Muy pocos cubanos fuera de Cuba pudimos dejar de ver la protesta pacífica de jóvenes estudiantes y artistas frente al Ministerio de Cultura, no importa la filiación política de ellos ni la nuestra. En una sociedad controlada y orientada por un partido que permite muy poco espacio a la discrepancia, dividiendo al país entre los que están conmigo y los que están en contra, incluso sin margen para no comprometerse, es un hecho insólito que debemos agradecer a los jóvenes y la tecnología actual. Fue una sentada ejemplar por la organización, la coherencia, la moderación, la perseverancia y la intransigencia de sus demandas, aspectos muchas veces excluyentes de la conducta política y social de los cubanos, tan cerca de la bravuconearía y el patrioterismo aprendido de la política genital de la mayoría de los líderes cubanos. Estos jóvenes han dado un ejemplo a esa parte de la sociedad de tirios y troyanos que cree tener la razón sin siquiera haberla puesto a prueba o confrontado, siguiendo una actitud marcada por la irreflexión y la justificación de sus argumentos basada en juicios descontextualizados, maniqueos y maximalistas de los líderes.
El Grupo de los 30 –llamémoslo así como esa parte del todo que entró a representar a los más de 200 que estuvieron a las puertas apoyándolos mientras discutían con las autoridades dentro del edificio del Ministerio, más aquellos que no estuvieron pero quisieron estar– ha sido capaz de hacer oír unas demandas que están en el espectro de la solidaridad con el Movimiento San Isidro, en el origen de la represión al Movimiento San Isidro y de todas las represiones y en los deseos de buena parte de la sociedad cubana dentro y fuera del país. Dichas propuestas, han logrado hacer visible un aspecto inédito todavía en la realidad que oculta la administración de Cuba. Ese sólo hecho ya es un matiz de calidad de enorme importancia que obliga a pensar que el país tiene en los jóvenes un relevo cualificado que hasta entonces no dejaban ver otras propuestas que las trasvasadas de la oposición y las propias del régimen caracterizadas por la obediencia, la simplificación de la realidad y la división de la sociedad, en justificar el sacrificio de los cubanos y los errores de la dirección del país, victimizar al Gobierno por su incapacidad para resolver los problemas más elementales de la convivencia, y culpar a terceros y a la propia historia de la falta de resolución para vencer el miedo que atenaza a la nueva aristocracia revolucionaria de perder lo que han ganado mediante lazos de sangre.
A raíz del programa especial que se emitió antes de ayer en la televisión cubana para desacreditar la protesta de San Isidro y de paso a quienes la han apoyado o han condenado el origen de la misma, entre ellos el Grupo de los 30, resalta un asunto de enorme complejidad por su significación moral y política sometido a las interpretaciones interesadas del Gobierno, que producen confusión y contribuye a la política del Gobierno de separar dos problemas que le han surgido de la falta de resolución de San Isidro. Uno es el propio San Isidro y el otro es la protesta de los jóvenes ante el Ministerio de Cultura. Por un lado se trata de la acusación de que San Isidro estuviera siendo pagado para generar un proceso de desobediencia contra el Gobierno como ha sucedido en otros países y de que quisieran la subversión total del régimen para derrocar el sistema, como parecen indicar algunas declaraciones de sus miembros y de quienes les apoyan, cosa por otro lado perfectamente legítima. Y por el otro lado tenemos las demandas presentadas por el Grupo de los 30 que logró arrancar una serie de acuerdos a las autoridades de Cultura, basadas en el origen de la disensión de San Isidro.
