Hoy es Nochebuena y mañana Navidad. No voy a remedar el famoso villancico. Todos mis lectores y amigos, o sea, mis amigos que son los lectores o los lectores que son mis amigos, casi todos desconocidos e invisibles, saben que detesto las Navidades. Son unas fiestas tristes y de un infantilismo caricaturesco, donde la hipocresía a veces alcanza cotas de perversión, ya que es difícil desprenderse de la monotonía que produce la rutina de querer ser felices a toda costa, cuando serlo es una quimera. Es la obligación que nos impone una tradición en la que cual cuesta creer. No obstante nos dejamos llevar porque es uno de los rituales que estructuran la sociedad sobre valores que todos comprendemos y aceptamos, la paz, el amor, las comilonas y los regalos. En Nochebuena, según la tradición, todas las mesas querrán llevar un pobre a la mesa. Luego sólo algunos se acordarán de que la pobreza vive en el piso de arriba. Las Navidades para mí son Viridiana de Buñuel.
Si no pensamos en las connotaciones religiosas, ideológicas, espirituales y económicas de las Navidades y nos quedáramos con la estética que la caracteriza, tampoco podría con ellas. La estética que es lo que no pasa inadvertido, es angustiosamente cursi. A veces creo que el daltonismo es una enfermedad de las Navidades. Pasar por delante de esas casas iluminadas por cientos de bombillas de colores y custodiadas por los enormes enanos de goma inflada, es como si estuviéramos descendiendo el infierno. Dios no podría tener tan mal gusto y es una de las cosas que me hace dudar de que nos haya hecho a su imagen y semejanza. No hay barrio de los Estados Unidos que se salve de tener una entrada en el infierno, sobre todo en los barrios pobres que brillan con una falsedad teatral. A los americanos yo les quitaría tres cosas que afean su imagen: las Navidades, las zapatillas de deporte con las que van a todas partes, y las corbatas tejanas.
Objetivamente las Navidades son horribles y es difícil que se puedan evitar. Esa es la razón de que piense en algo para sobrevivir a ellas. Yo lo voy a intentar, sin que se conviertan en dogma estas cosas que haría para pasar por ellas sin que ellas pasen por mí y a riesgo de no alcanzar el objetivo.
- Evitar los colores verdes, dorados, plateados, sobre todo el rojo y todos aquellos objetos que acaparan el simbolismo de la fecha: bastones, calcetines, gorros, bolas de colores y guirnaldas.
- Evitar los arbolitos, los villancicos y toda música referente a la celebración, incluso los clásicos.
- Evitar las compras y los regalos, las comidas suculentas, los compromisos festivos y todo aquello que represente un gasto alusivo. Si quiere regalar, hágalo para celebrar a la persona.
- Evitar los mensajes de felicitación y ser un eslabón de las cadenas de mensajes de ese tipo.
- Si no puede evitarlo porque es casi imposible hacerlo, relájese, túmbese en la cama con varios libros y lea hasta el año que viene. No se baje de la cama y deje que el mundo y la Navidad pasen por su lado, si es acompañado, mejor. Yo me voy a la cama a celebrar este cuerpo.