LAS COSAS QUE NECESITA SÁNCHEZ PARA GANAR

Después de escribir sobre la derrota aplastante del PSOE a manos del PP, y haber esbozado las causas de esa derrota por los errores políticos cometidos desde la presidencia de Gobierno, el Presidente va y anuncia el adelanto de elecciones generales para el domingo 23 de julio. Entonces Pedro Sánchez vuelve a ser Pedro Sánchez obligándome a retomar el tema, ahora en el nuevo escenario que supone una decisión tan controvertida con un sinnúmero de interpretaciones, a pesar de ser la única posible para salvar el pellejo de Sánchez, una vez más convertido en el artífice de su propio destino, mientras la silla de presidente cuelga sobre su cabeza como una espada.

Para quienes vemos la política desde un punto de vista poco académico y más bien como una de las acciones que mejor distinguen al ser humano y reportan la medida de su inteligencia la decisión es brillante, aunque no está claro si ha sido tomada con el propósito que el Presidente y los analistas apuntan, si fuera así lo único que pondría en evidencia es que Pedro Sánchez le cuesta hacer política si no es contra las cuerdas y que sus caminos son inescrutables. Ayer mismo ha empezado su campaña equivocándose con un discurso radical y de miedo contra los electores de la derecha que, en definitiva, es contra quienes se dirigen los políticos cuando cogen la sierra de carnicero sin explicar porqué despedazan y hacen correr la sangre de sus oponentes políticos. Eso ha empezado a hacer Sánchez bajo la euforia y los aplausos de sus correligionarios, ansiosos de ver a su líder cómo camina sobre los cadáveres de los otros.

Evidentemente no es así cómo va a ganar, sustituyendo el papel de los otros líderes de la izquierda radical y abandonando el voto transversal que tradicionalmente ha servido al PSOE para crear su feudo desde que Felipe González dejara de cantar “La Internacional”. Alentar el miedo es uno de los recursos de quienes no tienen argumentos, es la forma más fácil y manida de hacer política y es un esquema al que tradicionalmente el populismo y el radicalismo se han confiado. Precisamente los dos extremos que manejan los contrarios de Sánchez por la derecha y por la izquierda. Sin embargo, aunque la prensa y los analistas de izquierda se aferran a ese criterio, no son estos extremos comunicacionales los que han dado la victoria a la derecha y en menor medida a la ultraderecha españolas, ni la huída de las urnas de la izquierda, y tampoco la división de la izquierda, como algunos pretenden justificar el fracaso, sino la política de pactos con los radicales y las concesiones a las mismas para poder gobernar.

Ha sido un error descomunal, de esos vientos estos naufragios, querer gobernar sobre una balsa de aceite con los compañeros de viaje díscolos que conformaron la tripulación de radicales, nacionalistas, exetarras y todo género de controvertidos demócratas, sin hacer notar que navegar con ellos era el sacrificio al que se había tenido que someter cuando otros partidos le negaron la investidura. Una falsa unidad de Gobierno, y una política en la que parecía que los radicales marcaban la agenda, ha impedido que la opinión pública viera con claridad las líneas de los bloques entre radicales y moderados. El PSOE no ha sabido diferenciarse y explicar sus políticas puntuales como recursos políticos y no como ideologías, de modo que el PSOE ha cambiado radicalizándose o se ha equivocado. Dime con quién andas y te diré quien eres.

La decisión que ha tomado aún en medio de los vítores de celebración de los ganadores del ala derecha (PP y VOX) y de una exigua izquierda (Más Madrid y Bildu) es la mejor, siempre que intente enmendar el error de haber gobernado mal la coalición, aún peor en los últimos meses en que Sánchez se ocupaba de hacer el papel de estadista europeo, mientras en casa los siniestros personajes de la causa del hundimiento de la izquierda elevaban el ratio de errores, haciendo política impunemente de cara a las Generales sin que nadie les recortara la soga, como debió haber sido como parte del Gobierno. Son tan erráticas las de Podemos que es difícil de entender que su principal papel en el Gobierno haya sido sembrar la incertidumbre de la izquierda, si bien también se puede decir que hicieron adoptar a sus aliados del PSOE un perfil que los distancia del centro político y de los problemas centrales y comunes a los ciudadanos.