Mientras el Gobierno trata de separar los dos problemas que se le han creado, también desde las redes sociales muchos en contra del Gobierno los separan inclinándose a favor de San Isidro. La actitud de San Isidro, menos pragmática y por tanto menos política, tal vez no pueda tener mayor recorrido frente a la del Grupo de los 30, pero sí es más visible y la que más simpatía despierta. Suele suceder en las redes donde la sangre y el picadillo priman sobre las ideas. No obstante, ambas posiciones, la radical de San Isidro y las del Grupo de los 30, actúan como parte de un mismo eje, ejerciendo una fuerza de doble tracción. El problema de la nueva relación política que establece el Grupo de los 30 es solución más difícil de tomar por el Gobierno y es lo que ha demostrado al no haber cumplido parte de los acuerdos. Lo que está en el centro del problema no es la diferencia entre las demandas y las actitudes de San Isidro y el grupo de los 30, sino la causa sin resolver que origina el conflicto. San Isidro y el Grupo de los 30 son partes de un mismo problema y una misma solución que no deben separarse, aunque el resultado no sea inmediato ambas conforman el argumentario político de la protesta. Si las causas están en la falta de libertad para quienes disienten frente a la libertad de quienes apoyan al Gobierno, entonces es lógico que ayer, hoy y siempre surjan movimientos o grupos de personas que quieran cambiar esa correlación. Ahí radica la fuerza de ambas posiciones que el Gobierno intenta separar del mismo modo que lo hacen los instigadores de la forma radical definida en San Isidro.
Lo primero que debiera pasar es que el Gobierno y sus adláteres empezaran por dejar de arrogarse el derecho de decidir quién es patriota, qué es la patria y a quién le concede o restringe su libertad. Además de aclarar quién manda para determinar con quién los jóvenes deben reunirse, ya que parece por las últimas noticias que una parte de lo acordado con el Ministerio de Cultura no se ha cumplido y se mantiene el acoso sobre algunos de los jóvenes de San Isidro. Si el Ministro desaparecido es incapaz de representar a los jóvenes artistas y escritores ante el Gobierno del que forma parte, entonces debería dimitir. Es imposible que haya diálogo si no se sabe quién los representa y si el verdadero poder está detrás de las bambalinas del gran teatro, en las sombras, dejándose ver sólo en los hilos de las turbas y los coches policiales. En todo el tiempo que ha durado el affaire de San Isidro a las únicas autoridades que hemos visto y oído es a los agentes policiales que reciben órdenes ejecutivas emanadas de los mandos políticos. Un Gobierno razonablemente honesto debería hacer un gesto de honestidad y humildad, reconocer que no tienen ninguna autoridad las instituciones culturales del país, y dimitir. En su defecto debería hacer dimitir a su ministro de cultura y empezar a arreglar el problema que han creado por torpeza e incapacidad política.
En su estrategia de separar los dos problemas, el Gobierno ha vuelto a hacer uso de la manida acusación de mercenarismo y anexionismo por parte quienes se oponen al régimen, en su ya inveterada fundamentación de que el Gobierno es la patria. Contra la acusación de que San Isidro es un grupo pagado para subvertir al régimen, me gustaría decir que cuando a más de 60 años una parte importante de la sociedad, generación tras generación, siente que sus deseos de cambio no pueden ser cumplidos porque enfrente hay una piedra que no deja paso, entonces recurre a cualquier vía para hacer otro camino o quitar la piedra. En contra de lo que suele alegarse, en caso de que San Isidro u otro grupo o persona recibiera dinero, me parece completamente legítimo si no pudieran acometer un esfuerzo de este tipo por su cuenta, siempre y cuando esa ayuda no condicionara el objetivo que se persigue y no fuera para lucrar. Lo realmente censurable es el uso que pueda hacerse de la colaboración, legal y contable públicamente, de las organizaciones e instituciones de otros países como Estados Unidos. El dinero no es lo que determina la condición de mercenario, sino el objetivo en función de qué se reciba. Es un acto irresponsable decir que el esfuerzo de todos los opositores es en servicio a un país extranjero, más bien me atrevería a decir que es un servicio al nuestro con el apoyo de otro. Las mismas remesas de la que se alimenta parte del pueblo, viniendo de otra parte que se opone al régimen desde una potencia enemiga, podrían estar siendo dinero mercenario para una sociedad mercenaria, sin embargo las autoridades no tienen el más mínimo desprecio por estirar la mano para ayudar a solucionar las necesidades básicas de la sociedad a la que ellos se deben y por la cual son incapaces de asumir el sacrificio al que la someten.
