De las pocas cosas que han cambiado mi vida drásticamente, como fue el nacimiento de mis hijos, hay otras dos de las que nunca he hablado. Una de esas cosas fue el reencuentro en Nueva York en los años 80 con mis tíos y su familia que se habían ido de Cuba tempranamente, y la otra la amistad que sostuve con Gastón Baquero cuando llegué a vivir a Madrid. Aunque ambos encuentros fueron relativamente breves tuvieron la energía de los acontecimientos vitales. El primero duró un par de tardes y el segundo un par de años, sin embargo sin ellos mi vida posiblemente sería diferente. No hay duda de que cada paso que uno da lleva a caminos que se bifurcan distintos, con consecuencias nuevas, si la vida fuera tan larga como quisiéramos, podríamos comprobarlo. Una de las ventajas que tiene llegar a viejo es la de poder volver la cabeza y mirar con una perspectiva diferente, creo que eso mismo le sucedió a Gastón.
Mis tíos llegaron al exilio huyendo de la castración de los Castro, aunque no habían tenido actividad política. Eran personas de fe y vocación religiosas, buenas y trabajadoras, condenadas como muchos a las humillaciones de costumbre, en una época que hoy parecen olvidadas en cierto exilio seducido por el cambio de política o de máscara del Gobierno. Con mis tíos recuperé a la familia perdida sin una queja de dolor siquiera, la familia que la Revolución había intentado suplantar con un padre tiránico, mesiánico, triste y abusador. Y no sólo a la familia, sino algo tan o más importante aún que es el concepto de familia y su importancia en la recuperación de la nación, aunque actualmente esté sometido el mismo a la manipulación del régimen con el fin de paliar los efectos de la crisis del país.
Con Gastón sostuve una profunda amistad que no fue tan larga porque se produjo es sus últimos años de vida, pero sí de una intensidad marcada por los cambios que su propia vida estaba teniendo, dentro de un contexto cubano de transformación generacional y cambios en la política cultural. Nos veíamos casi todos los días y en cada uno de ellos aprendí a ver otra forma de lo cubano que no había conocido, ni siquiera en aquellos que de su propia generación literaria eran mis amigos. La otra Cuba, la del exilio, empezó a alcanzar para mí el éxtasis de patria. La idea de la patria manipulada por unos y otros siempre con un perfil de exclusión, alcanzaba en Gastón la transfiguración martiana de la casa de todos, no importa donde estuviera. Además de su poesía, este es uno de los aportes más grandes del poeta, que lamentablemente es poco conocido porque se produjo tardíamente.
De mis tíos aprendí, sin olvidar, a perdonar para recuperar a la familia. De Gastón aprendí a ver a Cuba con los ojos de un hombre que decía que la poesía es lo que no se ve, lo mismo que dijera José Martí de la política. En ese río invisible que se mueve bajo el socavón de la Isla, corre lo único que puede salvarnos y mis tíos con Gastón lo habían bebido.