Madrid acaba de perder la carrera por los Juegos Olímpicos de 2020 frente a Estambul y Tokio. A la basura los sueños de equipararse a Barcelona, en la larga disputa que mantienen a escondidas y vergonzosamente un gran número políticos o ciudadanos comunes de ambas ciudades, y también la ilusión de creer que ser sede nos convertiría en la meca de las oportunidades. La ecuación sede olímpica igual a progreso y desarrollo, tan arraigada en el discurso político y la mente de los ciudadanos, es pan para hoy y hambre para mañana. Es mejor poco que nada, pensamos, y es lo que hace que la ilusión nos convierta en manipulables, a merced de políticas populistas. No es seguro, ni está probado, que eventos de este tipo traigan los beneficios económicos con que nos animan, eso sí, los réditos políticos pueden ser inmensos.
El deporte es lo de menos. Si el deporte fuera lo relevante en las políticas que sustentan las candidaturas como la madrileña, los gobiernos no dejarían que gran cantidad de deportistas se quedaran sin atender sus necesidades de desarrollo, tampoco que el deporte fuera casi exclusivamente el fútbol o, en su defecto, modalidades de exclusividad asociadas al poder económico. La situación denunciada por algunos deportistas de élite que no cuentan con patrocinios ni apoyos por parte del Ministerio a cargo es espeluznante. Sobre todo se echa de menos una política de desarrollo y arraigo de la diversidad y los hábitos de la práctica del deporte a niveles de afición, sustentada por la horizontalidad y la sostenibilidad. Amigos, si al Ministerio del ramo le importa poco la educación y la cultura cómo vamos a creer que les interesa el deporte y las Olimpiadas si no es con fines propagandísticos.
Me alegro que no le hayan concedido la sede a Madrid, me habría alegrado menos si los gobernantes hubieran aprovechado para hacer un discurso en el que todos los españoles se sintieran representados por la candidatura, pero no se le puede pedir peras al olmo. La mediocridad de los gobernantes es peor cuanta más política se exige de ellos, es como el piloto que estrellara su avión cada vez que se le pidiera que demostrara su pericia en el aparato. Unas Olimpiadas en un país donde la clase política está bajo sospecha no habría sido otra cosa que un espaldarazo a un estado de cosas absolutamente reprobable, que seguramente habría traído más trabajo temporal en unas condiciones de precariedad amparadas por las reformas del Gobierno y habría enriquecido aún más a grandes empresas constructoras, sobre todo, asociadas al poder político.
Las Olimpiadas para España habrían constituído una cortina de humo más a la situación del país y su solución. Sin duda también un calmante más para el dolor y la desesperación de una gran parte de sus ciudadanos. Una cortina de humo y un lenitivo para consolidar la política de ralentización de la evolución de la respuesta social que haga tomar posiciones más consecuentes con la depreciación de la sociedad. En términos de salud social lo que el país necesita no es una pastilla para el sufrimiento, sino una solución de la enfermedad. Una solución política para un problema económico de magnitud tan descomunal que rebasa la suma y la resta del Ministerio de Economía. En realidad eventos de este tipo lo que hacen es favorecer la consolidación del estatus político del régimen que sea y pocos beneficios dejan a su paso.
Al fin ha terminado la carrera madrileña por las próximas Olimpiadas, no voy a preguntar cuánto habrán gastado hasta aquí para engordar una frustración más española. Lo mejor sería que se ocuparan de favorecer más el deporte, dicha festividad es lo de menos. De verdad, ¿a quién se le puede ocurrir querer hacer unas Olimpiadas si no es a los políticos o a quienes se van a aprovechar con ellas? Ni que nos interesara otra cosa que el fútbol. Durante la pasada legislatura el actual presidente de la nación culpó a su antecesor del fracaso de la candidatura, hoy podemos decir lo mismo y con más fundamento. Seguramente también la falta de credibilidad del actual Gobierno ha llegado hasta la mesa del COI, que ni siquiera puedo comprar eso que llaman la “marca España”. El ridículo es olípico, si tenemos en cuenta que ni siquiera han sabido aprovechar el esfuerzo que desarrolló el anterior alcalde. Sin embargo, como es costumbre, la responsabilidad del fracaso caerá en otro saco. Esto es la marca España.
Me alegro que no le hayan dado la sede a unos políticos que aprueban crear Las Vegas del juego dentro de Madrid y que mantienen una dudosa reputación en relación con el dopaje, al mismo tiempo que dicen respetar el espíritu de Cobertain. Seamos consecuentes unos y otros, los políticos y los ciudadanos, y pidamos con el mismo furor para la Educación y la Cultura, que también forman parte de los intereses del Ministerio de un Gobierno que los vende a precio de saldo.