El problema no es de quién se reciba la ayuda, sino para qué se recibe y qué se puede hacer con ella con respeto a la autonomía de quien lo necesita. Tal vez no sea legal, pero es tan legítimo como lo fuera en las guerras de independencia y lo son otras prácticas ilegales del pueblo para sobrevivir a la necesidad hoy día ante las cuales el Gobierno cierra los ojos, además, por la misma regla del Gobierno podría medirse su apoyo a los movimientos insurreccionales en otros países de la región. Según el discurso del Gobierno que ha calado en la mentalidad del cubano, es mercenario el que recibe ayuda de una institución de otro gobierno, pero cuando el Gobierno cubano ayuda a ciudadanos de otros países es solidaridad internacionalista. La historia mal contada, interesadamente ha dejado de referir la cooperación indispensable que necesitó la insurrección de los mambises por parte de los Estados Unidos para enfrentar a España, solidaridad expresada de muchas formas, a pesar de que algunos políticos estadounidenses despreciaban a los cubanos y deseaban la anexión. Aunque otra parte considerable, y fueron la mayoría, también lo hicieron bajo los principios de libertad en los que se inspira la Constitución estadounidense. Hasta el último momento, Máximo Gómez, que era un resentido de su participación en el ejercito español contra su propio pueblo, el dominicano, no sólo agradeció la ayuda de los Estados Unidos, sino que rechazó la propuesta de paz del Gobierno español pudiendo haber negociado otro tipo de acuerdo distinto al de Estados Unidos.
El mercenario, el anexionista y el traidor son relatos integrados como uno solo en un mismo sujeto de profundo calado en la cultura patriótica cubana. El Gobierno alimenta el miedo patriótico en su discurso de coraje contra la triada del mercenario, el anexionista y el traidor, haciéndonos corresponsables de defender un cuartel asediado, sometiéndonos a un sacrificio y una lealtad que nos priva de la libertad de diferenciarnos de aquello a nos parece dado y determinado de forma natural al nacer, sin otra elección que creer, sacrificarnos y morir si fuera necesario por algo a lo que no tuvimos elección. Es un discurso que no por manido deja de ser efectivo, cancelando la participación de aquellos que piensan diferente si antes no se humillan ante el pensamiento dominante. No es coraje lo que tenemos los cubanos a partir de lo que nos dice el discurso, sino miedo que compartimos con aquellos que nos obligan a aprender el discurso, ese miedo es lo que hace titubear las decisiones sobre la libertad de los ciudadanos. En el mismo sentido la palabra anexionista también es un estigma en los cubanos a favor y en contra como parte de la mitología independentista. La anexión a los Estados Unidos, es uno de los mitos revolucionarios más representativos, cuando la anexión a ese país, imposible hoy, fue una de las tantas posibilidades de anexionismo que estuvo en la cabeza de los cubanos para liberarse de España. Seguramente ahora podríamos estar queriendo liberarnos de México o alguna república bolivariana a las que se pensó formar parte. La anexión y la independencia son como el mito de Sísifo, ni una ni otra se han producido nunca, pero han servido para mover la piedra que cierra el camino.
A ojos vistas la historia, sobre todo desde los últimos sesenta años, está marcada por la dependencia que halló su correlato ideológico en la Unión Soviética primero y luego en Venezuela, y más tarde con la del exilio económico de los cubanos con quienes el Gobierno mantiene una relación de doble moral. Sin embargo, mientras se vive de otros, aún la correlación de la dependencia está siendo inevitable por la incapacidad del Gobierno para darle a los cubanos la independencia por la cual han muerto tantos cubanos durante tantas generaciones convirtiendo el deseo de ser uno mismo y cubano en un calvario nacional. No podrá haber independencia hasta tanto la misma no sea una práctica de los individuos de la sociedad, aunque el régimen se proclame independiente, cosa que no ha llegado a ser nunca. La independencia y la autonomía de los sujetos sociales deben estar dados por la representación del individuo por sí mismo que tendrá que elegir libremente quién lo representa ante las instituciones. La utopía de independencia se ha transformado en una distopía que como la anexión alcanza un grado de representación en el imaginario que se naturaliza, impidiendo ver lo que es evidente y creando justificaciones que sólo pueden ser desmontadas por jóvenes que desvinculados o desconectados, puedan alcanzar una diferenciación y un extrañamiento de lo que se ha convertido en un aprendizaje social de sumisión.
