Los cubanos fuera del país estamos viviendo apremiados por las expectativas de la huelga de hambre de San Isidro, un grupo de artistas devenidos en activistas políticos contrarios al régimen que podemos seguir a ratos por internet como un reality show. Aquí es bueno apuntar que da igual si fueran bomberos o cualquier otra cosa, ni importa la calidad de su trabajo ni la cantidad, ni siquiera si eran artistas o antiartistas ya que hablamos de personas que protestan por sus derechos cívicos y políticos. Anteponer esas cosas es un argumento usado desde las instituciones culturales para desacreditar la actitud cívica de quienes disienten, como hicieron desde la administración de raperos con el músico detenido que ha dado origen a la huelga de hambre. Así se administra la libertad y determina quién es artista, si bueno o malo, y se iguala la condición cívica, e incluso de ciudadanía, en correspondencia con la cantidad y la calidad de la adhesión. Desgraciadamente no es un reality lo que nos detiene frente a la ventana de la distopía cubana, sino la deprimente realidad padecida por la inmensa mayoría de la población que ha hecho retroceder al país desde la utopía positiva hasta convertirla en una religión donde el sacrificio es lo que da sentido a la vida. El sacrificio ha terminado por ser una forma de vivir que nos exigimos y le exigimos a los demás, del mismo modo que nos lo exigieron a nosotros, un aprendizaje que rebasa a más de sesenta años cualquier tipo de necesidad vital y comportamiento tolerable. A través de las emisiones que realizan esos jóvenes, podemos saber más de Cuba hoy que todo cuanto pueda decirnos nuestra propia experiencia vital y libresca de los resultados de ese sacrificio: la decadencia física, moral, educacional y cultural que nos muestra el metraje de San Isidro y sus aledaños nos informa, además, de un deterioro irreparable de las relaciones del poder con una parte de la ciudadanía joven, representada por estos que se suponen los hijos de la Revolución devorados por su propia matriz.
Más que cualquier forma de protesta, una huelga de hambre por causa política y su duración es una decisión personal, muy respetable, que afecta a toda la sociedad de la que es parte quien entrega lo único que le pertenece y de lo que se es realmente responsable que es el cuerpo y la vida. Los gobiernos tienen la responsabilidad moral y política de evitarlo, además de ofrecer una solución aunque in extremis de asistencia a la vida. Enfrentar a la muerte como un sacrificio es el último recurso de la desesperación por algo que creemos justo o necesario. No es la primera huelga de hambre en los más de sesenta años de dictadura, pero sí es la primera realizada por jóvenes sin ninguna filiación y antecedente político, y también la primera que puede ser vista en tiempo real en todo el mundo en la más pura encarnación de la antipolítica, conmoviendo a gran parte de quienes atienden las emisiones en directo. Mientras ganan simpatías en la misma medida esos apoyos se transforman en afectos y estímulos proporcionales a una indetenible carrera hacia la autodestrucción, que les proporcionaría la vida más allá de la muerte, una forma superior del amor en el altar de los héroes y mártires, según la religión de la patria. La paradoja es que cuanto más apoyo, mayor es la probabilidad de que la situación se convierta en una crisis imprevisible e irreversible. Un sacrificio desproporcionado e inútil, como inútil han sido todos los sacrificios por la patria que, nunca está de más reiterar, tiene esta vez un origen político en la demanda para que liberen a uno de sus compañeros, a la que han sumado la eliminación de las tiendas de moneda libremente convertible que enajenan el consumo y la supervivencia de la mayoría del pueblo.
