LA GRANJA NOS CONTEMPLA ORGULLOSOS

Acabo de regalar a mi hijo Lucas una edición de Rebelión en la granja (1945), de Eric Arthur Blair (1903-1950), quien solía hacerse llamar George Orwell. Este año se cumplen 120 años del nacimiento en la India de este gran polemista y escritor británico. No tuvo tiempo para ver muchas cosas que entonces parecían imposibles y otras que le reafirmarían en sus críticas. Dejó de ver, por ejemplo, la desaparición de la “guerra fría” bautizada por él mismo y de la URSS que centró gran parte de sus obsesiones contra el totalitarismo, el resurgimiento de nuevos dogmatismos de izquierda contra los cuales dedicó casi toda su obra periodística y narrativa, además de la supervivencia de cierta complicidad de la llamada inteligencia con la represión de la libertad, que condenó y hoy renace a manos del activismo de izquierda con un nuevo mantra del igualitarismo basado en las identidades, no digamos sociales, económicas y culturales, sino de género.

Es un libro que debieran leer todos y los sistemas educativos incluirlo en los currículos escolares. Lamentablemente, Orwell en vida no sólo fue duramente amonestado por la derecha y la izquierda, sino que después su obra, de una vigencia política aplastante, se ha visto reinterpretada o usada para entretener a los niños y los adultos como sucedió a su maestro Jonathan Swift con toda su obra paródica y satírica dedicada a la crítica del régimen y la sociedad de su época con lo que fue la saga de los viajes de Gulliver. No obstante, Orwell tempranamente se ha convertido en un clásico, que son aquellos autores de los que todo el mundo habla pero casi nadie ha leído.

Aunque también pudo disfrutar de la repercusión de sus obras e ideas, de hecho la obra de Orwell ha sido utilizada con otra suerte para exponer desde la izquierda la visión de la alienación de las sociedades capitalistas, el poder omnívoro del capital y la dictadura del mismo sobre la sociedad civil, y no la de los totalitarismos de corte izquierdista con su enajenación de las libertades, la manipulación de la historia, la burocratización del poder en un partido y la conducción de las sociedades como sectas bajo una disciplina, un líder, un ideal y un dogma ideológico. La izquierda siempre ha mirado hacia otro lado para evitar el espejo y Orwell es como una navaja suiza.

A pesar de su vigencia Orwell no ha perdido el carácter de escritor incómodo al que su propio amigo, el gran poeta T. S. Eliot, le impidió publicar Rebelión en la granja en Faber and Faber por inadecuación política, no obstante las conocidas posiciones de derecha del poeta. Le dijo que era muy buena pero inconveniente, aún más con los cerdos como protagonistas. Era el momento en que la URSS en manos de Stalin después de abandonar su alianza con la Alemania nazi que le permitió invadir Polonia y Finlandia, y anexarse otros territorios, firmaba la alianza con Londres para combatir a su anterior socio alemán, Adolf Hitler, que de catadura similar había decidido violar lo pactado para invadir el territorio rojo de los rusos.

Si bien es cierto que Rebelión en la granja y 1984 (1949) forman parte ya de las distopías populares y que las distopías son inherentes al acervo fantasioso conque se suelen ilustrar los problemas actuales, dichas obras no dejan de ser para la mayoría una suerte de historieta con conclusiones catastrofistas, paranoicas y caricaturescas que dejan al margen el análisis y la reflexión de la verdadera proposición paródica Orweliana. Ese es el riesgo que corren este género de obras, aunque en el caso de Orwell la ficción corre paralela y se transubstancia con la obra ensayística, periodística y biográfica, haciéndolas inseparables y documentadas por el dramatismo de la realidad histórica y la suya en particular.