Si logramos ver que San Isidro y el Grupo de los 30 no son mercenarios, ni anexionistas, ni traidores, entonces es lo mejor de lo que podemos estar viendo hoy en las protestas de los jóvenes artistas e intelectuales que han obligado al régimen, aunque no al sistema, a abrir las puertas y expresar sin intermediarios su visión de un problema clave en la diferenciación necesaria para cambiar el país. Como en la relación entre padres e hijos, la diferenciación es fundamental para alcanzar la libertad y la autonomía. Si la libertad no fuera una cualidad con la cual pudiéramos diferenciar nuestro sí mismo de lo otro, lo privado de lo público, estaríamos dando la conformidad para ser representados por otro en este caso por un sistema totalitario. De lo único que no han podido acusar a estos jóvenes del Grupo de los 30 es de haber sido manipulados por ningún país, ni por dinero, ni obedeciendo algún mando, ya que lo único en lo que han basado su postura es en una identidad compartida con San Isidro. La identidad del excluido que se ha vuelto un lugar común no sólo para ellos, sino también para quienes han dado lo mejor de sus vidas a la Revolución. El relato de lo sucedido durante la protesta de los jóvenes frente al Ministerio de Cultura no deja lugar a dudas de la naturaleza y la importancia política de la concentración, que sin embargo ha sido silenciada por los medios nacionales porque el Gobierno actual no tiene respuestas para este tipo de evento.
Sin embargo apenas han pasado veinticuatro horas, ya surgen las primeras discrepancias entre los maximalistas de turno, que los hay de ambas partes por distintas razones ideológicas y políticas, y también por intereses y motivaciones personales de la más diversa índole como el protagonismo y la torpeza política con que se juzgan los acuerdos logrados. Hay algunos que discrepan y disienten de los acuerdos alcanzados por el grupo de los 30 jóvenes, confiados en que San Isidro pueda tumbar al régimen, muchos de estos se ven representados en el sacrificio al que se exponen otros. En el imaginario cubano el sacrificio es exponencialmente proporcional al patriotismo, por eso el siglo XIX está plagado de grandes figuras disminuidas por haber pretendido una independencia paulatina mediante reformas y discusiones con las autoridades españolas. En los discursos de las Cortes españolas están las réplicas a los autonomistas y los parlamentarios peninsulares que veían en el diálogo de los reformistas una estrategia política de la independencia contraria a las formas mambisas. A modo ilustrativo, las dos posiciones que hoy se ven entre el Gobierno y los demandantes de cambios dejan ver un viejo problema sin resolver entre dos puntos de vista que han recorrido la historia de Cuba: lo político y lo militar, lo democrático y lo antidemocrático, lo blanco y lo negro sin integrar en un concepto de tolerancia que lleve a una reinterpretación de lo cubano, consumado únicamente en lo etnográfico como expresión de la cultura nacional. Cuba sigue siendo una nación frustrada en lo político, como dijera Lezama Lima.
