Anda por ahí una campaña que dicen que invita a los cubanos radicados fuera de Cuba a no hacer viajes a la isla, ni recargas, tampoco a enviar dinero o paquetes por un periodo a partir de enero. Al contrario de otras demandas en forma de cartas de denuncias o peticiones contra el Gobierno cubano esta tiene un carácter popular, casi plebiscitario, que no atañe directamente a un grupo o sector político, social o profesional, sino a toda la sociedad cubana de afuera, sean o no donantes y tengan o no relación directa con la isla, y sobre todo a los de dentro por beneficiarios directos de las ayudas. Por una razón u otra todos nos sentimos aludidos. Si bien las demandas del exilio tienen una motivación política, esta tiene además un componente social de enorme conflictividad emocional, tanto como que es el componente que el Gobierno usa para demandar la colaboración de “su exilio”, recurriendo al amor a la patria en aquella convocatoria que hizo el presidente Canelo con la interpelación a los “orgullosos y nostálgicos”. Si no fuera por estos matices que nos relacionan a todos, la demanda del “no recargas, no dinero, no paquetes, no viajes”, hubiera pasado sin pena ni gloria en el exilio como ha sucedido con otras peticiones.
A nadie en su sano juicio se le ocurriría pensar que este plebiscito podría afectar la estabilidad del Gobierno cubano aunque el “embargo” del exilio a sus compatriotas se extendiera por un año o más, tampoco que pueda ser razonable un tercer embargo más allá de las limitaciones que establece el embargo estadounidense y el embargo interno que nos ha descrito de forma contundente el economista Jorge A. Sanguinetty, aún menos que vaya a tener éxito con las características actuales del exilio que se hace llamar emigración o diáspora y que por su composición social y política es rehén, víctima y cómplice de la política del Gobierno. No obstante pone a la vista de todos un problema que gran parte de ese exilio, el “exilio del Gobierno”, no puede ver o no quiere ver y del que no quiere hablar:
Primero, que aunque se le llame “diáspora”, “emigración” o “comunidad” no deja de ser parte del exilio por el origen político de su naturaleza migratoria, ya que el objetivo económico está supeditado a una situación política determinada por una dictadura endogámica que autobloquea su sistema para la superviviencia de una oligarquía revolucionaria heredada. Ya casi nadie duda de que si realmente el objetivo de la resistencia numantina fuera el bienestar del pueblo, el Gobierno habría renunciado a sacrificar al pueblo y habría puesto en sus manos la decisión de continuidad con unas elecciones libres y democráticas, aún más cuando sabemos que después de la pérdida del proteccionismo soviético ese bienestar ha decaído a niveles similares a aquellos que para grandes sectores de la población pudieron justificar la Revolución del 59. A esto sumamos las propias contradicciones de una política que no parece pensada en nombre de los ideales sobre los que se elaboró la ideología de resistencia, sino en la acumulación de riquezas personales a la espera del Armagedón como sucedió en la Unión Soviética, y de las cuales el exilio actual es una consecuencia bajo el supuesto migratorio de flexibilidad.
Segundo, que la incapacidad económica del país no es un elemento aislado, sino parte de un sistema cerrado que ha propiciado una degradación sin precedentes que para su conservación ha institucionalizado la doble moral de la supervivencia con su consiguiente pragmatismo, y el mismo ha sido exportado mediante una política migratoria que tiene su colofón en la convocatoria de la “IV Conferencia La Nación y la Emigración” en abril del próximo año. En ese sentido el Gobierno cubano ha creado una relación de espejo con los cubanos de afuera a quienes ha invitado a sentir el “orgullo y la nostalgia” como parte de su sentimiento patrio que los convierte en colaboradores del dolor de sus propias familia, aunque esa parte de la población se haya visto obligada a salir a causa de la incapacidad del régimen que fue subvencionado por la Unión Soviética y justifica su minusvalía culpando a los Estados Unidos. En definitiva esta parte mayoritaria de los cubanos en el exterior son víctimas del victimismo de la Revolución y de una configuración de la idea de la identidad a la medida del ideario, la ideología y una psicología social que los mantiene unidos e identificados con un modelo de poder que imitan y reproducen en la medida en que han creado un sesgo de complicidad con el poder político.