Es importante ver estos hechos como un episodio más de la larga lucha de la sociedad civil por cambiar el estrecho límite de libertad del que los ciudadanos apenas pueden mantener al margen sus vidas privadas. Aunque son cada vez más frecuentes las expresiones de disconformidad, lo realmente excepcional de San Isidro y la huelga que protagonizan es el contexto mediático en el que han descubierto un medio de libertad donde protegerse de la falta de libertad por la cual se rebelan. Han revertido la transparencia que la represión a través de sus políticas invasivas hace de la privacidad en un instrumento de liberación. La libertad que no encuentran donde viven la hallan en otros lugares a través de internet donde se sienten respaldados por la libertad de otros. Se saben protegidos por esa pequeña ventana abierta al mundo, a través de la cual nos enseñan una realidad al desnudo sobre la que podemos influir, aunque no podamos decidir, aún menos cómo acabará la situación si el grupo tuviera que ser intervenido por el Gobierno para salvar sus vidas y así evitar una repercusión política contraria a los intereses del régimen. No obstante, nuestra capacidad de influir mediante la solidaridad es un arma de doble filo que puede llevarlos a un extremo que haga peligrar no sólo la vida, sino también aquello que han ganado al crear un clima de opinión y adhesión a su actitud de coraje al enfrentar al Gobierno. En ese sentido la protesta ha cumplido un cometido para el cual han aportado una enorme dosis de esfuerzo y sacrificio, a la que otra dosis de responsabilidad de todos no le vendría mal. En realidad, el horizonte de resoluciones políticas es más complejo y tiene muchas más opciones que la apuesta de ganar intentando doblegar las decisiones del Gobierno, de hecho este dispone de un mayor abanico de posibilidades, incluso aquellas que yendo en su contra no reviertan el orden actual. Pensar lo contrario es de una ingenuidad suicida.
La lectura que se hace del apoyo a la causa, parece haber estado siendo considerada erráticamente por los huelguistas como un respaldo a la forma de desafío, en este caso la huelga de hambre con todas las implicaciones, y esa lectura recorta las perspectivas racionales mientras amplia la gratificación que nos exige cualquier esfuerzo. Es un peligro en una situación donde la exposición es extrema, confundir el apoyo creciente fuera del país a la causa y la actitud con la forma adecuada para defenderla. Sin embargo, nadie parece haberles dicho que la actitud no tiene que ver con la forma con la cual se adopta la misma. La actitud es loable y la causa justa, pero el modo en que se puede alcanzar el objetivo previsto puede ser contraproducente y dar al traste con lo que se pretende, incluso por un exceso de exposición como en las realidades televisadas. Evidentemente, las limitaciones políticas del grupo para saber cuáles son las rayas que no deben franquear, conduce a la peligrosa tentación de jugar un juego que sin tener el dominio pueden poner en peligro la vida, que, a pesar de las soflamas, es realmente donde radica la libertad. Lamentablemente la narrativa del patriotismo ha forjado su razón de ser en el sacrificio de la vida, que la Revolución ha hecho suya y tiene su parangón en el muerto de todos los muertos que es José Martí. Los patriotas reformistas, incluso los anexionistas del siglo XIX, nunca han tenido espacio en el imaginario simbólico, a pesar de que la historia de Cuba pudo ser otra si el camino no hubiera sido el “morir por la patria es vivir” o el de “patria o muerte”.
Esperemos que el reality show no sea parte de la programación que el Gobierno de Cuba tiene para la audiencia internacional, aunque sí podemos imaginar con qué propósitos pudiera hacerlo. Todo el mundo sabe que lo que vemos fuera de Cuba todavía no es lo que ven los cubanos dentro de la isla, sin conexiones a internet suficientes y de calidad para estar atentos a las transmisiones de San Isidro. El mismo recurso con diferentes fines puede estar en uso por el Gobierno para hacer el juego que le interesa, incluso valiéndose de la situación como un caballo de Troya. Es curioso que se ha limitado a cortar alguna transmisión y no hubiera usado un sencillo inhibidor de frecuencia para impedir la comunicación de San Isidro, quizás está haciendo una muestra de fuerza y tolerancia de cara a legitimizarr ante la próxima administración estadounidense unas relaciones que le permitan seguir con la subvención del exilio de inmigrantes y otras concesiones que pueden negociar con los nuevos gobernantes. El Gobierno siempre ha basado parte de su estrategia política en este concepto que viene de la experiencia de la guerra fría. Poco podemos asegurar y mucho pudiéramos imaginar de la actitud del Gobierno que se ha limitado a atemorizarlos con detenciones y actos de atropello y repudio en connivencia con esa parte del pueblo que ha sido educada en defender lo que le digan que tiene que defender, aunque ya sea difícil justificar la obediencia. Lo que sí podemos pensar sin temor a error es que a los gobernantes no les conviene sacrificar la imagen que le ha concedido la ONU en la Comisión de Derechos Humanos y que la misma servirá para mover las fichas que garanticen la conservación de posiciones necesarias para la supervivencia. Hoy mismo se ha sabido que la máxima autoridad migratoria en el nuevo gobierno estadounidense será el cubano que formó parte de las negociaciones que restablecieron las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Seguramente el nuevo pragmatismo de la aristocracia hoy en el poder se impondrá al viejo pragmatismo heredado.
