el culo al aire

Fruta del Caney, foto de León de la Hoz

Acabo de leer la Breve historia del culo, de Jean-Luc Hennig, que me ha dejado con el culo al aire. No conozco otra expresión más fiel al sentimiento de frustración e indigencia por no haberlo escrito yo antes. Es el libro que hubiera querido escribir y seguramente mi amigo Jorge Posada también porque es uno de los tipos que más sabe de culos, da testimonio su relato que temo me sirvió de inspiración cuando escribí el pasaje de los culos cubanos en mi novela. Aún tenemos pendiente una verificación.

El libro de los culos de Hennig es formidable. Documentado a través del arte, la literatura y la historia, hace un viaje desde los orígenes hasta nuestros días en el que nos relata las peripecias del culo hasta llegar a ser quien es hoy, aderezando los mejores momentos con el fino humor y el saber decir, posiblemente heredado de su compatriota madame Sevigne, esa gloria incomparable de la mejor historiografía que es el chisme.

Por él sabemos cosas del culo que no podríamos imaginar, incluso uno que se cree un entendido de esa zona oscura de la feminidad. Por ejemplo, el significado de la desagradable frase «bésame el culo» que supone desdén y que para un cubano puede ser ofensivo por la obscenidad del vocablo fétido y escatológico, más que el mismo acto. Parece que es la manera en la cual el diablo obliga a la pleitesía y la humillación. Algo que no dice el libro, aunque lo podemos inferir, es porqué tanta gente en actitud de reto se baja los pantalones para enseñar ese otro rostro trasero que, dicho sea de paso, puede ser muy feo. Por algo lo más incómodo que le puede pasar a uno es tener cara de culo.

Por la historia de Hennig transitan todo tipo de culos y cataduras, sin embargo si de algo peca es de tener una visión absolutamente eurocéntrica. Al culo europeo –fea adjetivación flatulenta– el autor lo ha convertido en el centro del mundo o en el centro del mundo de los culos. No ha tenido en cuenta la rica y larga historia del culo negro africano y el mulato, como si no existieran. En ese sentido su enjundiosa y sazonada descripción está limitada por la propia carencia del prototipo europeo, fundamentalmente del francés que es redondo y grande, o pequeño respingón y ausente. Ni siquiera ha tenido en cuenta al culo español que bajo la influencia africana puede ser de montura equina como los mejores. En algunas zonas de Andalucía se pueden encontrar.

Incluso se equivoca cuando duda de la existencia de ciertos culos como el de la famosa foto de Jean-Paul Goude donde una negra sostiene una copa de champaña en el trasero. Doy testimonio por el culo de M.E. que es posible, ya que el de ella era tan altanero y firme como las jorobas de un camello en dos patas, a tal punto que si se ocultaba detrás de una columna yo podía ver su formación calipigia asomar por el lado contrario. Aquel culo era como una repisa donde podía apoyarme a mirar las estrellas. Acariciarlo era como el placer que debió haber sentido Dios al hacer el mundo con barro divino, por el tiempo que me llevaba dar la vuelta a su contorno, entonces yo era el alfarero de un divino culo que mis manos a veces recuerdan adoptando ridículas poses nostálgicas. Además, era un culo rubio al que desde aquí le mando un beso. Por cierto, cuánta sabiduría la de Dios para ocurrírsele hacer el culo en una criatura como el hombre que es su semejanza, se dice. Evidentemente la experiencia de Hennig es libresca.

No obstante es un libro recomendable para homenajear a ese gran olvidado que es el culo, postergado en el cuerpo al papel de servir. Otro día hablaré más de los culos porque hay mucho por donde cogerlos y me quedo con ganas. Finalmente me gustaría decir en favor de todos los culos del planeta que un culo no se reivindica por la forma, el tamaño o el color, sino por su misterio. Y todos lo tienen, incluso los que han perdido su identidad. Doy fe.