PATRIA

Escudo de Cuba de Gastón Baquero

He vuelto a ver Patriotismo, el rito del amor y de la muerte (Yukoku), la película que produjo, escribió, actuó y dirigió Yukio Mishima, el gran escritor japonés que mereció el Premio Nobel cada una de las tres veces que fue candidato, sin que lograra trascender por ese mérito. Patriotismo es un testamento de lo que sería su muerte por suicidio, después de haber dirigido un comando en el frustrado intento de restablecer la gloria y el honor perdido de la nación. Cuando en la película lo vemos cometer el seppuku mientras la mujer lo mira escondida en la otra habitación, podemos imaginar cómo fue el día en que se quitó la vida por la patria frente a sus compañeros. Afuera el ejército esperaba para entrar a la habitación donde se abrió la camisa y se introdujo la daga hasta que las tripas le salieron.

Verlo morir por la patria que él creía la legítima, y contemplar su cabeza lejos del cuerpo en las fotografías hechas al encontrar el cadáver, después que uno de sus compañeros se la separara del cuello con un golpe de sable, es una de las metáforas más dolorosas que me viene a la memoria en esta época de nacionalismos, patriotismos, patrioterismos, víctimas, victimismos, victimarios, valientes, cobardes, fieles y traidores que vemos a diario en todo el mundo en torno a las identidades nacionales y a lo largo de una lista de cadáveres. En este contexto, Cuba tiene una larga experiencia de realización y frustración. La nación no podría ser explicada sin aclarar antes qué es la patria. Se trata de una de las tareas más complejas que debemos enfrentar aunque nos parezca innecesaria. Podría ayudarnos a entender más de sesenta años de la sociedad cubana insular y extraterritorial, su relación con el poder, la situación en la que nos encontramos con respecto a este, los comportamientos de ambas demografías y de paso prever cómo podría ser la isla del futuro.

Cuba es hoy por hoy un país asolado y desolado por la idea y el sentimiento de patria de quienes la gobiernan pero también de los gobernados, de quienes viven allí y de quienes se fueron para siempre o vuelven de vacaciones. Estamos ante uno de los panoramas más deprimentes que podríamos vislumbrar al cabo de más de un siglo de haber logrado la independencia de España y a más de seis décadas de Revolución. Es una patria tan disputada y necesaria que, debido al reclamo que se hace de ella, parecemos no tenerla o que no la podemos tener, ni siquiera sabemos que existe como la quisiéramos. Sin embargo muchos estarían dispuestos a derramar toda la sangre del mundo por hacerla suya. La patria, una idea quimérica, construida no obstante con una sencillez a la que difícilmente nadie podría sustraerse, basada en una narrativa similar a la de un guión de animados del pequeño mambí pletórico de ingenio, gracia y patriotismo, conocido por todos los que han vivido el periodo de la Revolución.

A pesar de ello, esta narración oculta una enorme dificultad, fundamentada en la lucha por la libertad, que nos ha llevado a dividir el mundo entre buenos y malos, es decir los que están conmigo y en contra mía, los nativos y los extranjeros. Como la de los dibujos animados, la historia está aderezada por una enorme dosis de humor, música y sentimientos combinados de tal manera con la herencia de los ancestros que nos hace parecer seres especiales, creyéndonos a veces más de lo razonable. Este es un elemento que no debemos desestimar a la hora de explicar nuestros comportamientos.

“Dos patrias tengo yo, Cuba y la noche”, así José Martí resumió una previsión luminosa, todo el dolor y la incertidumbre en la que devendría la nación cubana después de su muerte, en la búsqueda de una patria que aún parece vivir entre las dos tendencias, luz y oscuridad. Aunque la patria puede tener muchas representaciones por sus dimensiones y geografía, constitución e historia, naturaleza material y espiritual, con mayor o menor semejanza al criterio de nación, ninguna de las personas a las que he preguntado qué es la patria ha respondido de la misma manera. La falta de coincidencia y de concreción, más el exceso de vaguedades es la misma que hace de la idea un conjunto mucho más diverso que la simplificación hecha por el Gobierno en su noción de patria enseñada y aprendida con un anclaje a una ideológica específica que incluye la forma en la cual se debe amar. El único elemento compartido entre las respuestas ha sido la necesidad implícita de definir una supuesta identidad, asentada dentro de un marco inclusivo también de la versión oficial.

