedo de cada uno y al que producen sesenta años de la experiencia de castigo en el mejor de los casos con la exclusión social y recibir la peor parte de la repartición de las limosnas del Estado.

Comprendo lo difícil que puede ser entender que los cubanos en su mayoría sean víctimas de un régimen, que a través de un intrincado proceso institucional ha revertido valores fundamentales de su propia cultura de la libertad y la tolerancia, mutilando y manipulando la historia y las ideas fundacionales de la nación, sin que se haya producido una reacción colectiva de rechazo y desaprobación. Pero aún más difícil de comprender será que estas víctimas hayan adoptado un sistema de compensación mediante el cual responsabilizan a terceros de su posición de víctimas, enajenando su responsabilidad mediante un discurso de justificación que forma parte de la narrativa represiva del régimen. Sin embargo, es aún todavía más incomprensible que las víctimas adopten el papel de victimarios contra todo aquel que no se ajuste a la moral identitaria del régimen, basada en la idea de la patria igual a un partido igual a una ideología. No se trata de una variante del Síndrome de Estocolmo con el cual la víctima se identifica libremente con el victimario, sino de un proceso de adaptación provocado por la represión meticulosa en sus diferentes formas mediante el cual gran parte de la sociedad desempeña varios roles, a veces simultáneos, de victimarios, esbirros y víctimas.

Enjuiciar y condenar a compatriotas que deciden abandonar el país después de haber trabajado para el Gobierno o en el Gobierno es una tendencia desde que existía el exilio histórico ya desaparecido, a veces no ha sido suficiente que el sujeto haga obra para limpiar su pasado y reniegue del mismo con un activismo inusitado, moviéndose en las antípodas de aquel lugar ideológico y político donde lo habíamos conocido. Después, las sucesivas oleadas, aún más desde que la ley migratoria legalizó la salida y regreso al país con la cual el Gobierno se arroga el derecho a determinar quien entra y cómo lo hace, el exilio no ha dejado de contar en sus filas con un fuerte ascenso del radicalismo, que antes era de derechas y hoy también es de izquierdas incluso de simpatía por el régimen cubano. Una incoherencia que sólo puede cobrar sentido en personas con problema de disociación o por ser los hijos que la Revolución ha gestado en 60 años, condenados por una tara genética que les impide pensar libremente e independizarse de la paternidad que los ha modelado a imagen y semejanza de algo que existe sólo en sus mentes, ya que la creciente aristocracia revolucionaria desmiente cualquier parecido con lo que predican.

Pudiéramos decir que con cada generación del exilio se renueva este criterio punitivo, más moralizante que de justicia, ya que el castigo no es equiparable al perjuicio, ni siquiera es posible determinar que la acción que se castiga haya tenido un efecto directo sobre la víctima, aún menos que la víctima exista como una consecuencia de la acción de quien se castiga. Paradójicamente, en una sociedad como la cubana victimarios y víctimas forman parte de un sistema de convivencia y tolerancia donde la doble moral es el modus vivendi que garantiza la supervivencia. La doble moral cubana no es otra cosa que la moral esquizoide desarrollada como resultado de la represión y las prohibiciones en la esfera pública y privada, las mismas han dejado una profunda huella en el subconsciente colectivo, aunque muchas prohibiciones se hayan diluido en el largo camino. Dicha moral nos permitió sobrevivir a los años en los que además de la disidencia, entre otras muchas cosas, era censurada la vida religiosa, la homosexualidad, las relaciones con los familiares fuera del país, la gestión privada aunque fuera de “cuentapropistas”, el uso del dólar, la entrada a los hoteles, la salida del país, cualquier tipo de asociación cívica que no fueran las institucionales, y la filiación política a los órganos sociales y políticos eran inevitables para la progresión personal. Cuba ha sido un laboratorio gigante que hubiera servido a Goffman para probar su teoría de las instituciones totales para lo cual se valió de los psiquiátricos y las cárceles.

En regímenes totalitarios como el cubano la complicidad es uno de los factores determinantes de la sobrevivencia de los individuos y del propio régimen, que se encarga de convertir la dependencia al Estado en un sistema de relaciones en los que el vasallaje adquiere ribetes de moralidad alimentada por valores como la fidelidad y el coraje con sus correlatos de traición y cobardía. En otro lugar he escrito que el cubano tiene que hacer una contrición de lo que es, le han dicho qué es y cree ser, para poder desarrollar esos valores con otra finalidad y encontrarse a sí mismo sin el peso muerto de más de 60 años de distorsión de la herencia histórica y cultural que lo conforma. En Cuba, con honrosas y excepcionales distinciones, además de los más jóvenes que en un contexto nuevo han desarrollado con el pasado y el poder relaciones distintas de dependencia, todos hemos sido cómplices de una u otra manera, en uno y otro grado, por acción u omisión, de la comisión del delito de algo por inercia, creencia o credulidad, interés, necesidad, ignorancia, estupidez, holgazanería mental y un sinnúmero más de motivos y motivaciones honestas y deshonestas. El que no ha matado al perro, ha sujetado la cadena del perro, vio cómo lo sacrificaban sin decir nada o cerró los ojos. La delación es la expresión más común y vulgar de la fidelidad y determina el carácter dual de la relación entre víctima y victimario.