Creo que la protesta del grupo de los 30 representantes de jóvenes en las conversaciones con las autoridades del Ministerio de Cultura son un paso de avance diferente y opuesto a la estrategia de San Isidro en querer doblegar por la fuerza y el sacrificio, uno y otro esfuerzo se complementan como parte de la necesidad de cambios. Posiblemente ni uno ni otro alcancen los objetivos que se proponen, sin embargo ambos tienen como origen y meta la búsqueda de libertad, que en Cuba tiene unos significados diferentes a otros países cuando el sencillo acto vital de comer y alimentar a la familia está sujeto a la necesidad de libertad. Es un hecho sin precedentes conocidos que merece agradecerse y apoyarse, ante la distorsión y el silencio oficial y oficialista que simplifica un proceso en el que se trata de ignorar las causas exponiendo el viejo decálogo para desacreditarlos. Cada vez son menos los que obedecen en la medida en que la distopía en la que viven tiene menos justificación política. Los jóvenes han tomado la iniciativa frente a los convidados de piedra de la cultura institucional que justifican la represión y la sostienen alentándola con mensajes de descrédito o otorgando legalidad a la represión con su silencio. Es una vergüenza sin parangón que los intelectuales, muchos de ellos colegas y amigos, hayan callado cuando a estas horas gozan de cierta inmunidad después de haber refrendado a un régimen que los desprecia con medallitas y sinecuras. Cada cual es dueño de su propia libertad y muchos saben cual es el precio, de modo que no se trata de juzgar esa libertad, sino la actitud cívica que está condicionada por una moral. Para nadie es un secreto que dicha inmunidad es correlativa a la impunidad conque se convierten en transmisores de las políticas de las autoridades en todos los sectores de la sociedad económica, política y cultural
Aunque las comparaciones pueden ser injustas, a veces son necesarias para analizar hechos diferentes en los que los patrones son los mismos y como es el caso poner en valor a los jóvenes actuales. Cuando en los 80 se estaba produciendo la ruptura generacional, coincidente con una revalorización del pensamiento y con los sucesos de caída del socialismo, pero sin la visibilidad mediática actual, hubo un fuerte enfrentamiento ideológico representado por dos grupos de poder. Dogmáticos y reformistas, jóvenes y menos jóvenes se enfrentaron en una lucha tenaz en el contexto de las transformaciones de Europa oriental. Es una historia poco conocida y mal comprendida por aquellos que sin saberlo eran piezas de un ajedrez. Entonces también artistas plásticos, teatristas y escritores jóvenes protagonizaron actitudes similares de libertad. Sin embargo, el que fuera ministro de cultura, Armando Hart, mal le pese a algunos, a petición propia se reunió varias veces, en público y en privado, con los jóvenes para conocer las demandas que luego formaron parte de su política para enfrentar la visión más conservadora, situada en los medios de comunicación, en los organismos del Estado y en el aparato ideológico del Partido. De los muchos problemas de aquellos años vale recordar el de la librería El Pensamiento en Matanzas, donde elementos paramilitares agredieron físicamente con planificación, premeditación y alevosía a jóvenes poetas junto a Carilda Oliver Labra presentes en el evento, entonces el ministro me encargó la investigación preliminar que condujo al castigo de autoridades del MININT, el Partido y Cultura de esa provincia, nunca antes se había hecho justicia a un hecho que atentara contra la cultura y la libertad de expresión, aún menos cuando había implicados altos cargos.
Aquellos problemas nunca se arreglaron de raíz porque habría hecho falta un cambio que no llegó a producirse y para el cual no era suficiente un cambio de política en la cultura. La oposición directa de Fidel Castro por miedo a dar lugar a otros cambios como los producidos en Europa con la consecuente pérdida de poder, frustraron el difícil trabajo de abrir espacios de libertad entre las ideas obsoletas que acabaron destruyendo toda posibilidad, incluso de aquellos que en el poder fueron sustituidos por los cuadros del ejercito que hoy conforman la nueva oligarquía política militar. Era difícil entonces con un aliado en el ministro, hoy aún lo es más con un ministro que no existe. Los hechos actuales tienen su origen en la necesidad de ese cambio que no llegó a producirse y que el propio Hart sabía no poder alcanzar. Cada época tiene su lucha y sus protagonistas, hay jóvenes que son viejos y viejos que son jóvenes, pero hay otros que tratan de ser ellos mismos y diferenciarse aunque se equivoquen y esos son en los que uno puede pensar con esperanza. La Revolución cubana se ha vuelto vieja y arrastra bajo su falda a muchos que aún no se atreven a vivir su propia vida. Aquellos jóvenes artistas contestatarios de un modelo con el que no se sentían comprometidos ni representados tuvieron que irse del país o callar, son hoy en otros y distinto contexto los que han obligado al Ministerio de Cultura a escucharlos. Son una pica en Flandes.