El significado de patria no podría existir sin aquellos soportes que le dan consistencia material y visibilidad, los símbolos y la simbología, aún más sagrados que las imágenes religiosas ya que su profanación puede ser castigada por la ley, si bien una simple comprobación demostraría que cualquier bandera no es más que un trozo de tela, con mucho menos valor que la de cualquier parte de un cuerpo castigado por ofender supuestamente a la patria. No importa si ese castigo es físico, moral o jurídico, del Estado o las personas defensoras de otro criterio de la patria y sus símbolos. La narrativa sobre la patria, con toda una literatura de homenaje, la historiografía, la simbología y el soporte legal ha adquirido una corporeidad material que es imposible eludir. La demarcación establecida por el poder actual de lo que es y no es la patria ha conseguido diseñar una paridad entre Estado, Gobierno, Nación y Patria en la que sus límites coinciden incluso con personas que la representan, llegando a alcanzar unas dimensiones que el cubano insular no tiene otra alternativa que alabarlas. La identificación de las personas con la patria ha alcanzado unas cotas que rebasan las funciones y el desempeño de la responsabilidad de representación de las mismas.

El sentimiento de patria ha dejado de implicar admiración y respeto por lo que uno ama de sí mismo como parte de una totalidad. Ha sido transformado por los gobernantes en objeto de adoración con el cual uno debe sentirse identificado y comprometido políticamente. Si por lo demás, la representación simbólica se asocia a un líder narcisista, alter ego del sujeto colectivo, pletórico de virtudes patrióticas, el sentimiento  adquiere ribetes de religiosidad. En Cuba, al contrario de otras naciones democráticas con problemas de identidad como es el caso de los Estados Unidos, el ciudadano está sometido a una permanente requisa de su identificación con la patria. Las autoridades demarcan el territorio físico, ideológico y moral de la misma, lo cual prueba que bajo una dictadura o una no democracia, como sucede en otros países con problemas de populismo identitario como Rusia y Bielorrusia, el término patria condiciona la identidad de quienes aceptan el discurso oficial y también de quienes lo rechazan. Mientras las dictaduras buscan solucionar su problema de identidad con la represión de las alternativas, las democracias son permisivas del libre albedrío previsto por sus valores.

Las dos patrias de Martí y todas las otras patrias posibles, contenidas en esa imagen probabilista de una patria con todos y para el bien de todos, han terminado por ser consolidadas en una sola a partir de la fabricación de una patria ideológica, que acabó devorando aquellas pequeñas patrias que cada cual podía darse, libremente, dentro de la grande. La idea extendida y aceptada por todos de la patria política como una identidad ha acabado convirtiendo la pesadilla martiana de las dos Cubas en una lucha entre los cubanos por una patria a la cual pertenecer, como si fuera algo que se pudiera abandonar, o de la que alguien nos podría expulsar porque, según criterio oficial, uno no cumple las normas de filiación impuestas. La reducción del concepto patria a la idea de un club, partido político o cualquier entidad organizada sobre la base de un reglamento ordenancista, con el cual uno puede asociarse solo si admite sus bases sin reservas, es la peor conclusión a la que podría llegar el propio Martí después de pasar casi toda su vida fuera de la isla, y de haber representado los intereses consulares de otros países. Esto no hubiera sido posible sin una lógica capaz de justificar la exclusión de aquellos que como Martí hoy día exigen una patria con todos y para el bien de todos, donde la ley, y no un partido, sea el único árbitro, y como dijera Rousseau, los que más tienen no puedan usar su poder para comprar a nadie, ni los pobres se vean obligados a venderse.

La lógica de no tener ninguna patria o de contar con las que uno opte por darse sin restricciones, choca con la del gobierno que solo permite la que ofrece. De esa manera, la patria se ha convertido en propiedad o jurisdicción del partido único. Aun cuando la idea de no tener ninguna patria podría sonar extraño en un contexto ideológico donde la patria es la razón de todas las cosas, lo cierto es que todos los individuos podemos vivir sin patria y sin la necesidad de que nos recuerden a cada paso que la patria depende de la cantidad de amor y sacrificio que seamos capaces por ella, y que el mismo es proporcional al amor y el sacrificio de ella por nosotros. Por supuesto, la imagen materna y maternal no se corresponde con la patria machista y testicular que exige de sus hijos todos los sacrificios, a cambio de beneficios económicos de los que una parte de la burocracia improductiva y la élite política se beneficia. Lo cierto es que como demuestran los estudios identitarios desarrollados a partir de los 80, nuestra necesidad de identidad es diversa y la encontramos en lugares dentro y fuera de la patria. Una madre patria, con graves problemas de identidad, que obliga a identificarnos con ella y nos castiga con los peores sufrimientos, abusando de la potestad de desterrar a sus hijos dentro de la propia casa o fuera de ella como a Martí y Heredia en el pasado, y a otros hijos a lo largo de estos sesenta años.