Si bien la convocatoria ni de lejos es una solución al grave problema que se vive en Cuba, no obstante puede servir para llamar la atención y a la reflexión sobre la naturaleza de la relación que la Cuba de afuera tiene con la Cuba de adentro y, fundamentalmente, con el Gobierno cubano a través de la dependencia mutua entre ambos: unos no pueden relacionarse con su país como quisieran y el otro dispone las acciones y las normas para que esa relación sea de una manera que les interesa y así aliviar las necesidades materiales y la inconformidad incipiente de la sociedad que no puede solucionar por sus propios medios. Así entiendo que puede ser útil una convocatoria de este tipo que nos obliga a una reflexión profunda sobre quiénes somos, cuál debe ser el papel del exilio y cómo podría relacionarse con la otra Cuba. Sin embargo una campaña que tiene una intención política, pero no una racionalidad política, tiene que tener en cuenta los efectos colaterales y sobre todo si el saldo final es positivo a sus objetivos o no. No es una campaña en la que se trata de afectar económicamente a una parte para ocupar su segmento de mercado. Entonces vale la pena preguntarnos, ¿quién es el verdadero perjudicado y quién gana durante la campaña y después que esta termine? Aunque el resultado final es el que importa a una campaña, no obstante hay una serie de elementos que en el proceso se ven afectados positiva y negativamente.
Por partes, damos por descontado que durante un mes será menos que un rasguño en el muro del régimen el embargo del exilio, incluso para la población que se beneficia directa e indirectamente del aporte económico de la Cuba de afuera. Ni la gente se va a morir de más hambre, ni el Gobierno va a hacer ninguna concesión que no tenga ya programada para la próxima “Conferencia de la Nación y la Emigración”. No obstante el perjuicio político sobre la totalidad del exilio durante el periodo de la campaña es mayor que sus beneficios finales que son nulos, ya que la campaña no es una campaña política que vaya acompañada por la información adecuada para mostrar las consecuencias, la manipulación y el uso que hace el Gobierno con la solidaridad de la isla exterior con la interior. O sea, la idea carece del soporte de las verdaderas campañas no importa de cual se trate y con qué fines, cualquier campaña necesita de ese soporte, digamos educativo, si no es para lograr un efecto inmediato como sería la caída del Gobierno. De lo contrario no es más que una ocurrencia que en los tiempos que corren de redes nos enredan. Sin embargo, quien mayor beneficio puede sacar de la campaña es precisamente quien se supone debería ser perjudicado porque contra ellos está dirigida, o sea, el Gobierno cubano.
La campaña devuelve a los cubanos que viven dentro de Cuba el argumentario con el cual el Gobierno ha manipulado su papel de víctima frente a los Estados Unidos y por extensión al exilio, dividiendo a los cubanos en buenos y malos, sobre todo a los buenos y malos de afuera, y al embargo estadounidense en la excusa para someter a la población a una disciplina. Además, contrapone dos realidades que el régimen se ha encargado de excluir: la familia y la patria. Primero servirá para fortalecer el discurso del enemigo sobre el cual el régimen ha desarrollado una ideología tan contumaz como efectiva, que incluso en estos momentos en los que se beneficia del exilio mantiene como parte de su retórica de la identidad. Y como consecuencia profundizará las diferencias políticas e ideológicas que interesan al régimen y que en los últimos años se habían descaracterizado a favor de una estandarización de las necesidades y la resolución de las mismas como una nueva e inevitable ideologización de la vida del cubano de dentro. Frente a la incapacidad del Gobierno y la ideologización política, los cubanos habían encontrado en el exilio un modo diferente de vivir y por extensión una incipiente vía de explicación del fracaso de la Revolución.
