Para Lucas, por su abuela Pilar
Hoy la vida vuelve a ser lo que fue ayer.
Como un tren que nos regresa a casa
vemos el mismo paisaje, las mismas cosas,
y personas que antes despedimos del andén
se agolpan para sentarse junto a nosotros.
Las vemos detenerse ante nosotros
tan despacio que casi podemos tocarlas.
Es un viaje largo y doloroso mientras
no acaba la noche y volvemos otra vez al sitio
que habíamos abandonado con el sueño.
Es un viaje lento, al menos eso parece,
sin sobresaltos, ni contratiempos,
como no suelen ser los viajes de regreso
con maletas vacías revueltas por la prisa,
al mismo lugar al que siempre volvemos
aunque no lo hayamos elegido para vivir.
Es un sitio como todos los días,
simple, vulgar, monótono, común a todos,
sin embargo es adonde tenemos que volver.
No importa que en la noche alguien amado
se nos haya soltado de la mano cansada
y se haya ido hacia las estrellas,
dejándonos un solo corazón como una carta
volteada sobre la mesa del recibidor.
Volvemos, es cierto que siempre regresamos,
aunque algo muy querido se nos quede
en ese punto oscuro del paisaje
que va quedando atrás para hacernos regresar.
Hoy la vida vuelve a ser lo que fue ayer,
quizás un poco menos,
y mañana volveremos a empezar el viaje.
Nunca sabremos dónde hemos estado,
ni siquiera si realmente hicimos el viaje
en este tren que regresa lleno de luz
al mismo lugar de la vida con la muerte.
Tampoco podemos saber si hemos llegado
o seguimos en la misma y única estación,
aquella donde todos esperamos el mismo tren
que nos va dejando uno a uno en el paisaje.