Cuando los intereses y motivos que rigen la relación con la patria están determinados por el discurso del poder político, estamos ante un hecho no exclusivamente político sino también normativo, de carácter general y público, de graves consecuencias. Normalmente los discursos de la patria se elaboran en situaciones de excepción en los cuales existe la certeza de que todos los individuos interpelados actuarán de común, unidos a favor y en contra de algo. Es una vieja idea con la cual los políticos nos recuerdan pertenecer a algo de lo cual ellos también forman parte, que nos obligan a defender de un peligro porque no fueron capaces de alejarlo como parte de sus responsabilidades. A veces esos peligros son creaciones del propio Estado estructuradas en amenazas para la patria como es el caso de Cuba. Una de las grandes obras del régimen cubano es haber transformado una situación de excepción en la que se originó la Revolución en una excepcionalidad a lo largo de este periodo, ha sido parte de la estrategia adoptada para conservar la unidad bajo el criterio de las amenazas que hacían peligrar la patria, contraviniendo la propia filosofía revolucionaria del riesgo como significante del cambio por otra en que el miedo al peligro lo es de la conservación.

La patria cubana que se empezó a construir en el siglo XIX, caracterizado por un cambio geopolítico del mundo y de las propias sociedades, al contrario que otras naciones ha configurado su identidad en la manipulación de la idealización que fraguó la teleología de la independencia –es innecesario decir aquí que en política la manipulación no tiene porqué tener un uso peyorativo. En otras palabras toda la elaboración de la historiografía política y cultural que forma parte de la ideología de la nación ha estado basada y aún lo está en el fin de conseguir la justificación de la independencia y la conservación de esta a costa de cualquier sacrificio, ya que ella es lo que le da sentido a la existencia de la nación en su sentido más completo como una comunidad histórica y cultural con conciencia diferenciadora de sí misma. Cada determinación política está marcada por este sino que ha configurado la mentalidad de los cubanos a través de las políticas educativas, culturales y de propaganda. Es significativo que los propios opositores al Gobierno, al régimen y al sistema conserven la misma precaución independentista de la ideología y la política que critican, situándolos de alguna manera dentro del ámbito de influencia compartido con el Gobierno. Se ha podido constatar cómo se colocan en la defensa de la soberanía ante el hipotético caso de agresión de los Estados Unidos, cuando no hay ninguna prueba de que esa decisión estuviera en el horizonte político del supuesto invasor desde la primera década de la Revolución.

Según esta finalidad de la patria, Cuba no existe por sí misma y por la existencia de sus hijos, sino por la independencia. La paradoja que nos presenta este axioma es que la Revolución nunca ha sido independiente, aunque es uno de los ingredientes fundamentales en la construcción de la justificación del carácter excepcional de la política apropiada desde 1959 para defender la patria.

La narrativa de la independencia como la única posible fue reforzada con la interpretación sesgada de la historia, el determinismo del pensamiento comunista, no necesariamente marxista, en el contexto de las guerras del siglo pasado y más tarde durante el lapso de la lucha entre los dos bloques y el desarrollo de los movimientos de liberación y tercermundistas en los que Cuba tuvo una participación destacada. Aun cuando la lógica para la obtención de la independencia y su conservación pudieran ser distintas, la misma se ha mantenido inalterable a pesar de que el mundo con sus políticas de correlación ha cambiado, las sociedades comunistas que antes pertenecieron al bloque soviético gozan de una relativa pero superior prosperidad y la única amenaza exterior es la que algunas de ellas soportan de Rusia. Al revés de otros países con los que el régimen cubano comparte ideología política, en la isla la representación totalitaria de la patria y la identificación de esta con la historia, el presente y el futuro, con todas las expresiones del lenguaje social, político, cultural y educacional, ha creado una imagen decadente y extemporánea que va más allá de lo ideológico y político. Es la imagen cada vez más crítica de la carencia de identidad o la pérdida de ésta que se trasluce de la lucha por la patria y la necesidad de hacer valer una política de continuidad, cada vez más cuestionada por su esencia conservadora, polémica y contradictoria.

