La verdadera culpa de Yunior García Aguilera

Los preparativos de lo que muchos creían ingenuamente sería una sublevación popular el 15N, la represión, el acoso selectivo del Gobierno y la escapada, autodestierro o fuga en mi menor del artífice de esa sublevación, el joven teatrista Yunior García Aguilera, han traído mucha tinta. Tanta tinta que a veces no se puede apreciar el cuerpo del delito que se quiere juzgar y en ocasiones dejamos de ver lo más importante. Están siendo días densos, con una densidad donde los personalismos y disputas de cenitales no han faltado, mientras a la excitación de las expectativas de cambio le sucede la depresión como después de una gran borrachera. Todo eso ha sucedido sin tener en cuenta algunas de las primeras víctimas del régimen en este nuevo affaire iniciado en San Isidro que han permanecido detenidos o desaparecidos de la fiesta mediática del régimen contra Archipiélago, de la celebración de los Grammy y del performance de las entrevistas de Yunior, nuestro Ícaro en Madrid. Cuando Cuba se resfría, el exilio tose y a veces escupe de una enfermedad que aún no ha sido tratada y se reproduce generacionalmente desde el siglo XIX con más o menos dramatismo. El Gobierno tiene que sentirse satisfecho del espectáculo. 

Hace unos años, muchos para mi salud, La Gaceta de Cuba que yo dirigía entonces publicó por entregas un ensayo de Cintio Vitier prohibido o vetado, la disyuntiva es un matiz de la censura, que luego saldría en formato de libro con el mismo nombre en Ediciones Unión (1987). Rescate de Zenea era el fruto de las investigaciones y documentos aportados por el historiador Raúl Rodríguez La O que intentaban demostrar que el poeta condenado por la historiografía revolucionaria no había sido un traidor a la causa separatista, sino un portador de otra solución a la guerra, ajena a la teleología de la independencia cultivada por el régimen cubano y el patriotismo radical. A pesar del monumento que sobrevivía en Prado y Malecón sin que a nadie se le ocurriera quitarlo, Juan Clemente Zenea no sólo había sido ejecutado en el paredón de La Cabaña en 1871 por los españoles, hoy hace 150 años, sino que también había estado siendo fusilado después de muerto por la historia, el criterio oficial y los intelectuales integrados. A pesar de la opinión de Martí, el otro gran poeta era un marginal sobre el que moraba la duda del estigma. En aquel momento de los 80 todavía Zenea cargaba con la misma culpa de traidor con la cual sus compatriotas lo habían condenado en vida, el peor de los estigmas cubanos junto al de cobardía que es su correlato en la mentalidad de los cubanos.

Sin que sean comparables ambos autores, Yunior García Aguilera, un joven autor de teatro, nacido en 1982, como Zenea vuelve a encontrarse ante el problema de ser una víctima del régimen de la isla y también de sus compatriotas, que en 1871 eran aldamistas o quesadistas del exilio y la emigración. Quizás sin saberlo, García Aguilera, más conocido por su nombre de pila, cuando tomó la decisión de abandonar el país para ponerse a salvo se estaba exponiendo a ser condenado por los estigmas de traición y cobardía cultivados en la nación a la sombra de las guerras y los conflictos que amenazaron la democracia en la República. Estigmas que los gobernantes cubanos han convertido en paradigma negativo del ser cubano, reforzado por su contrario el paradigma positivo de la fidelidad y el coraje que el régimen hace crecer exponencialmente en situaciones de crisis como parte de su ideología de guerra, con la cual manipula y modela no sólo las conductas sino también la interpretación de las relaciones sociales. La fidelidad y el coraje obedecen a una moralidad acorde con la ideología política del Gobierno, que asume la representación de facto de la nación y conforma la nacionalidad de los ciudadanos según esta ideología, pero que también forma parte del arsenal moral de la oposición.

Es curioso que sean casi nulas las valoraciones sobre la represión, el hostigamiento y el miedo que obligaron a la gente a no salir a manifestarse, a pesar de que fue ese miedo lo que determinó una actitud común que dio al traste con la manifestación, incluso cuando el régimen hizo especial énfasis en dicha represión y hostigamiento contra la figura visible que representaba al grupo Archipiélago, o sea, en el propio Yunior. Lo que hace suponer que en los demás sí era legítimo tener miedo, pero en el líder del movimiento no, ya que su conducta y su imagen eran aquellas del líder que muchos esperaban para verse reflejados y ser representados frente a la dictadura. Aunque Yunior a explicado su particular “debilidad” de no tener madera de héroe, el enfoque de la frustrada movilización se ha centrado sobre aquel que parecía debió haber representado el valor de los demás aunque estos no lo tuvieran. Si bien el futuro de Cuba debería configurarse con líderes que no tuvieran carisma de héroes, el presente está claro que lo exige y parece inevitable.

La imágenes del héroe y del mártir cultivadas por largos periodos de guerra en la historia nacional y convertidas por la ideología del régimen en una evolución natural del sacrificio por la patria con la cual ellos se representan, forma parte de la escritura de los mitos que sirvieron a la Revolución para crear su propia historia acorde con la ideología del régimen. El realismo socialista en su interés por humanizar a un hombre ideal en una sociedad ideal modeló una versión del cubano en cuyo cóctel de símbolos, simbologías y paradigmas el valor y la fidelidad ocupaba un lugar prominente. Toda la sociedad cubana ha sido seducida por una saga de hombres y mujeres que luchaban contra un enemigo inconmensurable con la única recompensa de poder ser héroes o heroínas, a pesar de que la cobardía es inherente a la valentía y tan necesaria como la otra para la realización de proyectos y de la vida misma.

