QUIÉN MANDA EN CUBA

Los últimos acontecimientos en Cuba en torno a la huelga de hambre de los miembros del Movimiento San Isidro y la protesta de más de doscientos jóvenes frente al Ministerio de Cultura exigiendo diálogo, libertad y cese de la represión contra los primeros, pero extensiva a cualquier disensión de carácter político, nos obligan a preguntarnos quién manda en Cuba. Está claro que el eje de poder del extinto líder de la Revolución, Fidel Castro, después de haberse desplazado a su hermano Raúl, se ha ido difuminando sin personalidad y sin autoridad concreta. Cualquier elucubración de dónde se encuentra ese eje no pasa por el actual presidente sin botas, sino por aquellos que con botas y trajes militares en el armario fueron accediendo y consolidando el poder económico para ejercer el poder político.

Los errores que se comenten, no para favorecer un cambio en el país sino para consolidar la autoridad que ya tienen, nos hablan de un vacío en la cúpula, causado por negligencia  e ineptitud, o porque hay una lucha intestina en la que dicho eje se adapta según las prioridades de los grupos de mando, a la espera de que Raúl acabe su ciclo vital. Ese desplazamiento se caracteriza por el intento de demostrar, únicamente por la fuerza, que ha habido una continuidad en el ejercicio de la autoridad y en las políticas que han identificado al proceso desde su inicio. Esta conducta se basa en los siguientes ideologemas con los cuales Fidel había logrado estructurar a toda la sociedad: unidad, identidad, independencia y sacrificio.

Estos constituyen la columna vertebral a las que se supeditaron todas las actividades sociales y económicas, mediante una serie de regulaciones jurídicas y morales que han creado un sistema absolutamente controlado por la nomenklatura, reproducido por las organizaciones sociales y de masas que sirven al autocontrol de la sociedad civil.  Dicho control alcanza grandes dimensiones, al punto de invadir el espacio privado de modo que se desvanece la diferencia entre lo privado y lo público que es donde se encuentra eso que llamamos libertad. Si un individuo no puede expresarse sin verse obligado a explicarse con el argumento con el que las instituciones del Estado le obligan, le orientan o le condicionan, la necesaria distinción queda suprimida, con el resultado de que el individuo es solo un ciudadano que forma parte de los aparatos represores.

En Cuba todos de alguna manera y en variable medida de responsabilidad, y en algún momento, sea por acción, inacción, omisión, silencio, pasividad o conformismo, somos, hemos sido y seremos cómplices de lo que ha sido y será ese país, sin importar el lugar que hayamos ocupado en la pirámide social. Ese es uno de los problemas capitales con el se encuentra la sociedad civil de dentro y de fuera, educada en poner la responsabilidad fuera de ella y pasarla hacia aquellos que gobiernan, aunque la ficción de representación en el poder a través de las organizaciones de masas nos identifica con éste, anulando la crítica si no es a las formas. Sin embargo, la disensión en gran medida se comporta como la de ciudadanos victimizados por quienes los instruyen a ser como se les ordena que sean. En esa medida la identidad elaborada por el poder y la identificación son esencialmente autodestructoras, creando sujetos institucionalizados.

Por ese motivo, la protesta espontánea de los jóvenes adquiere una enorme importancia política debido al contexto de represión donde se ha producido. Es un aviso para navegantes de que la ruptura social podría estar empezando a originarse en el lado de la sociedad más expuesta y sensible a la necesidad de libertad, un aspecto que el régimen había logrado situar y caracterizar en grupos de oposición y contrarrevolución, asociados o no a la influencia externa. Nos dice que hay una parte de la sociedad que empieza a tomar conciencia de sí y empieza a desinstitucionalizarse.

La demonización de la que han sido objeto, sin embargo, no justifica que se les llame mercenarios, antipatriotas, anexionistas o cualesquiera de los epítetos con los cuales el Gobierno ha situado siempre la crítica que no provenga desde dentro. A tal punto que la relación espacial dentro y fuera, que siempre ha identificado políticamente a los amigos o  enemigos de la Revolución, y que Fidel clavó en la frente de los cubanos en 1961 en las “Palabras a los intelectuales”, ha dejado de tener sentido con la irrupción de este grupo de jóvenes que no se ven a sí mismos como personas en guerra contra el régimen, sino contra el principio de que su libertad pueda considerarse un ejercicio de oposición al mismo régimen que los deja fuera.