Esa narrativa de la teleología de la independencia a la que se han supeditado todas las otras interpretaciones de la patria, limitadas o censuradas por las políticas educativas y culturales, ha tenido no sólo consecuencias para el desarrollo de alternativas aunque fueran del espectro ideológico y político del poder, sino que también las decisiones políticas de riesgo, no necesariamente de peligro –como distingue el gran estudioso de sistemas Niklas Luhmann entre unas y otras decisiones políticas— destinadas a la gobernación del país, se encuentran con que el pensamiento político está condicionado por un enfoque demasiado esquemático y rígido para dar solución a problemas de una naturaleza distinta a aquellos de los cuales heredaron su filosofía política.

La lógica de la guerra sobre la cual se establece el régimen de políticas de excepción con que se justifica la excepcionalidad histórica, sigue dominando como si los generales romanos del periodo clásico planearan la resistencia de la Roma actual, y los gobernantes refuerzan el sentimiento patriótico y la adhesión creando amenazas a la patria allí donde surgen focos de distanciamiento, crítica o disensión de la doctrina. Enemigos, traidores, mercenarios son los sujetos que crea el Estado para situar fuera de la patria a aquellos que piensan diferente. Es entonces que se produce la diferenciación y la enajenación del ser cubano de la patria, se criminaliza a quienes por no creer lo mismo y no querer lo mismo se les considera enemigos, pero también como ahora surgen grupos que siendo patriotas de la patria creada por el régimen comienzan a autodiferenciarse. Aquellos que se atreven a exponerse son puestos frente al paredón de la opinión pública previamente educadas en que la patria no es de todos, sino de aquellos que piensan como el Gobierno o han sido enseñados a actuar como si pensaran así.

La lógica de la guerra sobre la que se ha estructurado no sólo el pensamiento de independencia, sino también todo el pensamiento político y la vida de los cubanos, pudo haber sido un camino inevitable dentro del contexto de las guerras de independencia, a pesar de otras alternativas que han sido despreciadas para la elaboración de la narrativa del poder, seguramente también pudo serlo en la primera década de la Revolución. Sin embargo esta lógica, desacreditada por la nueva relación de relativa dependencia con enemigos de antaño como los Estados Unidos y el exilio económico, continúa siendo el principal argumento político en la creación del estado de excepción que facilita las políticas de castigo de las diferencias y las libertades.

No hay que ser ningún genio para organizar un discurso que nos trasmite una narrativa de la historia y de la vida cotidiana basada en la lucha contra obstáculos naturales, vicisitudes cotidianas, enemigos históricos, y toda clase de adversidades, centradas en un objetivo que nunca ha sido el de la paz. Si las guerras tienen como objetivo la paz, en el discurso del régimen con el que se expresa vehementemente el actual Gobierno, en Cuba el objetivo es la guerra. La guerra es el sustento natural de la adhesión, del criterio de Patria y la necesidad del sacrificio para vencer. Sin la lógica de la guerra difícilmente la Revolución habría soportado más de medio siglo, se dice pronto, de calamidades, eventos y confrontaciones dentro y fuera del país. Hoy mismo es la que se ha impuesto frente al grupo de los treinta jóvenes del mundo del arte que representaron una de las críticas de la sociedad en el Ministerio de Cultura.

Uno de esos eventos sustantivos de la lógica de guerra, el más importante, ha sido el que sostiene contra los Estados Unidos. Que este sea el país más poderoso del mundo, a escasas noventa millas, con una larga historia que para este discurso empieza con la intervención en la guerra hispano-cubana y la Enmienda Platt, lo convierte en el principal aliado de la narrativa de la independencia y por ese motivo en la principal fuente de la que se nutre el imaginario de la patria. La manipulación ideológica de las relaciones entre ambos países desde el fin de la guerra contra España, la demonización de los defectos y errores de Estados Unidos y el enfrentamiento de ambos como parte de dos bloques geopolíticos en lidia, han estado presentes antes y ahora en cada resolución.