La única vez que la cobardía ocupó un lugar en los mentideros populares fue de forma inevitable cuando militares y trabajadores cubanos en 1983, en Granada, parecían haberse inmolado frente a la 82 aerotransportada, y en realidad mientras el pueblo los lloraba huían comandados por aquel coronel de apellido Tortoló que fue recibido con honores por Fidel Castro al pie de la escalerilla del avión al regresar a Cuba. “Zapatos Tortoló” la gente empezó a llamar a la necesidad de salir rápidamente de cualquier lugar o situación. No obstante, aunque más tarde se supo que el militar cumplió estrictamente con las normas morales y de disciplina en combate, fue castigado como escarmiento ideológico y Raúl aprovechó para ordenar que bajo ninguna circunstancia un soldado podía rendirse o huir, en un país donde todos son tratados como soldados. Aunque los relatos de los militares cubanos, como los de todos los países, están llenos de momentos de miedo y flaqueza, las historias de la cobardía están por escribirse y es hora de que se haga.

La verdadera culpa de Yunior –parafraseando el título de la obra de Abilio Estévez sobre Zenea– si la tuviera para ser condenado por una parte de la opinión, es haber querido representar a un pueblo con miedo y la inveterada necesidad de tener un líder vivo que lo guíe, ya que el líder muerto lo puso José Martí, a quien lo mejor que pudo pasarle es haber pasado a la gloria en combate, ya que en vida y en la República no sabemos cuál podría haber sido la opinión de la sociedad sobre su labor como líder político en tiempo de paz. Dicho esto, también hay que decir que no se puede pretender esa representación y abandonarla cuando se ha alentado a quienes se representa a correr el riesgo de sufrir a causa de ello, ese es su mayor error. Da igual que hablemos de la situación política cubana o de cualquier otro momento pedestre de la vida en el cual uno alienta a los demás a asumir una empresa de la que somos responsables. En su defensa Yunior no puede decir, cómo ha hecho entrever en sus entrevistas, que no representaba o no era responsable de la marcha del 15N porque la hemeroteca tiene la lengua larga. En algunos de sus escritos puede leerse el sentimiento de responsabilidad y la conciencia de lo que estaba representando, además de la personalización que hizo de la actividad colectiva de Archipiélago.

Cuando se asume una representación política hay una serie de obligaciones entre ellas las morales que se contraen como un contrato con aquellas partes representadas. Si como en este caso se trata de realizar esa actividad en circunstancias de riesgo y bajo condiciones de excepción, debió renunciar antes de que la gente a la que convocaba se pusiera en peligro del mismo modo que él lo hizo cuando descubrió que no tenía madera de héroe, un grave problema para alguien que pretenda encabezar un movimiento contra una dictadura que no sólo cuenta con los recursos de un estado totalitario, sino que también tiene todavía una de sus mejores armas del planeta en una parte de la población moldeada y modelada por la manipulación de los intereses del poder. Yunior no es el primero ni el último opositor que abandona la cercanía con el fuego para opositar desde lejos, dudo que el Gobierno lo deje volver. Aunque es cierto que afuera Yunior está haciendo un encomiable trabajo de desmitificación de la Revolución, sobre todo en el graderío de la izquierda todavía cómplice de la dictadura cubana, también sabemos que es ya un cadáver político. El Gobierno cubano, que maneja bien los conceptos de la guerra, no así los políticos, sabe que las batallas no se ganan lejos de ellas, sino en el terreno. Eso también lo supo Eloy Gutiérrez Menoyo que a contrapelo de la opinión del exilio fijó su residencia en La Habana aunque muy poco pudo hacer.

Al esfuerzo del Gobierno por desacreditar al líder del movimiento que se estaba conformando en torno de la convocatoria de Archipiélago, hoy se suma el descrédito de quienes ven en el joven opositor una mascarada teatral con la cual se abre puertas para otro escenario personal. Sin embargo, al margen de los motivos y las causas reales hay que poner en valor el papel de éste y otros jóvenes como los de San Isidro y Archipiélago, que han enfrentado a los aparatos de poder creando un estado de opinión favorable a la necesidad de buscar vías de cambio incluso dentro de los propios simpatizantes del régimen. La represión, el acoso, las amenazas y los castigos desproporcionados con los cuales el Estado cubano muestra su poder ha puesto al desnudo la impotencia del régimen y su incompetencia para gobernar la diversidad social, económica y política de la Cuba de los nuevos tiempos y el futuro. Nadie puede cronometrar el tiempo que puede durar el fin de la dictadura, pero de lo que sí podemos estar seguros es que el último episodio conocido como 15N, no sólo mostró las limitaciones de la oposición sino también las del Gobierno.

A pesar de los nuevos aldamistas y quesadistas, San Isidro y el 15N han dado lugar a una evolución de la actitud del cubano frente al poder y el proceso de politización de las necesidades no tiene vuelta a atrás, aunque no sepamos cómo ni cuándo será el fin. Esperemos que no sea un líder lo que esperen los cubanos esta vez y que la sociedad de dentro y fuera del país alcance la madurez suficiente para comprender y tolerar las diferencias con el objetivo común de sumar y multiplicar, sobre todo a aquellos que viven evitando los coletazos del caimán. La verdadera culpa de Yunior es haber soltado la cola del caimán cuando había pedido a sus seguidores que la agarraran.


Ilustración basada en dibujo de Bruno Pontiroli