El Ministro de la Presidencia, que es lerdo, ni sus Vicepresidencias, ni las portavocías, ni el equipo asesor, han sido capaces de alertar al Presidente y sugerirle sobre los excesos de Podemos que estaban creando una imagen de debilidad y desgobierno de un lado, y por el otro de excesos de radicalismo o tolerancia hacia los radicales en los que se ha apoyado, que afectaban la imagen de centro de izquierda con la que históricamente los socialistas españoles habían ganado a la derecha. No lo apercibieron de la radicalización que por contagio a las tendencias de izquierda se percibían en el discurso socialista, cuando esa radicalización había dejado de ser una solución para competir contra la izquierda radical en aumento en el electorado de izquierdas por desencanto con las tibiezas del PSOE que desembocan en el 15M y el surgimiento de las alternativas a la izquierda de la socialdemocracia española.

Hoy puede que no sea todavía tarde para que los socialistas den un volantazo y reorienten la política hacia el centro, alejándose y poniendo en solfa el carácter bronco, radical e ideologizante de la política de sus compañeros de Gobierno. Ubicando sus objetivos en una verdadera comprensión de las necesidades de la sociedad y la de grandes sectores que no ven una solución a los graves problemas de vivienda, trabajo, sanidad que se han ido acumulando y no se pueden resolver con parches y regalías del Gobierno, sino con cambios estructurales y asociados a otras necesidades de la repartición y creación de riqueza entre territorios, de la modernización de la enseñanza, la lucha contra el cambio climático, la desertización y el vaciamiento rural, por ejemplo.

Para volver a ganar Sánchez debería armar su tiralíneas con tres cosas:

Primero, marcar distancia y acentuar las diferencias con sus socios de Gobierno con los cuales el PSOE ha alcanzado un grado de mimetismo, cuyo origen, al margen de las coincidencias ideológicas, radica en el error de querer hacer una legislatura de unidad y sin sobresaltos, enviando un mensaje equivocado a potenciales electores de centro que aunque progresistas recelan del discurso y de las intenciones de los radicales. Aunque estuvieran asociados de ningún modo el Presidente debió haber permitido que esas fuerzas políticas en su Gobierno o en el uso parlamentario de apoyos puntuales lo convirtieran en rehenes de una imagen alejada del consenso social.

Segundo, crear un discurso dirigido a toda la izquierda y los progresistas que estimule la movilización con el miedo creado en la izquierda de que la derecha, aún peor la extrema derecha, no sólo gana y avanza en todo el país, sino que además podría afianzarse en las elecciones generales.

Tercero, estructurar un discurso propio de la igualdad y las oportunidades basado en el consenso de las preocupaciones, necesidades y problemas comunes a grandes sectores y regiones de la ciudad y el campo amenazados, con un enfoque que sustituya el punto de vista ideológico patrimonializado por los radicales. Las desigualdades clásicas, digamos, económicas, políticas, sociales que definen los estándares de vida de las mayorías.

Los socialistas democrátas todavía pueden ganar, pero tendrían que empezar por dejar de querer parecerse a Podemos y escuchar no lo que quieren oír, sino la voz de las urnas. Y hacer un poco de pragmatismo a la inversa. Sánchez no ha empezado bien con su discurso de trinchera ideológica a sus correligionarios, aunque sea lógico que lo hiciera para asegurar su credibilidad entre otras cosas, no es a ellos a quienes tiene que hablar si es él como suponemos quien llevará la voz cantante. Acusar de trumpistas a la derecha española es un eslogan facilón que como toda la izquierda actual, incluyendo la norteamericana, ni siquiera tiene en cuenta porqué existe el trumpismo. Lo primero que debía hacer Sánchez es llamar a Iván Redondo, pensar, hacer su autocrítica, y darle al wokismo español que empieza a automatizarse en los medios y comunidades de izquierda sólo lo necesario e imprescindible, porque nos guste o no, la realidad es testaruda, hay cosas que urgen e importan más y el país no necesita crear problemas donde nos los hay con la gravedad de otros lugares.

El hundimiento de Podemos es una buena señal de lo que el centro progresista quiere y la renuncia de algunos líderes de la izquierda radical va señalando el camino de ganar sin ellos. La izquierda rara vez ha sumado unidad, ese sueño a veces alcanzado a fuerza de matar a los diferentes. Quizás este sea un buen momento de hacerlo con ellas, las que no han podido.

Ilustración: marcosguinoza