rehenes

Desafío, fotografía realizada por Ramsés León

La verdadera y más auténtica relación de los padres con los hijos es la de rehenes. No sucede así con otros vínculos afectivos. Todo es prescindible menos los hijos y quedamos secundados a no escatimar sacrificio en prepararlos para que nos liberen, cosa que a veces sólo logramos a medias. Quien no comprenda esta ecuación es porque ese papel le queda grande. Creer que todos somos capaces de dedicar el tiempo de la realización personal a la realización de otro, aunque sean nuestros hijos, es algo absolutamente absurdo con visos de religiosidad, ya que ni siquiera podemos hacerlo con ellos sin una dosis de frustración.

Ser padre puede ser tan vocacional como ser ajedrecista, médico o bombero y lleva implícita una dosis importante de virtuosismo, apostolado y negación de uno mismo. El hecho de que seamos padres no quiere decir que lo seamos en la medida en que ellos lo necesitan o exigen y generalmente los hijos lo corroboran haciéndonos ver que lo hacemos mal. Unas veces andando en sentido contrario, otras, en el mejor de los casos, ignorándonos. No es una cuestión ni ética ni religiosa ni filosófica, es práctica. Lamentablemente es algo que muchos padres debieran comprender antes de emprender esa carrera, que cuando se inicia es hasta el fin de nuestra vida o de la cordura. Primero perdemos la paciencia y luego el juicio, yo sé de padres que han perdido el juicio porque sus hijos no son lo que ellos soñaron que debían ser. La imagen y semejanza de ellos mismos, gracias a Dios irrealizable en muchos casos.

No se trata de lo que queremos como padres para nuestros hijos, sino de cómo lo hacemos. Esa es la gran duda que tenemos cada día y a la que respondemos con inseguridad. Nunca sabremos el resultado final hasta que a la vuelta de los años nuestros hijos por ley de vida se convierten de cierta manera en padres nuestros. Entonces ya podemos saber que el ciclo se ha cerrado cuando ellos terminan con la relación matando a sus rehenes. Lo de ser padre tiene que ser un sentimiento y un oficio. Empiezo a sentirlo con mis hijos, demostrándome que las bestias siempre cogen el camino que la naturaleza les tenía marcados. Por suerte terminarán matando a su rehén y ese es el mejor de los regalos que puedo recibir como padre. Nos habremos liberado mutuamente por lo menos del grillete, el alma sigue encadenada.