La patria, un concepto cultural creado por los políticos que en cualquier lugar es usado como un comodín para situaciones de crisis con otro país o por las dictaduras de izquierda y derecha de justificante a las políticas de excepción para preservar el orden, en Cuba está totalmente incorporado a la interpretación que tenemos los cubanos de la sociedad y del mundo, además de la influencia a que somete la vida cotidiana y todo tipo de relaciones sociales. Si miramos hacia afuera otras patrias, podemos ver que, en efecto, si la patria se mide por la cantidad de palabras que enunciamos relacionadas con ella, los cubanos, evidentemente, somos los más patriotas de todas las patrias del mundo. El síndrome de la patria en los cubanos tiene una sintomatología que merecería ser estudiada y en la que Estados Unidos ha sido el patógeno fundamental. Todo cuanto sucede en el país está comprometido por la interpretación que hagamos de la patria, la independencia y el país norteamericano. Es una idea compartida tanto por quienes están a favor de la Revolución como por quienes están en contra, únicamente cambia la finalidad de la patria que va aparejada a la cosmovisión de la ideología y la cultura política.

Esa interpretación es un lastre para otras lógicas mediante las cuales funcionan los distintos sistemas que componen un régimen social y político, sobre todo cuando se convierte como en Cuba en una ideología de todos los comportamientos colectivos e individuales que se expresan en las relaciones y en el lenguaje en todos los niveles. La “lucha”, “la batalla”, “el combate”, la “guerra” contra algo que sin importar su naturaleza se convierte en enemigo de la patria por la que circulan a demanda “traidores”, “mercenarios”, “vende patrias”, “gusanos”, “cobardes” y todo se hace con “valor”, “coraje” y “sacrificio”. Estos significantes definen todo lo que en el cubano son significados supremacistas de la hombría, la patria y la nación. En este punto de los estigmas contra quienes piensan distinto, sería bueno recordar la frase que puso Alejandro Dumas, padre, en la boca de uno de los personajes de su novela El conde de Montecristo: la traición es una cuestión de fechas, ahora yo soy el traidor y tú el patriota, mañana yo seré el patriota y tú el traidor. La historia de la Revolución, como todas las historias políticas está marcada por los cambios de apoyo a una causa o idea, forma parte de las transformaciones y las evoluciones de representación e identificación que condicionan los cambios. Sin embargo, un proceso de este tipo naturalizado por las democracias y las sociedades civiles, en los regímenes totalitarios orientados por lógicas castrenses despoja a los ciudadanos de sus derechos, condenándolos a la exclusión y al castigo.

Una generación tras otra de cubanos, han nacido y vivido en una constante guerra en la que los mártires de las guerras de independencia y de la insurrección han servido de coartada para configurar la idealización de nuestros sacrificios por la patria. Incluso el deseo de ser héroe o mártir en algún momento de la vida de muchos es una de las representaciones de una identidad inmadura con que a veces nos comportamos. Ha sido una meticulosa elaboración justificada por la idealización de la independencia y la creación de la necesidad de una patria que se pareciera a un determinado discurso ideológico. Si miramos hacia atrás sin las anteojeras ideológicas al uso y sin los prejuicios de los historiadores que han interpretado el pasado con datos limitados y bajo la óptica de la teleología de la independencia, la patria ha tenido varias conceptualizaciones desde sus orígenes a la medida del régimen político en curso y la interpretación cultural, ideológica y política que no siempre han coincidido. La patria de los autonomistas y los separatistas no son las mismas, como tampoco lo fueron los matices que dentro de estos grupos existieron y, sin embargo, muchos compartían la misma finalidad aunque por métodos diferentes de la lucha armada y las reformas, la violencia y el diálogo.

La lógica de la guerra es uno de los problemas más graves que el Gobierno cubano se ve obligado a resolver. Los últimos acontecimientos en torno a la protesta de los jóvenes de San Isidro y el grupo de los treinta que en representación de más de doscientos protestaron a las puertas del Ministerio de Cultura, ponen en evidencia esa lógica, en la que hay nuevos actores sociales y políticos que quieren desvincularse de la doctrina de esta. La llamada continuidad está siendo puesta en solfa por la incapacidad de esta para establecer otra lógica adaptada a estos tiempos. El Gobierno y su discurso político de continuidad se ha quedado dando vueltas sobre una realidad superada, narrándose a sí mismo como una victrola en un velatorio que toca un disco rayado. El discurso de la guerra en defensa de la patria se ha ido quedado sin oyentes y sin justificación. El lenguaje sigue siendo el mismo pero los referentes han cambiado, una especie de realidad esquizoide en la que los significantes no parecen designar al mundo real y donde una parte de los interlocutores han dejado de comprender.

