
Estamos llegando al último día del año, no de la Revolución, aunque su deterioro da bien para una elegía y un sainete. Sin embargo no pasa como años atrás cuando a esta hora casi todos los cubanos de afuera iban llegando al baile, que decían se produciría a la caída del “caballo” el primer día de enero. Eran tiempos en que todos nos llamábamos exiliados, reivindicando la condición política de vivir en extrarradio como consecuencia de no poder vivir dentro, sin importar los motivos y las motivaciones que se tuvieran derivados de la exclusión social, económica o directamente política. La esperanza de un cambio que coincidiera con el fin de año no dejaba de ser el fruto de la ignorancia del proceso bastante mal conocido. Entonces todavía había Revolución para rato, hoy no sabemos, pero el que viene podría ser el último año.
Los fines de año siempre han sido para quienes no fueran cubanos un periodo de fiestas y de tristezas, de expectativas y evaluaciones de uno mismo, la verificación de que un año más es también un año menos. Pero los nacidos en la isla además han sentido ese otro toque mágico de la coincidencia entre el año nuevo y el día en que ganaron un país o lo perdieron, según se vea. Los que apoyan la Revolución suspiran por haber llevado a la meta un año más de poder conservar los privilegios o el estatus de vencedores contra la incertidumbre de un cambio. Los que no la apoyan viviendo en la isla también suspiran porque no les queda más remedio que seguir jugando a “escapar” adentro mientras se da el milagro de poder escapar afuera. Y los que estamos fuera miramos con dolor y una dosis de espanto en lo que se ha convertido aquello.
Es paradójico que hoy cuando la Revolución ha perdido sus revoluciones, no tiene al “caballo” y una enorme parte de los llamados revolucionarios de antes están muertos, retirados o en el exilio, ya nadie se prepare para esa fiesta que tendría lugar con la derrota del régimen. Evidentemente la Revolución languideciendo se ha convertido en la antinomia de lo que se supone la naturaleza de una revolución social, política, económica o de cualquier tipo, incluso para acabar con ella. A estas alturas viendo los conatos de rebelión y sus causas podemos decir que nadie la va a tumbar, sino que se va a caer. Y ojalá al caer no mate a nadie inocente como sucedió a mi hermano Rolando al que se le arrojó uno de los edificios de La Habana vísperas del día de San Lázaro el año pasado. El deterioro físico de la ciudad, el hacinamiento y la insalubridad, mientras se construyen edificios de lujo a expensas de la muerte de una parte del país, es la mejor de las metáforas para evaluar la textura moral y el efecto de causa del fin de la Revolución.
Tal vez sería de otra manera si la gran expectativa de los cubanos sobre el fin de la Revolución un fin de año coincidiera con la de quienes durante el año han satisfecho parte de su patriotismo poniéndose a favor o en contra de la ley de familia, esa institución que fue burguesa para la izquierda y ahora la abraza la nueva izquierda por el lado inclusivo, en nombre del amor, tan demodé ellos. Y luego cuando apareció Blonde se renovó el patriotismo aunque muy pocos hayan entendido de qué iba la película en la que una cubana interpreta uno de los mitos de la cultura del enemigo histórico de la Revolución. Más tarde ha muerto Pablo Milanés, uno de los más grandes creadores musicales de la lengua y otra vez volvimos a dividir al país que no tiene quien lo una ni a favor ni en contra de nada. Los cubanos por defecto puede que sean las personas que más tiempo pierden cultivando el patriotismo, y es porque siempre se sienten incompletos. No importa que el gran referente haya pensado que patria es humanidad.
Pablo, quien me dejó un par de anécdotas personales de incalculable valor para medir su calidad moral y valentía al defender en lo que creía, no fue perdonado por algunos que necesitan de hombres perfectos para validar sus propias imperfecciones reflejándose en ellos, como hicieron en una época aplaudiendo al cubano que parecía tapar el sol con su figura como hiciera Alejandro Magno. No importa que Pablo, decepcionado, hubiera hecha pública su oposición a aquello a lo que dio su voz. Su funeral en una institución extrajera, fuera de la isla, ha sido su último acto de rebelión distanciándose de los honores de aquella lejana Revolución que con sus luces y sombras había defendido.