El Grupo de los 30 tiene otros ecos, no sólo de los jóvenes de los 80, sino sobre todo en el amotinamiento de los jóvenes intelectuales húngaros que dieron lugar a la revuelta de 1956 que fue aplastada por los tanques soviéticos. Quienes desvalorizan la actitud de los mismos no saben o no recuerdan que gran parte de la política cultural cubana tiene su razón de ser en el miedo a que se produjera algo semejante en los primeros años de la Revolución. Mirta Aguirre en 1961 lo sabía cuando apoyó a Alfredo Guevara por su censura de PM, entonces, durante las reuniones con los intelectuales que dieron lugar al discurso de tierra sitiada de Fidel, expresó algo que el Gobierno no ha sabido resolver, ni podrá resolver si no adopta una postura acorde con los tiempos y la sociedad actuales: “…Es muy importante que los compañeros del Gobierno que tenemos aquí precisen algo que parece que no está claro: hasta dónde existe la libertad creadora y dónde esa libertad creadora se convierte ya en un peligro para la Revolución” (El caso PM, Cine, poder y censura, Colibrí 2012. Coordinadores Orlando Jiménez Leal y Manuel Zayas. 272 pp./Frase de M.A. en la pp. 181)
Si el Gobierno es incapaz de responder esta preocupación que está en las demandas de los jóvenes y de la sociedad, y además una parte de los ciudadanos no siente representados, deberían dimitir como es el caso concreto del Ministro de Cultura, un advenedizo que desapareció en las horas en las cuales debió enfrentar la situación por lealtad a su Gobierno, a sus compañeros de trabajo y a los jóvenes que exigían una respuesta a una situación crítica como nunca antes se había visto en Cuba. Cuando un representante público es incapaz por los motivos que sean de representar no tiene sentido que siga al frente. Ese ministro, como quiera que se llame, tendría que haber dado la cara y poner su cargo a disposición si era incapaz de demostrar su competencia. El Gobierno debería sentirse muy frustrado de ver a una parte para los cuales gobierna que no lo aprueban, y además se oponen públicamente arriesgando lo único que tienen en un país sin otra opción al sacrificio y la dependencia de quienes se fueron o escapan hacia una definición mejor.
Aquellos que esperan una solución radical no deberían estimular el sacrificio de nadie, sobre todo cuando viven a más de 90 millas y fueron incapaces de ofrecer su propia cabeza a su libertad, tampoco deberían menospreciar lo que significa lo logrado por los jóvenes del Grupo de los 30, no importa la cantidad de cumplimiento que vaya a producirse porque ya han podido hacer oír lo que era necesario decir en voz alta para cambiar una sociedad donde no ven reflejadas sus expectativas ciudadanas. Son estas las demandas a las que comprometieron al representante del Ministro de cultura:
–Derecho a la libertad de expresión
–Derecho a la libre creación
–Derecho al disenso
–Revisión y cumplimiento del debido proceso judicial a Denis Solís
–Que se le permita al artista Luis Manuel Otero Alcántara regresar a su domicilio
–Cese del hostigamiento, la represión, la censura, el descrédito y la difamación por parte de las autoridades y los medios oficiales a la comunidad artística e intelectual cubana y a todo ciudadano que disienta de las políticas del Estado.
–Reconocimiento y respeto al posicionamiento independiente.
Como apunté al final de mi artículo anterior, lo más importante desde el punto de vista político es el antecedente que estos jóvenes están creando con su visibilidad contra el silencio, simbólicamente representan la negación de aquello a lo que habían pertenecido y la separación de lo que pudieran sentirse deudores las nuevas generaciones. Ese es principio de la diferenciación que más temprano que tarde conducirá a un cambio en la política cubana. No vendría mal recordar las últimas palabras de José Martí en su Presidio político en Cuba, publicado en 1871, después de haber sido condenado a los 16 años por escribir una carta contra un Castro, otro, que se había sumado a los represores de la sociedad de entonces:
“Ahora, los padres de la patria, decid en nombre de la patria que sancionáis la violación más inicua de la moral, y el olvido más completo de todo sentimiento de justicia.
Decidlo, sancionadlo, aprobadlo, si podéis.”