LA DOBLE MUERTE DE DELFÍN

A Delfín Prats lo han vuelto a matar este fin de año, ni siquiera hubo compasión navideña por el poeta, no obstante que sus victimarios se jactan de obedecer la palabra de Dios, no sabemos cuál y no seré yo quien diga que ese dios pudo ser cubano y murió venerado pero sin crucificar.

La primera vez lo mataron cuando después de ser premiado con el mejor de los galardones literarios para jóvenes de entonces le destruyeron el libro y lo silenciaron, haciéndole mal vivir su muerte hasta que en los 80 una moderación de la política le devolvió a la vida como se hiciera con otros que también habían sido muertos. La segunda vez lo han matado desde fuera de Cuba los mismos que huyeron de la mano que esgrimió el arma con la cual mataron a Delfín, muchos de los cuales nunca se enfrentaron como le piden hoy al pobre poeta, aunque lucen en sus solapas una medalla al coraje. No lo matan porque hubiera escrito un libro fuera de las normas del sistema como sucedió la primera vez, sino porque aseguran que debió suicidarse negándose a recibir el premio para así denunciar al régimen y reivindicar la idea libertaria de quienes lo juzgan como un cobarde por no sacrificarse.

Es una mentalidad perversa, falta de compasión, inmoral y sin ninguna inteligencia política exigir el sacrificio del poeta en nombre de otro patriotismo ideológico similar y paralelo al de sus victimarios. Lo matan porque Delfín actúa fuera de otras normas, que si no son las del régimen cubano, ahora son las de quienes han fijado una tabla de valores que, mutatis mutandis son las de aquellos que mataron a Delfín la primera vez. Los nuevos fiscales de la conducta condenan al poeta por no ceñirse a una moralidad que estos creen representar, a pesar de que muchas veces la condena la hacen individuos de dudosa moralidad literaria, patriótica o cívica. Intelectuales mediocres, patriotas con patria en las redes sociales y personas cívicas sin otra obra que el aplauso virtual de la sociedad digital, mediocre y genuflexa.

Eso que ahora llaman cancelación y que todos los cubanos lo conocen en carne propia de alguna u otra manera, parece ser algo inherente a la genética cultural cubana como lo es el afán de luchar contra ella, semejante a esas dos líneas cruciales de lo popular y lo culto que corren paralelas en la historia. Aún más que el patriotismo cultivado como una endogamia basada en el orgullo y la admiración de lo excepcional que brillantemente estudiara Gastón Baquero en su trabajo inédito que publiqué en estas páginas, la tolerancia y el dogmatismo son alfa y omega de la voluntad de libertad a lo largo del tiempo, y a lo que parece ser que la isla no puede escapar esté dónde esté, ya sea dentro o fuera y sea de la derecha o la izquierda ideológica.

Dos patrias tenemos los cubanos: Cuba y la noche, y también dos UNEAC, una que condenó y ejecutó a Delfín y muchos más haciendo prevalecer un comportamiento ajustado a las normas de la Revolución, y otra que fuera de la isla de forma oficiosa y dolosa juzga y ejecuta a quienes actúan fuera de su jurisdicción moral. No es la primera vez que un escritor pasa por el pelotón de fusilamiento de las UNEAC por haber sido negro, homosexual, de izquierdas o derechas, crítico, complaciente, elitista o populista. Lo peor es que la UNEAC que vive fuera de la isla actúa sin tener que hacer cumplir la normativa de ningún Gobierno a lo que sí están obligados los dentro a cambio de la supervivencia. Y lo mejor es que podemos enfrentarnos a esta UNEAC sin miedo a ser condenados por ningún régimen como sucede a quienes se enfrentan dentro del país.

El miedo, que es parte de uno de los dualismos más significativos del cubano, a pesar de la bravuconería que llevó a su máxima expresión el máximo líder que como diría René Ariza en Conducta impropia todos llevamos dentro, tiene que ser comprendido para visualizar mejor y racionalizar la represión activa y pasiva a la que es sometida la sociedad cubana por un régimen que premia el compromiso, la obediencia y la complicidad. Delfín Prats a quien se le pide un acto de valentía no es una excepción, aún más cuando el poeta con su poesía ha dado más por Cuba que todos aquellos que le piden un sacrificio. La UNEAC de afuera debiera poner en valor la obra del poeta y no su conducta cívica como hace su imagen, la UNEAC de dentro. Es aterrador que a todos los escritores y artistas las dos UNEAC les exijan ser y vivir como José Martí, desvalorizando una parte considerable de creadores a lo largo de la historia, sobre todo en el periodo de la Revolución.

Que se le concediera el Premio Nacional de Literatura a Delfín Prats ahora es un acto político tardío y de justicia poética de las instituciones que llega tarde, tanto que es a esa decisión y a las instituciones políticas a las que habría que enfocar las críticas. Si se tratara de asumir una actitud política frente al otorgamiento del premio es al victimario y no a la víctima a quien deberíamos juzgar y demandar una explicación por haber matado a Delfín y a otros tantos, aunque esos se hubieran reinsertados complacientes. Cuando se enfoca a la víctima estamos dando por válida la naturaleza de la represión, del mismo modo que cuando se ha aceptado un código de familia sin la reflexión institucional sobre la represión que antes hubo a la familia en general y al concepto inclusivo ya sea ideológico o de género.

Quizás sin proponérselo Delfín ha escrito una poesía que ha desafiado el estatus del régimen que lo mató y seguramente lo sobrevivirá a él y al Gobierno, al margen de las normas de lo que se consideraba escribir dentro sin estar fuera. Eso es ya un acto que merece reivindicarse porque lo bueno siempre es un acto de rebeldía frente a la mediocridad da igual que se viva dentro o fuera de la isla, y si no todos pueden lucir ese don por lo menos deberíamos respetarlo aunque nos hubiera gustado otra cosa. Me gustaría poder saber cuántos de los que piden el sacrificio de Delfín sacrificándolo otra vez se ofrecerían a ponerle con sus propias manos un plato de comida en su mesa.