Ya ni siquiera algunos para oponerse quieren llamarle Revolución a esa institución que lleva 64 años como una representación del poder fiel a sí misma y ensimismada, con el único fin de preservarse mediante métodos represivos presentes en la vida social, educacional, cultural y mediática, muchos de los cuales se han hecho invisibles por el uso y la justificación ideológica y política. Como si quitándole el nombre o el apellido a esa dictadura fuera a parecer más inteligente el análisis o se fuera a debilitar la Revolución, eso que, llámese como se le llame, sigue siendo lo mismo pero menos eficiente en manos de gobernantes más ineptos para conducirla en los nuevos contextos de tiempos diferentes y difíciles, le gustaría apostillar a Padilla, el poeta que mejor retrató lo que fue aquello en dos o tres poemas que sobrevivirán a la Revolú, la Reinvolución, la contrarrevolución, la Dictadura, el Totalitarismo, el Castrismo o como quiera llamársele a la criatura, madre de todas las miserias, incluso del bloqueo, si así os gusta que le llame.
Sea como sea, llegamos a un año más para la Revolución y uno menos para los cubanos que si antes medían sus vidas en términos históricos como los de la Revolución, hoy han aprendido a hacerlo en su justo tiempo humano como lo hacen quienes pertenecen a la oligarquía de poder disfrutando de los placeres. Esa conciencia de sí mismos se ha convertido en el denominador común del desengaño, incluso entre quienes desde la izquierda se sienten comprometidos con una Revolución que no representa la utopía revolucionaria en la que aprendieron a distinguir las diferencias dadas a la pertenencia a clases y estamentos sociales. Hoy seas de la izquierda o la derecha ideológica ves que el tiempo tiene su correlato en el individuo, en su felicidad o sufrimiento por lo que se es o se tiene en comparación también con los otros. En esa conciencia de sí mismos puede que esté el germen de la complicidad y el fin del miedo para revolucionar.
Hoy se va todo el mundo aunque muchos no pueden dejar de llevarse la Revolución consigo. Ya ni siquiera aquella diminuta oposición organizada en partidos y ONGs políticas de diversos colores y tonos ha podido sobrevivir a la acción individual de querer vivir fuera del país para existir lejos de la Revolución. Todos huyen, ser un héroe o un mártir contra la Revolución es menos rentable que cruzar el mar, selvas, páramos y fronteras para escapar, a no ser que se siga un apostolado, cosa que ya no se usa. Todo el mundo quiere huir, y si no puede “escapar” dentro, en un arranque de impotencia y rabia se lanza a la calle y protesta hasta que son reprimidos y encarcelados o esperan el momento de hacer valer el descubrimiento de saber que ya no pueden vivir dentro de la Revolución, ni al lado.
Para colmo y a pesar de que la izquierda internacional sigue muda y con los ojos cerrados, como en el cuento de los ciegos que tocan las partes de un elefante para definir de qué animal se trata, hoy a la derecha tradicional cubana que había protagonizado el enfrentamiento con la Revolución le ha salido un competidor en la nueva izquierda cubana, que sueña con una Revolución pero no esta que ha dejado de parecerse a la imagen que había dado de sí misma, sublimada por el sacrificio, una moralidad superior y un paraíso terrenal históricamente situado en algún lugar lejos del alcance de la vida de los cubanos, una entelequia cada vez más difícil de explicar y que sólo es posible visualizar en las sociedades capitalistas desarrolladas o no donde los desequilibrios sociales y económicos son compensados con diferentes fórmulas.
Es verdad que tampoco habrá baile este año para celebrar un cambio cubano, sí más miseria en los alrededores del Palacio de la Revolución donde los príncipes celebrarán el año nuevo de la Revolución, y más gente que sueñe con poderse ir del país no importa si arriesgando su vida por selvas, mares o estepas, desafiando la muerte con la esperanza de poder vivir alejándose de la Revolución. Mientras los gobernantes y sus familias se reparten los beneficios directos e indirectos del sacrificio de los cubanos, de las inversiones extranjeras y de las remesas de los familiares que huyendo antes fueron gusanos traidores y ahora son patriotas emigrantes, con nuevos privilegios para ingresar limosnas conque sostener el cuerpo enfermo y miserable del país tumbado sobre su Revolución, que como una sábana milagrosa es izada de cuando en cuando.
Quizás este no sea el último año de la Revolución, pero sí es un año menos en el que muchos han logrado sobrevivir a la Revolución.
Ilustración: Marcos Guinoza