Se acerca el momento de saber si tendrá éxito la dramaturgia habitual del Gobierno cubano para enfrentar los problemas políticos, esta vez contra la convocatoria a la manifestación del día 15 organizada por el grupo Archipiélago que encabeza el joven dramaturgo Junior García Aguilera. Da igual que dicha manifestación esté amparada por la Constitución, aunque es la que el Partido se hizo a medida para naufragar mejor los próximos años en los que la oligarquía política-militar consolida el poder de la transición generacional. El guión ha sido el mismo: la desacreditación política mediante la manipulación de la opinión pública modelada por el discurso de la guerra que no existe: son enemigos de la patria al servicio de una potencia extranjera, en este caso los Estados Unidos, todos los que no estén alineados con el Gobierno que ejecuta la política del Partido en el que la patria está representada. Formal y conceptualmente es un Estado que funciona como si fuera de excepción, como demuestra la represión policíaca, judicial, militar y paramilitar durante y después de la rebelión social que se produjo el 11 de julio, conocida como el 11J, aunque el Gobierno intenta aparentar lo contrario ante la complacencia de una parte de la sociedad, gobernantes, políticos e intelectuales sin escrúpulos, sobre cuyos hombros descansa la dictadura.
Si hay una cosa que los gobernantes cubanos han hecho bien es la de escribir los argumentos de la política de tal manera que cualquier error, dislate, incongruencia, crimen o injusticia tenga una justificación ideológica y en consecuencia el amparo jurídico. Da igual hundir una embarcación en el puerto de La Habana con gente que huía o pedir condenas de veinte años de cárcel a algunos manifestantes del 11 de julio. La crueldad, la desproporción y la impunidad conque el Estado ejerce su gobernanza de más de sesenta años sería inconcebible sin la complicidad de las instituciones, de gran parte de la sociedad y de la legalización jurídica y social de su discurso que en los argumentos del Gobierno encuentra la justificación pertinente a dicha complicidad. Nada de esto sería posible sin un factor que como el cemento en los edificios se mantiene invisible aunque une todas las partes de la estructura, en este caso de la estructura social. Se trata del miedo, que junto a un sinnúmero de elementos educativos-culturales y de políticas y conceptos normativos, ha permitido al régimen crear un particular sistema de valores para una sociedad disciplinada de la cual se prevé la obediencia a riesgo de ser castigada.
En Cuba y fuera, nadie con determinada edad está exento de haber sido víctima de las políticas con las cuales se creó la unidad, una quimera sólo posible después de que el régimen hubiera creado un sistema de creencias con el cual se ha sostenido durante más de sesenta años. Se dice pronto, pero estamos hablando de varias generaciones sobreviviendo a un discurso que se ha hecho carne y espíritu sintetizado en una sola frase: “Patria o Muerte”. Dicho sistema ha calado tan hondo que incluso en muchos de los comportamientos de aquellos que no comparten la ideología y se hayan fuera de la influencia de los aparatos de propaganda y represión son visibles los síntomas de esa enfermedad contagiosa adquirida en Cuba, que nos hace cómplices activos o pasivos, y para la cual nadie se pone el termómetro. Últimamente hemos podido comprobarlo en los juicios sumarios a escritores fallecidos dentro y fuera, la parcialización y el blanqueamiento o la incriminación de unos y otros ponen de manifiesto un sesgo “revolucionario” cautivo de una forma de ver a los demás conque el miedo y la educación privilegia a los cubanos. De eso hablaremos en otro momento.
Sin embargo, la sociedad no es ajena a ese cambio que se está produciendo de manera controlada y en una dirección determinada en el poder. En sentido contrario, la sociedad también está cambiando aunque no tiene ninguna orientación ni orientador, y va separándose progresivamente del discurso de las creencias ajeno a su realidad. Corresponde fundamentalmente a nuevas generaciones pertenecientes a sectores deprimidos e insatisfechos por la profunda desigualdad y la falta de libertades, a las cuales no les compensa el relato de la pobreza y el sacrificio del que culpa al bloqueo y los opositores, pero exime de responsabilidad a los gobernantes. El malestar que se ha ido incubando durante años en los que la frustración ha dado al traste con el idealismo, alcanza su máxima expresión en los jóvenes que han tenido la experiencia decepcionante de sus padres y abuelos y tienen la suya propia sin los ideales que amordazaron a sus ascendientes y en consecuencia sin la complicidad de los mismos con el régimen. El Gobierno sabe que en el 11J se escenificó la creación de un nuevo escenario que sólo pueden enfrentar con la represión y argumentos que dejaron de servir para convencer y hoy justifican la represión, no importa si los mismos son del articulado de la Constitución o de algún periodista que se presta desvergonzadamente al desprestigio de los opositores.
Nadie puede saber qué pasará el 15 de noviembre, el Gobierno ha castigado duramente a quienes se atrevieron a salir a protestar el 11J, torciendo la legalidad con criterios ideológicos prevé hacer lo mismo con aquellos que salgan a la calle, y manipula las causas, motivaciones y objetivos de la manifestación pacífica. No sabemos si la gente saldrá a manifestarse masivamente, ni las proporciones de la represión, lo que sí podemos asegurar, y ellos lo saben, es que esto ya no hay quien lo pare. La falta de autoridad y la incompetencia política de unos energúmenos que han convertido la Constitución en una sombrilla agujerada para campear el temporal, los expone cada vez más al juicio de la sociedad y de la opinión internacional. Es una cuestión de tiempo saber cuándo y cómo será el final de este drama de sesenta y dos años que su dramaturgo principal escribió torcido y dejó inconcluso, depende de los gobernantes y de aquellos que entre las bambalinas del poder comprenden la emergencia de resolver los problemas de otro modo. Ya el cambio se ha puesto en marcha, tendremos que ver cómo y cuál será la marcha de ese cambio. Hoy no se trata sólo de un asunto de ineficiencia, falta de recursos y liquidez. Es una cuestión moral pendiente que los jóvenes y el grupo Archipiélago se han dispuesto a poner sobre la mesa.