Diez años de la pérdida de Heriberto Hernández

Heriberto Hernández en su estudio

Hace unos días volvimos a perder a Heriberto Hernández como hace diez años. Hay personas que nunca se van del todo de nuestras vidas y en determinadas fechas nos tocan a la puerta para recordarnos algo. Quizás algo que le debemos.  

Cada uno tiene ese grupo selecto de familiares o amigos que nos ayudan a recordar que una vez fuimos felices con ellos o por ellos, no importa de qué maneras habrá sido. Son personas que nunca se van del todo adonde dicen se van los muertos y cada tiempo o aniversario regresan para recordarnos que así la muerte es inexplicable. Heriberto, el poeta y el amigo, dos cualidades que en él eran inevitables, es una de esas personas que tengo en ese grupo de inseparables aunque entre ellos no se hubieran conocido.

Hace unos años cuando me vi obligado a abandonar Madrid por un tiempo, conocí a Heriberto y su hermosa familia en Miami. Aunque los detalles no importan, puedo decir que de su mano pude salvarme de morir en la más ridícula de las circunstancias. La misma mano amistosa y portentosa con la cual escribía poemas de enorme espiritualidad que hacía trascender nuestra relación con el mundo aparentemente material, una visión que han quedado en desuso desde que la ramplonería llegó y puso sus indecentes asentaderas en lo cotidiano, y la cultura artística y literaria han sido banalizadas por la comunicación a cualquier precio.

Entonces Miami tenía coordenadas de un movimiento cultural y poético que prometía sin que al parecer haya terminado de fraguar, condenado por la falta de crítica y la autosuficiencia. Heriberto, que no se había hecho poeta en Miami, era una de las voces más interesantes después de haber cultivado cierto pedigrí, cuando en los 90 formó parte de aquellos jóvenes en Matanzas que se dieron a conocer por hacer de la poesía una retórica donde el lenguaje era cuerpo de su propia alma. En 1989, durante la eclosión de la joven poesía cubana de los 80, había ganado el Premio David de la UNEAC, en aquellos tiempos el premio más importante junto al Julián del Casal.

Sin duda la cultura cubana de dentro y fuera de la isla perdió hace diez años a uno de los poetas con mejor presente y más futuro, y Miami, además, al promotor cultural y polemista necesario para hacer que se recalculara la docta sabiduría provinciana que puebla las orillas de Cuba. Ambos perfiles de poeta y polemista se juntan en mi memoria para recordarlo como uno de esos seres escasos para quienes la poesía es el aire con el que quisieran respirarlo todo. Quizás de eso murió Heriberto cuando se quedó sin aire.

No sería ocioso para quienes conocimos a Heriberto y aún menos para los que no lo conocieron, revisitar las dos páginas digitales que él mantenía como parte de su incesante curiosidad y pasión por la poesía. Esas páginas aún viven, junto a sus libros y las conversaciones que tejía con sus enormes manos de leñador, también forman parte de la memoria de la literatura cubana dispersa. Es el mejor homenaje que podemos hacerle a uno que había hecho votos a la poesía y por ella vivía, cortando, podando y plantando árboles en su jardín sin que le temblaran las manos.

http://heribertohernandezmedina.blogspot.com/

https://laprimerapalabraque.blogspot.com/

Heriberto Hernández Medina (Cuba, 1964-2012). Poeta y crítico de arte. En 1987 se gradúa de Arquitectura. Publicó los libros de poesía: Poemas Ediciones (Matanzas, 1991), Discurso en la Montaña de los Muertos (Ediciones Unión, 1994), La Patria del Espejo (Ediciones Unión, 1994), Los Frutos del Vacío (Ediciones Matanzas, 1997), Los Frutos del Vacío (Linkgua Ediciones, 2006), Verdades como templos (Iduna Ediciones, 2008), Los Frutos del Vacío (Bluebird Editions, 2008) y Las sucesivas puertas, el frágil aire eterno (Bluebird Editions, 2009). Recibió el Premio «DAVID» de la UNEAC, 1989 y el Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén” 2006.

Fotografia: León De la Hoz