Los jóvenes, como parte de la producción política e ideológica del sistema sienten haberse quedado fuera de aquellos ideologemas que habían alcanzado una idealización del ser cubano. Lo que es un contrasentido de la unidad, la identidad, la independencia y el sacrificio para lograrlas como se habían representado hasta ahora. En este contrasentido radica el punto neurálgico del que depende el futuro de lo que llaman la continuidad. No se puede decir que estén fuera de la Revolución, aún menos que no sean cubanos ni patriotas, incluso en caso de que no se consideraran revolucionarios, cualidad que dista mucho de ser la misma entre aquellos que dirigen el país, teniendo en cuenta que esa cualidad no sólo no es intrínseca de la ideología, sino que tampoco son los atributos con los que se identifican hoy a los mandos y las familias que dirigen el país.

Según se sabe por las entrevistas y las redes en las que participan los jóvenes que estuvieron el día 27 en la protesta no sólo no habían sido dirigidos allí. Tampoco sus criterios eran uniformes. Unos se reconocen como revolucionarios etimológicamente, incluso los hay de ideología socialista y comunistas, según alguno se ha diferenciado. Aunque es muy difícil hacer una generalización de todos ellos, sin un estudio de edades, extracción social y vínculos familiares, podemos imaginar que ellos no serían una excepción en cuanto a la cosmovisión que tengan de la sociedad actual, aunque sí de las razones que los ha llevado a enfrentar la represión aún a sabiendas de que podían haber sido reprimidos, como expresaron alguno. Si damos como un hecho que no son enemigos según la clasificación al uso, entonces el Gobierno se ha encontrado con un problema que pone en solfa el argumentario de la Revolución. Un problema para el cual se ha quedado sin respuestas adecuadas en un contexto donde han perdido la iniciativa.

Frente a San Isidro tenían a su favor imágenes que reforzaban en sus prosélitos el descrédito, por ejemplo, el uso de los símbolos nacionales, en el caso de los jóvenes de la protesta del Ministerio de Cultura no hay nada que puedan usar que no vaya contra ellos mismos. Puede parecer banal, pero algunos demostraron mayor coherencia expresiva y argumental que la acostumbrada por los dirigentes, plagadas de lugares comunes que desdicen mucho de una tradición de políticos antes y después de la Revolución, capaces de individualizar aquello que defendían, aún cuando se vieran obligados a defenderlo.  Eso que está normalizado es un síntoma de la mediocridad política de la continuidad, incapaces de ejercer la capacidad de distinguirse como autoridades creíbles para las nuevas generaciones necesitadas de referencias nuevas y autoridades en las cuales sientan reflejadas las necesidades de la nueva época que les toca vivir.

No es la continuidad, sino la discontinuidad el verdadero motivo por el cual los jóvenes pueden encontrar nuevos motivos para sumarse a una identidad con la cual puedan identificarse. Si el cubano tiene un problema de identidad sin resolver, la identificación política es aún peor y es un hándicap para resolver la primera, ya que la identidad se ha resuelto mediante la ideología que traza su curva desde los orígenes de la nación fallida basada en el argumentario de la lucha por la independencia. Dicho argumentario deja fuera, como lo ha hecho la Revolución, a gran parte de aquellos que no suscribieron la independencia o que no se han identificado con el régimen. La prerrogativa de definir qué es lo cubano, quién lo es, qué es la patria y quién el patriota, en torno a una idea política de la historia de la nación fundamentada por la teleología de la independencia ha servido para crear algunos de los mitos que forman la creencia del cubano de sí mismo.

Si la identidad y la independencia son los ideologemas culturales en los que se ha basado el régimen para justificar la política de unidad y el sacrificio con el cual esta se alcanza, entonces estamos asistiendo a un fracaso de este Gobierno que como nunca ha recurrido a una represión que no puede justificar, como sí lo hizo Fidel Castro representando en él mismo estos requisitos identitarios de la Revolución con los cuales ejerció un poder inigualable con matices de religiosidad incluso para sus enemigos.

