Feliz cumpleaños, Saumell.

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Un día como hoy mi querido y viejo amigo, Rafael Emilio Saumell Muñoz, Saumell como siempre le llamé, habría cumplido 73 años. Pocos días después de este día, pero el año pasado, nos dejó para descansar finalmente de una enfermedad horrible, y no pude escribir en su partida porque el dolor era una montaña demasiado alta de vencer. Recuerdo que un día como hoy, hablamos mientras esperaba en el hospital para continuar más tarde la conversación en casa, pues le daban el alta e iba a celebrar su cumpleaños con sus hijos, William, Benjamin, Isabel, y su esposa Jill. Sólo una vez más volvimos a cruzar unas breves palabras que no pude entender del todo, cuando ya caminaba el puente que nos separa de la muerte, y fue una despedida, ambos sabíamos que nunca más volveríamos a hablar.

Hoy que los cubanos se llaman entre sí “hermanos” con una frivolidad que alarma por banalizar el profundo significado que entraña la corresponsabilidad de los sentimientos de hermandad sean de familia o no, puedo decir que Saumell y yo éramos como hermanos, después de una larga vida que empezó cuando yo era en La Habana un joven estudiante que huía de Santiago de Cuba, y él ya empezaba una extensa carrera en la radio como escritor y asesor de programas. Desde entonces nunca nos alejamos, ni siquiera cuando estuvo preso por escribir unos textos de corte humorístico, que sirvieron para acusarlo bajo esa terrible y ambigua figura jurídica contra la libre expresión llamada “propaganda enemiga”, que ha de ser lo primero que habrá que derogar cuando Cuba alcance la democracia.

Tampoco cuando se marchó a Estados Unidos, adonde dudaba ir a pesar del apoyo que se le prometía para empezar. Y cuando ambos ya estábamos fuera nos comunicamos por teléfono varias veces en la semana para comentar las noticias españolas, que oía a diario por Radio Nacional de España, una vieja costumbre que llevábamos puesta desde Cuba, cuando al levantarnos lo primero que hacíamos ambos en nuestras casas era encender la radio para obtener un briefing. Seguía la política española con la misma cercanía conque se interesaba por la cubana.

Mientras escribo esto, el alma de mi amigo Rafael E. Saumell está viajando hacia alguna parte, seguramente hacia un lugar bueno como él mismo. Si el alma se parece a las personas donde viajan o al revés, y si las personas son parecidas al alma en la que hacen el trayecto, entonces podemos vivir reconfortados de que Saumell vivirá en un hermoso lugar de nuestro recuerdo.

Ha sido un camino largo que comenzó en una infancia no exenta de ausencias, dolor y cambios, que no podía saber entonces se convertirían más adelante en nuevos y mayores círculos del infierno, de los cuales saldría como el fénix con las alas quemadas pero libre en otro cielo, donde más tarde pudo escribir y publicar En Cuba todo el mundo canta (memorias noveladas de la cárcel)(2008), y La cárcel letrada. Narrativa cubana carcelaria (2013), dos libros indispensables para conocer la cárcel de un escritor cubano y la literatura de la cárcel cubana.

Primero fue la pérdida de su madre cuando era un niño, luego la cárcel política, cuya condena mutiló un recorrido exitoso en la radio y la televisión donde fue guionista del célebre programa “Todo el mundo canta”. En aquel momento que le cambiaría la vida, acababa de salir de las prensas de imprenta su libro sobre la radionovela, uno de los aportes más relevantes de la cultura cubana del siglo XX, La corte suprema del espectáculo que fue convertido en pulpa antes de su distribución y sólo algunos pudimos ver el cartel de publicidad que se iba a usar para promocionarlo.

Dicho libro permanece inédito, igual que la obra de teatro Luz entre rejas, que una tarde pudimos sacar de la prisión de Guanajay eludiendo los controles de sus carceleros, gracias a los favores de alguien que corrió el riesgo que nunca supimos agradecer suficiente, cuando la propia vida de Saumell corría peligro testimoniado por la cicatriz que le quedó en el cuello.

Fueron años dolorosos alejado de sus hijos Abdel y Michael y de su entonces esposa Magdalena, que lo apoyaron en difíciles condiciones de supervivencia. Más tarde al salir de la cárcel no fue menos, obligado a ganarse la vida en la construcción gracias al apoyo de la Iglesia. Si bien sus problemas no disminuyeron, en un momento en que la lucha por los derechos humanos había alcanzado su punto más alto, y álgido, por la represión y los problemas internos de la oposición, que acabaron con la desarticulación del movimiento de opositor más grande que ha tenido la dictadura hasta el momento.

Cuando Saumell se ve obligado a salir del país con su familia empieza desde cero una nueva vida que lo lleva a reiniciarse haciendo el doctorado en Literatura en Lengua Española (Washington University en St. Louis, Missouri, 1994) y a hacerse profesor hasta la hora de su retiro como Profesor Emérito de Español de Sam Houston State University, Texas. Más tarde, cuando volvía a crear una familia perdió a su hijo Abdel, que le dejó una herida tan profunda que nunca más pudo sanarla del todo, a pesar de que dedicó todas sus energías y cuidado a sus hijos nacidos en la familia que construyó con Jill, donde pudo alcanzar la paz que había perdido cuando lo convirtieron en preso político en 1981. William, Benjamin, Isabel y Jill le dieron el amor con el que habrá ascendido a alguno de los cielos que debería haber para las personas buenas.

Como las grandes amistades, en las que se van creando deudas que nunca podrán pagarse, yo le debo a Saumell una amistad contrastada en los buenos, los malos y los peores momentos, donde siempre estuvo con su bondad, su cariño y su valentía. Tenía una memoria privilegiada para el cine que era junto a la música su gran violon d’Ingres. Recuerdo mientras escribo, la tarde en que me llevó a conocer a Félix B. Caignet, el hombre que había colgado el alma popular cubana para ser oída mientras acompañaba a nuestras madres. Una figura que parecía representar aquella mezcla de lo popular y lo culto que otros intelectuales cubanos habían cultivado como una enseña, y que Saumell revivía en sus conversaciones. Así yo lo recuerdo, y al pensar en él no puedo dejar de sonreír, como cuando con una frase lapidaria, recordaba perdonando a aquellos intelectuales que sirvieron de testigo a la acusación de “propaganda enemiga” con la cual lo condenaron.

¡Feliz cumpleaños, tocayo! No olvides tomarte la sopita.