LA PATRIA ES REDONDA

Los cubanos una vez más han convertido el revés en victoria. Tanto los que viven dentro como los que viven fuera, los dirigentes y los dirigidos, los que respaldan al Gobierno y los que no, después de que hicieran de un campeonato de béisbol el torneo donde parecían jugarse la patria. La patria, venida a menos por el amor ridículo a ella, podía haber dicho Martí, ha sufrido una derrota deportiva humillante que sin embargo tanto unos como otros han sentido como una victoria moral y política por razones completamente diferentes. Nunca fue más justo el conocido acertijo beisbolero de que la pelota conque se juega viene en caja cuadrada para interpretar los inescrutables caminos de un partido de beisbol y, venido el caso, los destinos de la nación. Al margen de la banalización de la idea de la patria, hay aspectos sobre los que quizás convenga emitir algunas opiniones, que por discutibles puedan ayudar a reflexionar sobre nosotros mismos.

No ha sido un torneo cualquiera el llamado Clásico Mundial de Béisbol, cada cubano ya antes del desenlace parecía jugarse la vida a pesar de que no se trataba de morir o vivir defendiendo un islote de su archipiélago, pero sí un islote de la identidad compartida. Tampoco se debía a que el deporte del bate y las pelotas fuera uno de los de más arraigo, aunque sí porque es el deporte colectivo que mejor puede representar la idea actual de nación divida que promisoriamente y eventualmente puede verse unida aunque sea como “aseres”. Ese cubanismo de dudoso origen carabalí que junto a “hermano”, su traducción, ha creado un nuevo ideologema que ilustra una correlación social identitaria ajena a otra, “compañero” —camarada en otras latitudes— que definía cómo eran las relaciones anteriormente marcadas por la encubierta socialización política.

Así es, no se alarme, el equipo que salió a defender los colores patrios no era el equipo Cuba como ha sido y es en otros deportes y eventos, sino el “Team Asere”, compuesto por peloteros de dentro y fuera de isla, una metáfora del estatus nuevo de la patria dividida por motivos ideológicos y políticos antes de la ley migratoria y sus ajustes que permiten hoy una conciliación y un flujo entre la Cuba de dentro y la de afuera. No es ocioso recordar que antes de esta Ley estaba prohibido salir del país si no era por motivos oficiales y la permanencia fuera sin autorización era considerada deserción, mientras que el regreso sólo estaba autorizado a miembros de la llamada “comunidad cubana”, que desarrollaron una especie de lobby de la Revolución en los medios internacionales y las universidades con el fin de retribuirse mutuamente beneficios de una finalidad política donde la patria era el gran escenario de comunión.

Las reacciones a la composición, participación y resultados del equipo Cuba podría ser un caso de psicoanálisis social colectivo, ¿y por qué no siendo un asunto de identidad? El problema identitario cubano es tan complejo de resolver como su mismo proceso de condición de país subdesarrollado que transita bajo la jurisdicción de una dictadura, y ambos decursos van unidos. Ese proceso de madurez, interrumpido y adulterado por la Revolución, ha creado una imagen de sí mismo conforme a un relato político e ideológico de los elementos antropológicos e históricos con una simbología y un lenguaje particulares. De esa manera tanto la imagen de lo que creemos y queremos ser como el modo en que lo expresamos son paradójicamente similares a aquello que no creemos ni queremos ser. Así el discurso de la patria, mutatis, mutandi, parece ser el mismo para los que están en un bando como para los demás en el bando distinto.

Los tiempos han cambiado y empeorado también, sin embargo todo aquello que conforma la representación de la patria según la versión de la Revolución sigue igual. Al margen de los elementos que componen ese relato de la patria hilvanado por ideologemas semejantes, posiblemente lo más novedoso sea el resurgimiento del patrioterismo, que es una cualidad expresiva del patriotero, vuelto a renacer a las espaldas de la nación como una lacra política que fue en la República, y más tarde la Revolución convirtió en política de Estado para sostener una ideología sobre el sacrificio de la patria y las cenizas de lo mejor de la tradición democrática. Cuando ya habíamos visto morir el patrioterismo, tan criticado en las generaciones históricas del exilio, lo vemos renacer como gesticulación exagerada y grandilocuente de reafirmación de una identidad trasnochada en los más jóvenes, favorecidos por la regulación migratoria que les permite huir en aviones y no en balsas desde Cojímar. Si no lo he dicho antes, la Ley migratoria ha sido la mejor solución para la continuidad del régimen político cubano.

Antes era el Gobierno el que dotaba cualquier evento por pequeño e intrascendente de un significado en el que por el amor a la patria parecía jugarse el destino de la nación. Los ejemplos son tantos y extravagantes que se convirtieron en parte del lenguaje político y ordinario, cualquier insignificancia servía para recordarnos que tal o más cual cosa era decisiva para la patria. Fue tanto así que el cubano de varias generaciones ha vivido en un permanente sobresalto y sobre exposición de sus virtudes por salvar a la patria en las acciones más intrascendentes y cotidianas, por lo menos las generaciones anteriores y alejadas de la degradación material y de los ideales que se vive en la actualidad. La propaganda política y el lenguaje cotidiano contaminado por el político son testimonios de esa lucha por la supervivencia de la patria del Gobierno y el Partido, que hoy además se consagran con la vulgaridad expresiva que cierto populismo marxista habría firmado como de su autoría. Fidel Castro, a quien es justo se le señale junto a Félix B. Caignet como narrador más prolífico del sentimentalismo de la patria de los últimos sesenta años, se habría quedado satisfecho convirtiendo el revés en victoria, parte de su doctrina de la guerra en la paz.

Finalmente todos parecen haber quedado contentos porque han exhibido su patriotismo. De eso se trata, el patriotismo necesita de un escenario y un público para sobrevivir, aún más en estos tiempos de exhibicionismo y esnobismo conque se viste la orfandad. Podríamos suponer que la gran familia de la patria, divida y excluida, ha ganado y nadie ha perdido, sintiéndose cada uno ganador de la patria, aunque la misma sea al mismo tiempo la de Martí y la de Fidel que, como diría el primero, son dos: Cuba y la noche, una soñada y la otra inventada de mutilaciones, una cívica y la otra ideológica. Evidentemente, ya lo escribí en otro sitio, hay muchas patrias, por lo menos más de una y sobre todo más merecidas que aquellas que igualan su valor al de un partido de pelota, en este caso, pero también cuando la equiparan a una obra de arte, un mártir o un héroe, por solo mencionar unas.

De todas esas patrias incontables que conforman aquella que no existe, yo prefiero quedarme con esa otra que está lejos y parpadea en el futuro. En definitiva la patria es redonda y viene en caja cuadrada. Que siga rodando la bola.

Ilustración: marcosguinoza