Por otro lado, lo más significativo de esta campaña es que incide negativamente allí donde más daño había hecho la Revolución a la convivencia de la sociedad: la familia. Si una cosa ha hecho y está haciendo el exilio es revalorizar el papel de la familia que había sido sustituido por el de la Revolución, enajenando el significado y el contenido de la nación a la idea de una patria ideológica al mismo tiempo que vaciaba del contenido tradicional la institución familiar. Es cierto que parte de este exilio, “el exilio” que se ha dado el Gobierno, contribuye “nostálgico y orgulloso” de la patria que le han dado más que de la que ha tenido, pero es parte de un proceso de desmitificación presumiblemente más largo de lo que quisiéramos en el cual el exilio tiene un papel fundamental. La historia del futuro de Cuba no podrá hacerse sin la dinámica que el exilio y la familia están introduciendo en las relaciones sociales y de poder dentro de la isla, todavía controladas por las políticas de poder en que gran parte de este exilio fue educado y por el cual es víctima de una particular configuración de su psicología social, y en el que la principal particularidad es la complicidad con el régimen, ya sea por afirmación, negación u omisión. De hecho la campaña es un reflejo de ese modo particular que tenemos los cubanos de relacionarnos en imitación de la forma en que el poder se relaciona con los cubanos, “si no estás conmigo, estás contra mí”, sin los matices que permite la convivencia democrática.
La encrucijada en la que esta campaña sitúa a los cubanos no es política, sino moral, y ninguna política debería estar por encima de la moral, además de que es contraproducente políticamente proponer una medida semejante a la que el enemigo político ha desarrollado durante 60 años. El dilema es difícil de resolver y debería ser prerrogativa individual: si se ayuda al Gobierno ayudando a la familia o si se daña al Gobierno dañando a la familia. Los millones que van al mantenimiento del régimen no salen del bolsillo del mecánico en Florida que mantiene a sus hijos en Cuba, sino de todos. Es tan inmoral, aunque tal vez fuera necesario a la lógica militar, la represión impuesta por Máximo Gómez a la población campesina que se abstenía de participar en la guerra como la que impuso Valeriano Weyler para impedir la ayuda a las fuerzas mambisas. Si el exilio tiene que parecerse a sus represores –aun cuando viviendo dentro de Cuba muchos de los que impulsan la campaña fueron incapaces de oponerse al Gobierno y buscaron una salida para sobrevivir fuera– imponiendo un castigo más a las familias, entonces es que los cubanos hemos llegado a un nivel de identificación con el represor sin parangón en la historia nacional. Me atrevo a asegurar que gran parte de los cubanos que viven todavía dentro de la isla estarían dispuestos a un sacrificio más si hubiera una medida que comprendieran y fuera realmente plausible para acabar o mejorar la situación que viven los más desgraciados. Esta campaña, si alguna validez tiene, es haber generado un debate y una reflexión que pone en evidencia la impotencia, la falta de recursos políticos, organizativos y de liderazgo en el exilio.
La patria no es todo lo que nos han hecho creer y nos hemos creído, pero la familia es lo que conocemos y siempre ha sido el principal soporte incluso cuando el Gobierno secuestró las relaciones con quienes pudieron abandonar la isla y no había remesas, ni recargas ni paquetes, ni viajes. No se trata del corazón, sino del cerebro, si también colaboramos con la destrucción de la familia que es realmente de donde somos, entonces habremos empezado a parecernos a los tiranos y estaremos poniendo una pistola en nuestra propia cabeza. La solución no sé cuál es, pero por ahí no. Es inmoral culpabilizar a la víctima de una dictadura e imprimirle un castigo doble, abandonarlo al verdugo, no socorrerlo, sobre todo cuando no se sabe si el sacrificio merece la pena. Lo cierto es que la mona, aunque se vista de seda, mona será. Eso pasa también en la Cuba de afuera que no deja de parecerse a la de adentro. En una época el exilio fue el principal reservorio de lo que en la isla se perdía, hoy debería dejar de ser el reflejo de la isla y preservar lo mejor de lo que estamos perdiendo. La campaña es tan previsible que ojalá los estrategas políticos que todavía habrá en la isla no se den cuenta de lo que les han puesto en las manos.