Obra y experiencia son partes de la personalidad de un hombre que parece haber nacido para incomodar en todas las fiestas por bailar pisoteando los pies de los demás. Aunque a veces sus opiniones de la trama republicana española de la guerra están lastrados por una visión ideológica personal y sesgada, que le impidieron ver el conjunto de una situación política aún más compleja, como analizara Paul Preston en su documentado ensayo sobre el libro Homenaje a Cataluña, escrito por Orwell después de huir de la guerra civil de donde salió herido en el cuello y perseguido por el NKVD (servicio de inteligencia soviético) y la policía después de los sucesos de mayo del 37 en Barcelona que acabaron con el difícil desequilibrio de las fuerzas de izquierda.

El ensayo “La libertad de prensa” que reproducimos a continuación debió aparecer como introducción a la primera edición de Rebelión en la granja, pero que no fue hasta 1971 cuando fue descubierto entre sus papeles. El texto es de una enorme actualidad en el vacío intelectual de hoy como ya lo fue en el pasado para responder a la complicidad de la inteligencia con la corrección política. Una nueva ideología que parece convertirse en la racionalización de los movimientos de activistas a los que los Gobiernos ceden y usan como sujetos políticos creando una ortodoxia desprovista en muchas ocasiones de fundamento lógico como es el caso de la igualdad en el lenguaje. 

La novísima izquierda, nacida del fracaso de querer cambiar el mundo después del hundimiento de la era soviética y de su alter ego crítico el trotskismo, se ha convertido en un fantasma que recorre el mundo con una nueva religión, aunque desprovista de los textos sagrados y los mártires de antaño. Incapaces de cambiar el mundo como soñaron sus antecesores, hoy luchan por corregirlo con la complicidad de políticos, los medios, las universidades y cualquiera de las instituciones que han convertido en instrumentos de represión, uniformidad y discriminación con los que se intenta saldar la cuenta de la represión a las diferencias que se proponen combatir. Soluciones nuevas y en ocasiones descabelladas a viejos problemas de educación y cultura que han capitalizado la lucha política en detrimento de la lucha por viejos problemas de desigualdades no resueltos.

Este otro infantilismo de izquierda que pagamos todos con la tolerancia en un pacto tácito de obediencia y disciplina ideológica nos concierne como corresponsables, como lo dice Orwell en este ensayo para ilustrar la autocensura contra la que se enfrentó en su época por el silencio sobre los crímenes de la URSS: “En un momento dado se crea una ortodoxia, una serie de ideas que son asumidas por las personas bienpensantes y aceptadas sin discusión alguna. No es que se prohíba concretamente decir «esto» o «aquello», es que «no está bien» decir ciertas cosas, del mismo modo que en la época victoriana no se aludía a los pantalones en presencia de una señorita. Y cualquiera que ose desafiar aquella ortodoxia se encontrará silenciado con sorprendente eficacia.” La historia se repite como fábula, podría decirse a propósito.

Como cubano no puedo dejar de leer Rebelión en la granja como si estuviera leyendo la historia de mi país en los últimos 60 años, aunque se trate de una metáfora de la Unión Soviética. Las motivaciones de la rebelión y las de la sociedad animal, el proceso de creación de la granja, la organización de las relaciones sociales con el poder, los liderazgos y la división entre burocracia política y pueblo, los mecanismos de domesticación y la caracterización de los domesticados, la traición de esos principios idealistas para asumir en la práctica un cambio de régimen similar a aquel por el cual se produce la rebelión, más algunos nombres de la casta dirigente como el Viejo Comandante y Bola de Nieve, nos acercan aún más que a otras dictaduras a la crítica sarcástica del genio de Orwell. Siguiendo el tono de la granja, como en El asno, de Apuleyo, aquella sociedad se ha transformado en asno y no sabemos cuándo ni cómo volverá a su forma humana, aún más cuando muchos de los nuevos, creyéndose libres del pecado original por su juventud, llevan los genes del cerdo en un lado y otro del sistema, dentro y fuera de la isla.

“Cambiar una ortodoxia por otra no supone necesariamente un avance”, diría Orwell de la granja que nos han dado para vivir y compartir, y de la cual parecemos no poder salir ni viviendo dentro, ni viviendo fuera de ella.

Ilustración: De la serie Un Autre Monde (Detalle de una ilustración de J.J. Grandville , 1844).

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