Lo que exigen los jóvenes no es la unidad como la concibió el líder del régimen, sino la que ha sido rechazada por miedo a la disensión y por la cual muchos cubanos fueron represaliados de diversas maneras a lo largo de este periodo, como sucedió durante el llamado “proceso de rectificación de errores y tendencias negativas”, por sólo citar uno de esos momentos en que todavía muchos creyeron en la regeneración de la Revolución.  Se trata de una unidad basada en el respeto a la diferencia, ajena a la política que ha trazado los fundamentos con los que el Gobierno se arroga el derecho a decidir cuál y cómo es la unidad donde lo singular no tiene lugar y aún menos lo diverso, obligando a los individuos a reprimir la capacidad de diferenciarse y ejercer la libertad de ser ellos mismos.

A una semana de los compromisos que arrancó el Grupo de los 30 jóvenes a las autoridades del Ministerio, en representación de los que quedaron fuera del edificio a la espera de las negociaciones, las noticias todavía son confusas mientras gran parte del mundo se hace eco. Los burdos intentos por desacreditarlos no han cesado y el propio presidente de la República ha encabezado un acto de repudio y reafirmación contra los jóvenes y San Isidro. No podemos saber si estamos asistiendo a un patético performance político de imitación de Fidel Castro que es con quien se identifica la continuidad o se está expresando una lucha intestina por cuotas de poder entre la continuidad y la discontinuidad como en los 80.

Lo que sí podemos atrevernos a asegurar es que los jóvenes han tomado la iniciativa política y que el Gobierno se está viendo superado por el titubeo y la represión. La impresión es que detrás del Gobierno no hay nadie que sepa dar respuesta y que están todos en el uso de la racionalidad que antes dio réditos políticos. La actitud de querer ganar a costa de lo que el otro pueda perder, conocida en la teoría de juegos como de suma cero, es contraproducente con el ejercicio del poder frente a un grupo de jóvenes nacidos y formados por el mismo proceso que ahora los expulsa en cuanto se han negado a seguir apegados a la identidad, la unidad y la independencias deformadas por el abuso de poder.

Sin embargo, los jóvenes están en una situación de privilegio que pueden abandonar, mantener o variar y de cualquier manera ya han dado un paso por toda la sociedad. La utilidad política que han logrado ganar frente a la represión, el silencio y el acoso del poder omnívoro con la simple presencia y la palabra, son suficientes políticamente. Mientras el Gobierno recurre a viejas estrategias de continuidad sin el más mínimo criterio político que aporte a una situación que necesita un nuevo enfoque.

Hace unos años, en 1980 cuando se estaba produciendo la llamada marcha del pueblo combatiente frente a la Embajada del Perú, Fidel estaba en un helicóptero por encima de los manifestantes y vio cómo en un momento la gente empezó a detenerse frente a la sede diplomática. Temiendo un desastre que la gente irrumpiera con graves consecuencias para el fin político de la marcha, mandó a dar prisa y evitar así que gente se detuviera. Ojalá estos continuistas comprendieran la importancia de solucionar los problemas que han generado adaptándose a la situación y no al revés. Sería una manera de mandar un mensaje de quién manda, ya que hasta hoy no manda nadie o manda la policía o están dejando que la situación se deteriore en contra de algún grupo de poder.

Si definitivamente las decisiones políticas han dejado de formar parte de las instituciones, podríamos estar cerca de una situación en que la desigualdad, la pobreza y el deterioro moral actual se resuelvan por otras vías. El miedo en dar poder a la sociedad para resolver las carencias que sus resoluciones han justificado la existencia del régimen, no podrá ser resueltos solo con la colaboración del exilio, el nuevo ejecutivo de los Estados Unidos o algún otro contribuyente de nuestra dependencia. Sería necesario un cambio que aún el poder puede dar con un Gobierno adecuado que no sea el del actual presidente en zapatillas, donde todos logremos salvar al país y salvarnos con todos. Quien mande en Cuba debería saberlo.

Cuando un grupo de jóvenes nacidos y formados por la Revolución reclama el derecho a diferenciarse y el Estado se enfrenta a ellos por ese motivo, es que algo anda muy mal en la viña del señor, algo que habría que cambiar quizás por un Estado que pueda parecerse a todos, también a aquellos que quieran diferenciarse. No sabemos si en Cuba los que mandan son capaces o están preparados para dar ese paso, hasta ahora no ha sido así. Podemos suponer que, pase lo que pase, en la sociedad cubana comienza un punto de inflexión, ojalá se resolviera con inteligencia y sensibilidad hacia aquellos que aún pensando distinto forman parte de la nación cubana.