La envejecida fórmula de adaptar la realidad al discurso de justificación ha dejado de funcionar por la pérdida de la hegemonía de la información que hoy cuenta con una fuente de contraste muy poderosa e influyente en los medios alternativos digitales. La campaña de acoso desatada por los medios oficiales y la burocracia de la nomenclatura contra los jóvenes, a quienes acusa como en tiempos lejanos de actuar por intereses espurios, y que por eso los reprime y acosa, se ha topado con el contrarrelato de los hechos divulgados por los propios implicados a través de las redes sociales. La capacidad de convencer se desmorona porque los insultados tienen medios internos y externos para hacer uso de la réplica, mostrando sus ideas y rostros que antes el silencio y la difamación oficial podían tergiversar con el pretexto de ser apóstatas, traidores y mercenarios que ponían en peligro la patria, construida con el sacrificio y la unidad de todos los patriotas.

En una parte de la sociedad la lógica de la guerra empieza a quedarse sin asideros y el Gobierno se enfrenta a un enemigo que cada día se parece más a él mismo. Quienes supuestamente atentan contra la patria son los mismos exiliados que les dan de comer desde el extranjero gracias a las remesas millonarias, ayudan a sufragar las escasas y pequeñas empresas personales autorizadas que sobreviven a pesar de la presión a que son sometidas y, además, las autoridades junto a gran parte del pueblo depositan sus esperanzas en un cambio de gobierno en EE.UU. Actualmente las únicas razones para explicar que todavía la realidad social y política se interprete como se hacía hace sesenta años es el deterioro cognitivo de la casta política, o la intención de mantener el control sobre una situación en la que el diálogo es casi imposible con los mismos actores. La cuidadosa selección del relevo de la nomenclatura y la torpeza política para solucionar situaciones de estrés como las presentes evidencian la dificultad de pensar políticamente que padecen los gobernantes.

Ojalá que Cuba no esté consumando un largo suicidio que empezó en 1959. La muerte material del país, de la que se culpa a los enemigos y el embargo de los Estados Unidos, no es nada frente a la muerte del espíritu y de la moral de la convivencia que aún dentro de las fuerzas de la independencia sobrevivió hasta que fue aplastado por el pensamiento único.

Ojalá que dentro de cien años la isla no esté convertida en un parque temático de la distopía después que se haya ido todo el que pudo, y los jóvenes que la visiten encuentren una explicación razonable a los carteles que lean a la entrada y la salida: “Morir por la patria es vivir” y “Patria o Muerte”. Los cubanos merecen algo más que morir por la patria para poder vivir.

Esa patria de 2020 se ha convertido en un coto aún peor que aquel contra el cual se rebeló para tener una patria donde no coexistieran Cuba y la noche. Aquella para la que la independencia era un medio, no un fin, y la guerra el recurso para alcanzarla. Lamentablemente, las dos tenencias que Martí tuvo, y por cuya resolución dio la vida, no han podido ser resueltas colectivamente. Nunca sabremos, si como Mishima, el poeta eligió la noche, ante la duda de poder tener como patriota la Cuba que deseó con todos y para todos. Sí sabemos que Mishima y Martí sacrificaron sus vidas de manera voluntaria por la patria en la que creían, nadie les obligó a hacerlo por ellas. Sus muertes ejemplifican las formas en las que cada uno se rebeló contra la idea de patria sostenidas por otros.

Voy a ilustrar este artículo con el escudo que Gastón Baquero tenía en la sala de su casa. El poeta fue uno de los cubanos que mejor representaban su amor por el país al que no pudo volver. Murió sin la patria que amaba, pero sin amo, reconciliado en los jóvenes que vendrían de la colisión de la Cuba martiana y la noche. Espero que ese escudo, que guardo entre las cosas simbólicas, no de la patria, sino de un patriota, me guarde.