Si la intención del Gobierno fuera mostrar su indulgencia veremos en los próximos días cuáles pueden ser las consecuencias de las amenazas de San Isidro con llevar su protesta de la huelga de hambre hasta la inmolación. Cuando el Gobierno aprovecha para mostrar el carácter del pueblo en las turbas que respaldan al régimen, junto con una estudiada tolerancia adoptando una respuesta que en otro tiempo habría sido radical, está mandando un mensaje claro a la comunidad internacional de que tiene el control de la situación. Si estuviera en peligro la vida de alguno de ellos, las autoridades tendrían que intervenir acentuando el carácter tolerante y humanitario del régimen, aún más después de haber sido promovido como defensor de los derechos humanos. Sobre todo en una situación en la cual lo único que está en juego es la credibilidad internacional, ya que San Isidro no constituye un peligro real, si bien es en el terreno de la verdad donde la Revolución ha jugado sus mejores bazas para asentar los criterios de creencia y fe que aún conserva. Como era de suponer, las convocatorias a que la gente se reuniera como protesta y apoyo en las plazas centrales de las ciudades no ha sido lo que esperaban, incluso donde el Gobierno no controla. Aunque hay muchos fuera que sienten cómo la adrenalina estalla en sus cuerpos al ver el desafío de esos jóvenes. Un sentimiento que no podemos evitar al relacionarlos con una situación en la que hubiéramos podido tener el valor de ellos y no lo hicimos, la misma dinámica de reflejo que en los reality shows que vemos en la televisión desde nuestras cómodas butacas. Ojalá no tengamos que lamentar el peor de los finales porque mucha gente podría sentirse cómplice de haber ayudado a empujar a estas personas a la peor de las decisiones.
Al margen de lo que pueda suceder, algo a tener en cuenta es que estos jóvenes pueden estar creando un antecedente de conducta frente al poder que, aún más que la desobediencia, representa la negación de aquello a lo que habían pertenecido y la separación con lo que pudieran sentirse deudores las nuevas generaciones. Podría alegarse que es simbólico, es cierto, pero la política cubana aún más que otras ha sido un discurso simbólico de una ideología desde las guerras de independencia donde el sacrificio y la muerte parecen tener un pedestal que es necesario romper. Alguien debiera decirles que la muerte nunca ha sido una solución a la libertad y aún menos de la política, sus vidas valen más vivos que muertos, no sólo para sus familias, sino también para la causa que defienden. Los ejemplos de martirologios y mitos heroicos del discurso ideológico de la cubanía no son más que relatos con los que cultivamos nuestro hedonismo de cultura híbrida y nación frustrada, muy bien representado en el discurso político de los últimos sesenta años. La única persona que se ha visto apoyarles como seres humanos y no como sujetos políticos ha sido una madre, tal vez a la historia de Cuba le sobren padres y le falten madres, siempre que no fueran Grajales. De cualquier modo, pase lo que pase, hagan lo que hagan las partes, si con alguien hay que estar es con San Isidro. Espero que el sentido común, el menos usado de los sentidos, prime sobre la esquizofrenia social y política que se ha impuesto. Mientras tanto voy a acercarme al camposanto de San Isidro donde descansan democráticamente Ortega y Gasset, un hombre de masas; Antonio Maura, el ministro español que estuvo a punto de impedir con sus reformas la intervención norteamericana en la guerra de independencia; y Fulgencio Batista, a quien le debemos en parte lo que vino después. Beberé el agua milagrosa de la Ermita y pediré a Isidro, el santo labrador, que interceda porque no tenga que morir más gente para resolver los problemas cubanos. San Isidro, no dejes que nadie más muera por Cuba, cada vez que muere uno aunque sea por su libertad, muere un poco de toda Cuba.